Cena y sobremesa con C Tangana en Málaga

Pucho trae lo mejor de sus nuevos temas con sonidos folklóricos y algunos recuerdos a las canciones que le han acompañado hasta conseguir bordar un espectáculo que ningún otro artista patrio sería capaz de emular

C Tangana en una de las mesas sobre el escenario. / Marilú Báez

Niños y señores peinando canas, todos cantan, porque todos están invitados a la sobremesa de C Tangana en el Carpena. Le falta a Puchito poner carajillos y dejar una mesita en la que tamborilear con los nudillos. Comunión total con el público en el inicio de su gira Ni cantar ni afinar en Málaga, después de tres años sin hacer un concierto completo. Se hizo de esperar por el azote de ómicron, pero no ha sido nada para que Málaga no haya disfrutado de un concierto con reminiscencias de viaje a Benidorm en un seiscientos con los bajos del tunning de tu primo del pueblo y la guitarra del que vive en el Sacromonte. Una invitación a la cena y la sobremesa de Antón, que ha traído el folklore para llegar a ser lo que un día anunció el Crema.

Arranca C Tangana con una marcha de Semana Santa que hace que se caiga el estadio. Antes ya le habían estado aclamando "te quiero Pucho, lolololo", no perdía su espíritu el Carpena. Pablo Ibarburu, cómico, aparecía en pantalla para anunciar la prohibición de flashes, Antón quiere controlar cada luz de su espectáculo que está medido al milímetro. No defrauda y trae un show que ningún otro artista patrio sería capaz de emular, ni por recursos técnicos ni por abanico de invitados. Pucho ha brindado un arranque de gira por todo lo alto.

"El arte de los negocios es el paso que sigue al arte. (...) Los buenos negocios son la mejor de las artes", cantaba C Tangana en Baile de la Lluvia antes de no saber cantar ni afinar y es el camino que ha tomado. Comprende el show de otra manera y del Crema sólo quedan las letras en las que anunciaba lo que iba a ser y plasma hoy sobre el escenario. Y lo hace mejor que nadie. Gusta a intelectuales gafapasta y a chavales de periferia, sin dejarse atrás a mayores con patillas y señoras de rosario y mantoncillo.

No sólo reinterpreta el folklore castellano, también le da en directo a los latinos. El despliegue musical en el show es espectacular, transiciones de marchas de Semana Santa, bachatas o baladas, todo lo tiene en su estantería de casettes y todo lo borda el equipo de Pucho que hace mucho dejó de ser aquel que vestía del cocodrilo y necesitaba montar gresca con los Chicos del maíz. Tanto es así que se olvida Antón de la 10/15 durante todo el concierto. Lo único del antiguo Crema en Ni cantar ni afinar son las reminiscencias a las canciones que escuchaba el niño Antón, porque del rap que le trajo a la escena no trae nada.

Pucho, entregado a su público. / Marilú Báez

Traje de raya diplomática, doble botonadura, camisa interior y pañuelo de seda burdeos. En los setenta no hubiese desentonado y así se demuestra en el atrezzo del escenario: como si de un club de jazz se tratara, mesitas redondas con luz cálida y baladitas reinterpretadas. De las que va sacando invitados, como si de una boda flamenca se tratase, con todo el talento de la coctelera musical. Desde las mesas miran al público en un intercambio de protagonismo, ¿el espectáculo es C Tangana o la masa que ha sido capaz de generar?

Por momentos, Rita Payés con su voz cálida rompe con Yelo. Alterna algunos de sus últimos trabajos, más cercanos al sonido casette y la banda en directo con otros de su anterior etapa cargados de producción. Ni 24 horas ha esperado para traerse a Omar Montes y Canelita y reventarlo con su último single La Culpa. Mueve los hits y los intercala. El público es suyo.

Vuelve la percusión de Jueves Santo, en pantalla un in memoriam a Sergio Larrinaga, compositor de la marcha que encontró su final hace no mucho. Empieza C Tangana con sal en la garganta hasta que el ritmo electrónico de Demasiadas mujeres posee al pabellón que hace vibrar la sala. Fluye la conexión público-artista antes de montar un tiny desk portátil y me maten si no pueden entrar. Carmona le da la vida que se había relajado tras el boom electrónico. Está claro que C Tangana acierta volviendo al folklore, a la raíz. El público lo entiende, lo pide y lo goza. Si alguien duda que le pregunte a las palmas que resuenan.

"Que sí han venido los seis Carmonas", anuncia Pucho que no debe saber por dónde se le caen las buenas relaciones. Todos se le quieren pegar, “no estamos locos, sabemos lo que queremos”. "¿Cantamos una o qué?", reclama al público mientras susurra la guitarra indicando el camino de las buenas intenciones. Sonríe Pucho, Ingobernable, porque todo le sale, todo le funciona, todo lo borda en comunión con su público que está entregado.

Antón con traje de doble botanadura en raya diplomática, camiseta interior, pañuelo de seda y gafas retro. / Marilú Báez

"Tú eres de los que dice que antes molaba más cuando era el Crema, ¿no?", le espeta a un camarero que le reprocha que no suena. Cuando parecía que sí iba a salir el viejo Pucho, el rewind se queda Llorando en la limo antes de Comerte entera. Espera Antón, como crucificado, con todos los focos sobre él pareciera que fuese a levitar de un momento a otro mientras todo el público canta pulmón Nunca estoy.

Un autotune suavito, como acariciado, en Antes de morirme para aclimatar al público para después perder la chaqueta y cantar Tú me dejaste de querer, anunciar el cierre y mandar al bis con el fervor del público y hacerle un cover a Suavemente en ese beso cálido con sus espectadores que perderían el culo por dejar el club en el coche de Antón. Sea donde sea que les quiera llevar.

No podía cerrar una juerga flamenca sin un cajón y un cantaor. Eso Antón lo sabe y se sienta en una sillita de madera para dejar que lo hagan los que saben, los que están hechos en mil farras e invitan a seguir la noche en otro sitio. En recoger la mesa y llevársela a otro sitio con Un veneno, que aún no le ha amanecido.

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