Colores rusos para un gris europeo
arte
El expresionista Alexei von Jawlensky tomará el relevo de Kandinsky con una exposición el próximo otoño en el Museo Ruso
En realidad, tildar a Alexei von Jawlensky (Torzhok, Rusia, 1867 - Wiesbaden, Alemania, 1941) de expresionista significa quedarse con sólo uno de los registros que el artista incorporó a lo largo de su vida. Anclado con firmeza en la sospecha postimpresionista, especialmente tras su llegada a Munich en 1896, Jawlensky adoptó hasta su muerte buena parte de las escuelas que cundieron en Europa, incluido el cubismo, en un trayecto que culminó con cierta aspiración a la abstracción aunque no siempre, como veremos, por motivos netamente ligados a la inspiración. La cuestión es que Jawlensky, como ya adelantó este periódico, tomará el relevo de Kandisnky en la programación de las exposiciones temporales del Museo Ruso y tendrá una muestra bien representativa de su obra en las paredes de Tabacalera a partir del próximo otoño. La llegada de Jawlensky promete una sorpresa similar a la que supuso Pável Filónov en el mismo centro por su condición, todavía a estas alturas, de pintor a descubrir, al menos por el llamado gran público; pero lo cierto es que la influencia de nuestro hombre en el arte europeo (especialmente el alemán, en su progresiva disolución de la figuración) del siglo XX es enorme, tanto como la del Kandinsky que actualmente le precede en las salas del Museo Ruso. Anteriormente, eso sí, Jawlensky había hecho el camino inverso, apuntando hacia una modernidad posible a tenor de lo aprendido de la mano de los maestros europeos. De este modo, su llegada a Málaga a modo de línea de continuidad desde Kandinsky resulta oportuna y significativa a la hora de dilucidar un mapa de confluencias artísticas del siglo XX entre Europa y Rusia. El Museo Ruso de San Petersburgo insiste así en su afán programático, si bien, previsiblemente, su exposición abordará con especial atención la etapa rusa de Jawlensky.
Y es que el mismo Jawlensky, artista y militar del ejército ruso, mantuvo una relación especial con San Petersburgo: tras su nombramiento como capitán, fue trasladado al regimiento de la ciudad en 1899 y aprovechó para matricularse en su Academia de Arte, en la que estudió hasta 1896. Fue allí donde el hallazgo del impresionismo y del color en la obra del pintor sueco Anders Zorn le hicieron desistir de sus iniciales convicciones realistas; pero, más aún, fue en San Petersburgo donde decidió instalarse en Munich y viajar por Europa. En París conoció a Van Gogh primero (en 1903) y a Matisse después (en 1904), encuentros fundacionales que le llevaron a asumir la trascendencia de la poética personal del pintor a la hora de representar la realidad. Con los retratos, paisajes y naturalezas muertas facturados a partir de entonces, Jawlensky contribuyó a hacer de Munich la verdadera capital del expresionismo en Europa a través del color como argumento clave, en una adscripción tanto al fauvismo como al arte popular ruso (con el que nunca dejó de entenderse); de paso, entró a formar parte del grupo El Jinete Azul junto a August Macke, Gabriele Münter, Marianne von Weerkin, Paul Klee y el mismo Kandinsky. El colectivo se convirtió en el centro de atención en toda Europa y sus tendencias particulares llegaron a asumirse como directrices generales. Tras instalarse en Wiesbaden en 1921, Jawlensky mantuvo su posición referencial en el expresionismo alemán y para demostrar su intención al respecto formó, ya en 1929, una reválida de El Jinete Azul bautizada como Los Cuatro Azules junto a Kandinsky, Paul Klee y Lyonel Fininger. Para entonces, el estallido de la Primera Guerra Mundial, junto a una crisis personal, le habían conducido a un arte más sombrío y gris, que equilibró de algún modo el sacrificio del color con la puesta en juego de elementos cubistas; el paralelismo que puede trazarse en relación a Picasso en cuanto a estilos e intenciones daría para algunas conclusiones interesantes.
En 1929 comenzaron a manifestarse en un solitario Jawlensky los primeros síntomas de la artritis paralizante que le acompañaría durante el resto de su vida, con efectos implacables. La crítica en torno al pintor sostiene que fue esta situación la que condujo a un Jawlensky incapaz de sostener con firmeza el pincel a la abstracción, un tanto como adaptación al medio por la que terminó pintando lo que podía pintar. Ya en los años 30, el ascenso del nazismo y la consignación de su obra en el arte degenerado con la correspondiente prohibición hicieron del mundo aún un lugar más sombrío.
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