Cultura

Color y forma, signos de libertad

  • naturaleza muerta con guitarra sobre velador 18 de abril de 1922. Óleo sobre tabla. 15x10 cm. Donación de Christine Ruiz-Picasso. 'Málaga Hoy' presenta a sus lectores, una por una, las 155 obras de Pablo Picasso que componen la importante colección permanente del Museo Picasso Málaga, legado fundamental del artista

POR aquello de los pioneros, Picasso siempre suele aparecer citado entre los impulsores del cubismo junto a Juan Gris y Georges Braque. Con el malagueño, sin embargo, ocurre que las adscripciones y vinculaciones a determinadas corrientes hay que mirarlas desde lejos. No porque no sean ciertas (tanto pesaron las obras de Picasso en el desarrollo del cubismo como las de los otros dos genios), sino porque el mismo artista manejó los registros y géneros a su antojo, con una libertad que ocasionó más de un quebradero de cabeza a quienes le seguían. Picasso es el ejemplo de libro del creador que pasa por todos los estilos sin especializarse en ninguno, lo que le convirtió en el amateur (entiéndase como amador) definitivo del arte; igualmente, en pocos pintores como Picasso puede verse de manera tan clara la adopción de unas determinadas reglas del juego no para rendirse a ellas, sino para tomar los elementos más interesantes con los que añadir contenidos a las inquietudes propias. Por eso, el Picasso cubista debe entenderse con toda la flexibilidad de que se sea capaz, igual que el Picasso realista, el Picasso anciano que jugó a hacer arte inmortal en piezas de cerámica o cualquier otro. Un hermoso ejemplo del cubismo realizado y liberado por el autor del Guernica se encuentra en el Museo Picasso Málaga: Naturaleza muerta con guitarra sobre velador es un pequeño trabajo formulado en óleo sobre una tablita que casi pasa desapercibida en las paredes dedicadas a la colección permanente. Un vistazo paciente y profundo, sin embargo, revela tesoros de serena belleza.

Como en otras obras de Picasso, el conjunto reta a la mirada, juega a ser evidente y a la vez misterioso. Hay que entrar en el enigma que propone, una especie de altar surcado de ondas. La forma y el color son libres: aparecen como posados en la escena, no deliberadamente impuestos, como si la creación hubiera decidido seguir sus propósitos de manera relajada. Aparece así una escena común, un bodegón perteneciente una serie en la que Picasso había venido trabajando desde 1919. Esta pieza, atípico ejemplo de naturaleza muerta, fue realizada en 1922, una etapa en la que Picasso andaba entregado a los vaivenes del realismo. Así que la nueva consigna desconcertó, de nuevo, a quienes creían adivinar los pasos del artista antes de su materialización. Un balcón abierto en plena Costa Azul preside la presencia de la mesa y la guitarra, un conjunto doméstico y sin embargo lleno de incógnitas por desvelar.

La forma es libre. Picasso llega a alumbrar el éter mediante las ondas que juegan caprichosas al azar de la figuración. Ocurre así un determinado movimiento de la geometría, los límites se diluyen y las perspectivas se disparan: las patas de la mesa revelan que la miramos de frente; la guitarra y el tablero de la misma, sin embargo, son realidades vistas desde arriba. La sencillez es exquisita: el trazo mínimo basta para dar cuenta de la percepción, intacta y sin embargo somera, como soñada. El cubismo sólo se entiende como expresión de libertad: si para Heráclito el agua del río era siempre otra en cada baño, para Picasso la mirada a un salón tampoco podía ser la misma dos veces. El reto consistía en pintar esto. Y lo consiguió.

El color es también libre, como el paso del tiempo. El blanco que aparece sobre la tabla es no color, la superficie lisa dejada tal cual. Milagro: la ausencia significa, comparte, no es y a la vez tiene mucho que aportar. El resultado parece como coloreado por un niño: no respeta las líneas, ni las formas. Y sin embargo, es vida.

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