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Aunque el tebeo estaba en la calle desde el verano anterior, Marvel Cómics lanzó el primer número de The Fantastic Four con fecha de noviembre de 1961, hace de esto medio siglo. Esta nueva publicación nacía en una coyuntura peculiar: Martin Goodman, director del sello, había pedido al guionista Stan Lee y al dibujante Jack Kirby que encontraran una fórmula equivalente a la de La Liga de la Justicia de DC Cómics (entonces National Cómics), una vistosa formación que incluía a Superman, Batman y Flash, entre otros. Goodman insistió en un punto delicado: debían inspirarse en, no copiar, el modelo. La National Cómics distribuía las publicaciones de la renqueante Marvel y no vería con buenos ojos una burda imitación; el nuevo grupo debía ser igual y diferente. El tándem Lee & Kirby desató el nudo gordiano a golpes de ingenio. Lee ideó una historia sencilla, incluso simplona, repleta de giros novedosos, y Kirby la ilustró con su habilidad característica. Y, de un día para otro, le dieron un vuelco a la Historia.
En primer lugar, el grupo no sería una milicia reclutada, a la buena de dios, en un catálogo previo: Los 4 Fantásticos están unidos por lazos de amor y amistad. Tenemos al doctor Reed Richards, un cerebro superdotado, Sue Storm, su novia (y luego esposa y madre de sus hijos), Johnny, hermano de Sue, y Ben Grimm, colaborador de Richards y amigo de todos. Este cuarteto también comparte unas altas miras patrióticas. Si emprenden un viaje al espacio exterior, sin permiso oficial, es para adelantarse al bloque soviético; cuando Grimm se muestra reacio a secundarles, Sue le espeta: "¡Ben, tenemos que correr el riesgo… a menos que queramos que los comunistas lo hagan antes!". La dama ha tocado la tecla justa; ni una palabra más. Al salir de la órbita de la Tierra, los expedicionarios se dejan bañar por una lluvia de rayos cósmicos y de regreso a casa descubren que ese bautizo sideral ha alterado su estructura atómica. Según la versión común, cada personaje pasa a representar uno de los Cuatro Elementos: Agua, Aire, Tierra y Fuego; la verdad es más sutil y compleja.
Los rayos cósmicos actúan, de manera selectiva, exacerbando una simbología implícita en el carácter o rol de cada uno. El doctor Richards contempla atónito como su cuerpo adquiere la flexibilidad del pensamiento o, si se prefiere, la elasticidad del chicle (un símbolo muy americano, oiga); Sue descubre que puede aparecer y desaparecer a voluntad, estar y no estar, que es lo que les pedían a las amas de casa de entonces, ¿no?; el grandullón y tosco Ben se transforma en una mole pétrea, La Cosa, expresión de unos valores inamovibles como la lealtad (Esto no habría sido tan resultón de darse en la persona de Sue); y Johnny, para personificar el fuego de la juventud, se convierte en una Antorcha Humana, retomando un personaje del catálogo Marvel de finales de los años 30. No acababan aquí las novedades. Estos superhéroes no tenían personalidades secretas. Cada uno seguiría siendo quien fue, más o menos.
Quien peor lo llevará, por supuesto, es Ben Grimm, un héroe de físico monstruoso -otro afortunado hallazgo- que deberá conciliar un aspecto nada tranquilizador con ese pedazo de pan que tiene por corazón. En este punto entra en juego el brillante concepto que permitió a Stan Lee revolucionar la historieta, el de "superhombres con superproblemas". Lee comprendió que la vida de nadie seguiría siendo la misma después de sufrir una mutación como las reseñadas arriba y, en consecuencia, los personajes de la escudería Marvel nunca vivirán serenamente su nueva condición de superdotados. Aunque les permitan salvar el mundo un día sí y un día no, los superpoderes les provocarán no pocos quebraderos de cabeza en su cotidianidad; no conseguirán llevar vidas paralelas y estancas como las de Clark Kent/Superman o Bruce Wayne/Batman.
En el primer número, la serie adoptó un genuino enfoque aventurero: Mr. Fantástico (el alias del Dr. Richards) convoca a la banda para enfrentarse a un peligro típico de la Guerra Fría: la amenaza nuclear. En diversos rincones del planeta, varias centrales nucleares han sido atacadas desde el interior de la Tierra… El cuarteto tiene sobre el atril los pentagramas de un concierto compuesto expresamente para él. Viajan en un jet privado a una isla llamada De los Monstruos, cuya existencia se negaba apenas una viñeta antes, y se enfrentan a su primer archienemigo: el Hombre Topo, un desahuciado del mundo exterior, que se ha autoproclamado emperador del mundo de las profundidades y de las viscosas criaturas que lo habitan. Será el primer combate y la primera victoria de estos embajadores del superamerican way of life.
Su siguiente triunfo alcanzará mayores proporciones: Los 4 Fantásticos abrieron de par en par las puertas a Spiderman, Iron Man, Hulk, Thor, X-Men, Daredevil y un larguísimo etcétera. Además de salvar el mundo, habían salvado a la Marvel.
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