Flamenco · Paisaje de la Málaga cantaora

Ciudad bravía de un solo tablao

  • Málaga se convirtió durante los años 50 y 60 en un inmenso -y reluciente- escaparate por donde desfilaron artistas de la talla de Carrete, Mariquilla, Camarón de la Isla o La Rempompa.

"El establecimiento más típico de Málaga presenta un espectáculo con bailes y canciones españolas. Famosos cantaores y bailaores de flamenco participarán en un show acompañados de maestros de la guitarra". Bajo esta descripción con faltas de ortografía en el original inglés se anunciaba en la prensa el tablao El Refugio. Ubicado en la calle Marquesa de Moya, el escenario abierto en 1953 era, junto con el de la sala de fiestas El Pimpi -Bodegas Pimpi ahora-, dos de los lugares a los que acudir en los años 50 si uno quería disfrutar del noble arte del flamenco. "En los dos sitios actuaba el cuadro Los Vargas, un grupo de populares artistas impulsado por el guitarrista Niño de Almería junto a La Cañeta de Málaga o Pepito Vargas", cuenta Francisco Roji, apasionado del flamenco, enciclopedia de música andante y gestor cultural en ese orden.

Si en la actualidad uno de los principales pasatiempos para los jóvenes es ver vídeos de Youtube (El Rubius) o escuchar canciones de trap -género musical a caballo entre el rap y la electrónica-, en aquella época la moda se impuso a golpe de taconeo, de vuelo de faralaes, de rasgueo de guitarra española. No había nadie en Málaga que se resistiese a los encantos de un tablao, con sus quejíos y su duende, su gentileza y su salao piscolabis.

El origen de los tablados -sí, amigos, la palabra tablao es considerada un vulgarismo por la Real Academia Española- se remonta a los denominados café cantante como el Café de Chinitas, abierto hasta 1937. "Un café cantante se asemeja a lo que es un tablao, con la particularidad de que se ofrecían mucho más tipos de espectáculo como el de variedades. En el centro llegaron a abrir entre 15 y 20 desde mitad del siglo XIX hasta 1920. Con la llegada de estos locales se profesionaliza el oficio de artista", explica Roji. A raíz de la desaparición de éstos últimos, surgen los tablaos, pero antes -durante los años 30 y 40- los escenarios del género designado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad se reservarían a los teatros, los cines y las plazas de toros. "Lo llamaron Ópera flamenca para pagar menos impuestos. Algunos curiosamente incluían espectáculos cómicos para toda la familia", relata Roji entre risas. La montajes bajo el nombre de Ópera flamenca sólo tributaban el 3%, mientras que los espectáculos de variedades un 10%.

Durante las décadas venideras, el boom turísticos surgido en la Costa del Sol fomentó que la provincia se convirtiese en un inmenso -y reluciente- escaparate por el que desfilaron artistas de la talla de Carrete, Mariquilla, Camarón, La Repompa, Carmen Amaya, Paco de Lucía, El Farruco, Pepe Marchena y Juan Valderrama. "En Madrid nacieron los primeros tablaos, pero en verano se trasladaban aquí, a la Costa de Sol (Torremolinos, Fuengirola, Marbella), porque no había nadie en la capital", detalla.

Sin duda, uno de tablaos más destacables durante aquella época fue la Gran Taberna Gitana, inaugurada en 1963. Antonio Rojas, su primer propietario, lo abrió en un sitio muy céntrico, cerca del Teatro Cervantes. Los siguientes dueños en llevarlo fueron Miguel Jiménez Miguelón y Juan El Largo. "Ambos siguieron el espíritu Rojas: mantener un buen cuadro flamenco fijo costase lo que costase. Los fines de semana contaban con artistas como Camarón, Terremoto o Tiriri. ¡Allí se conocieron Camarón y Tomatito! Este tablao tuvo mucha aceptación y fue un pelotazo, estuvo abierto 20 años", relata entusiasmado Roji.

"Llegué a bailar en el Refugio, la Gran Taberna Gitana y el Pimpi. Algunas ocasiones acompañado del Niño de Almería, uno de los guitarristas más populares que Málaga tuvo contratado en la segunda mitad del pasado siglo. Ahí empecé, con los Vargas y Chiquito de la Calzada, a los 13 años. Aquello era como una escuela. Se aprendía, se comía y se vivía en hermandad. Allí aprendí todo lo que se", rememora el bailaor antequerano José Losada Carrete.

Al igual que Carrete, la granadina María Guardia Gómez Mariquilla, otra que enloquecía con su baile y rompía los tacones en cada actuación, también se curtió durante mucho tiempo en los tablaos de la provincia. Un año después de pasar por el escenario madrileño del tablao El Duende, decidió abrir uno propio en Torremolinos: el legendario Jaleo -ahora la Taberna Flamenca Pepe López-, por donde vio pasar a insignes personalidades del flamenco como Fosforito, Juan Habichuela, Sabicas, Marifé de Triana o Antonio Canales con los que actúo e incluso trabó amistad. "Marifé y yo éramos íntimas", revela pícara al otro lado del móvil.

Su hija Lucía Garrido, también bailaora, rememora una de las estampas "más conmovedoras" que se vivieron en el tablao de su madre: "Una vez se le rompió el coche de camino a su función. Esa noche actuaba junto a Marifé de Triana. La sevillana estuvo cantando tres horas sin descanso hasta que llegó. Allí no había envidias, sólo respeto y compañerismo". Lástima que esa provincia tan bailaora y cantaora se haya convertido hoy en la ciudad bravía de un solo tablao.

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