César Jiménez "pincha" con el descabello una gran faena

La actuación del diestro junto al buen juego de los toros de El Torero fueron las notas sobresalientes de la corrida en la que también obtuvo un trofeo Talavante

César Jiménez da un pase a su segundo astado, al que cortó una oreja.
César Jiménez da un pase a su segundo astado, al que cortó una oreja.
Miguel Núñez (Efe) / Valencia

22 de julio 2008 - 05:00

No se explica un marcador de trofeos tan exiguo, pues fue corrida de doce orejas, doce. Sólo se cortaron dos. Y en realidad el único que hizo méritos fue Jiménez, que si llega a matar como es debido, seguro que hace doblete en los dos toros.

Jiménez estuvo a la altura de las circunstancias, en dos faenas de mucha fibra y emotividad. El triunfo de una oreja a Talavante cuenta bastante menos. Y no se diga la actuación de un desvaído Vicente Barrera.

Pero habría que hablar más de los toros por las virtudes que conjugaron. Prontitud y galope, fijeza y estilo en la embestida, "empujando" los engaños por abajo, muy humillados y "abriéndose" en cada muletazo, repetidores y con "motor". Los seis, de gran toreabilidad, duraron mucho.

Y de los seis, el primero, un toro extraordinario, que se venía "toreado" él solo desde muy lejos. ¡Qué manera de embestir! Barrera lo acompañó con suavidad, sin la pasión que pedía el toro.

En el cuarto, otro ejemplar de nota, pegó Barrera muchos pases sin dejar poso. Una faena larga y sin interés.

César Jiménez se anotó lo más completo y sincero de la tarde. Una primera faena de mucho calado por la entrega y el valor, y por las exquisitas formas en la interpretación, cuyas raíces fueron el temple y el ajuste. Profundidad en suma.

Bonitos lances a la verónica, y toreo fundamental de aroma y hondura, con un comienzo de faena de rodillas toreando como si estuviera de pie, nada menos que una serie de seis muletazos trayéndoselo por abajo, despacito y hacia adentro. Lástima que en el remate el toro pisó la muleta desarmándole. Fue el único contratiempo, porque a partir de la primera tanda ya de pie aquello tuvo una tremenda exactitud en los trazos y mucha fuerza en los tonos.

La buena apostura -muy encajada la figura- al reunirse con el toro en un mínimo e increíble espacio, le daban al toreo de Jiménez vigor superior a lo meramente artístico, por su extraordinaria valentía. Y emotividad en las tres fases o tramos: primero en la larga distancia, otra más corta y la última en las cercanías. Como tres faenas en una, sin fluctuaciones, las tres muy reunidas también por el buen ritmo y mejor compás.

Lo que no se explica es la tardanza para acertar con el descabello, estropeando la que puede ser sin duda la faena de la feria.

Al quinto lo toreó también con mucho acierto, pero, lógicamente sin tanta importancia. Hubo arrebato, sí. Pero no la redondez anterior. Dos pendulazos ligados a otros tantos pases por delante en la apertura y un toreo fundamental sobre ambas manos de mucho mando y poderío hasta llegar a los circulares, invertidos unos y otros por delante en un final de mucho frenesí. Manoletinas y abaniqueo en el cierre.

Cuando todo hacía presagiar que iban a caer las dos orejas que habían quedado pendientes del toro anterior, a la espada le faltó una cuarta para hacer más efectiva la muerte. El presidente sacó sólo un pañuelo pese a la insistente petición de los dos trofeos para llevarle a la Puerta Grande.

Talavante toreó en su primero con temple y limpieza, pero mecánico y demasiado encima. No tuvo la faena la sustancia del toro a pesar de la oreja.

En el sexto, bajó todavía más el diapasón. Quieto y con aguante, pero demasiado encima, atropellando muchas veces las nobles embestidas. Tampoco "el arrimón" final tuvo mucho sentido. Por eso, y pese a matar a la primera, no hubo pañuelos suficientes para el trofeo.

Se había quedado la plaza con las ganas de sacar a hombros a Jiménez, y al final sólo había ojos para él.

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