Cuentos de la Gran Bretaña Canterbury (II): Las calendas de enero

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El arquitecto francés Guillaume de Sens construyó la catedral de la ciudad con piedras que hizo traer de la francesa Caen

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Catedral de-Canterbury.
Catedral de Canterbury.
Juan López Cohard

29 de octubre 2023 - 06:43

Antes de entrar en la catedral de Canterbury, joya arquitectónica y obra maestra del gótico inglés, le dimos una vuelta por el exterior. Disfrutamos con cada una de las fachadas del imponente edificio diseñado en 1175 por el arquitecto francés Guillaume de Sens que no solo se inspiró en el gótico primitivo francés, sino que además construyó la catedral con piedras que hizo traer de la ciudad francesa de Caen.

Pudimos observar que Guillaume de Sens había disimulado los arcos arbotantes de la nave central con los contrafuertes visibles en la fachada. La planta, de cruz latina, consta de tres naves centrales. El transepto izquierdo de la nave transversal es gótico mientras que el derecho es románico y, sobre el crucero, se levanta la más bella torre del gótico perpendicular inglés, la Beil Harry, una obra magistral del arquitecto John Wastell que la levantó a finales del s. XV. Las dos torres de la portada fueron levantadas a finales del s. XIV por el arquitecto Henry Yevele.

El claustro de la abadía, con sus líneas perfectas, es un ejemplo del gótico perpendicular inglés y en él se encuentra una excepcional obra normanda del siglo XII, la pequeña Torre de Agua que contiene un pozo y una cisterna abovedada sobre pilares. Entrando en el interior de la catedral se respira el ambiente del macabro asesinato allí cometido. El de Tomás Becket. Allí murió por las espadas de unos nobles incitados por el rey Enrique II de Inglaterra. Se palpaba el dolor del arzobispo, mas causado por el amigo convertido en enemigo que por los aceros asesinos. Tomás no pretendía otra cosa más que preservar los derechos de la Iglesia frente a los intereses del rey que, como todos los reyes normandos, ansiaba un poder absoluto sin las limitaciones impuestas por el clero. Tomás Becket, una vez ordenado obispo y nombrado arzobispo Primado de Inglaterra, se convirtió en el más serio y capaz portavoz de la Iglesia y, por ello, en el mayor enemigo de un rey que antes fue su compañero inseparable en justas y juergas.

Recorrimos las tres naves principales contemplando los altísimos y estrechos arcos ojivales sobre pilares fasciculados que forman un abanico al llegar a la bóveda. Un halo de misterio, y yo diría que hasta de miedo, recorría nuestras venas. Avanzamos los cuatro entre un silencio aterrador. No había un alma en la catedral en esos momentos. Parecía como si hubiésemos viajado en el tiempo y nos encontráramos en el día del asesinato de Santo Tomás Becket. Subimos una escalinata y llegamos al crucero, cuya bóveda, ramificada como palmera de mármol, parecía estar tremendamente afectada por el suceso. Vimos el coro, otra obra maestra de Guillaume de Sens, románico normando con enormes capiteles de motivos florales, arcos apuntados propios de un gótico primitivo y bóveda de crucería. Al coro lo cierra la penumbra de una serie de tumbas y estatuas. Una vez fuera de él, al mirar hacia la esquina izquierda del crucero, tuvimos la horrible visión de lo que allí sucedió un 29 de diciembre de 1170, (la IV ante calendas de enero según el calendario Juliano vigente. El calendario romano tenía tres días al mes de referencia: el día 1, en el que se celebraban las calendas, el 7, las nonas y el 15, los idus. Los demás días se contaban antes de llegar a esas fechas).

Posiblemente la oscura y tenebrosa iluminación de la catedral ayudaba a imaginar -si es que fue imaginada- la situación. En lo que dura un relámpago, vimos a Tomás Becket, que habría acabado de celebrar la misa, ataviado con la casulla, bordada con finos hilos de oro de Amberes y con la mitra arzobispal deslumbrante, rodeado por cuatro caballeros armados con espadas. Uno le arrancó, de un letal mandoble, la mitra junto a la corona craneal. Mientras caía al suelo los otros individuos hundían en él sus aceros. Sus ricas ropas litúrgicas iban enrojeciendo por la sangre que manaba de sus heridas. Cayó muerto, tendido en el suelo y encharcado en su propia sangre, a los pies de sus asesinos que blandían sus ensangrentadas espadas. Eran cuatro caballeros normandos que creyeron servir así a su rey, Enrique II, cuando les dijo: “¿No habrá nadie capaz de librarme de éste cura turbulento?”

Encogidos por el miedo, continuamos nuestro recorrido por la catedral. No volvimos a mirar hacia el lugar donde fue consumado el magnicidio que, por cierto, está a los pies de un triforio (galería alta con ventanas) románico normando del siglo XII y un claristorio (bóveda que deja pasar la luz) gótico. Vimos la capilla donde se encuentra la tumba de San Lanfranco antes de subir una escalinata que nos llevó al Presbiterio y a la Capilla Mayor o Trinity Chapell, cuya traza es elíptica y parece alargarse desde el coro. Se ilumina, con una sobrecogedora visión, a través de las maravillosas vidrieras de inicios del siglo XIII. En el suelo está señalado el lugar de la tumba del santo arzobispo y lord canciller de Inglaterra.

Detrás de la capilla, en la girola, se encuentra la llamada cátedra de San Agustín, un trono de mármol del siglo XII usado para entronizar a los arzobispos. Casi toda la catedral está llena de sepulcros. De entre ellos, llamaron nuestra atención el de Enrique IV y el de su esposa Juana de Navarra, ambos del siglo XV. También es curioso el sepulcro del s. XIV de Eduardo de Woodstock, conocido como El Príncipe Negro. Un gran caudillo que destacó en la “Guerra de los 100 años” contra los franceses. Hijo de Eduardo III de Inglaterra y padre del rey Ricardo II; fue duque de Cornualles, príncipe de Gales y príncipe de Aquitania, pero nunca llegó a reinar Inglaterra ya que murió antes que su padre. El apodo le viene por el uso habitual de una armadura de color negro.

Antes de regresar hacia el deambulatorio, por el transepto derecho bajamos a la Cripta. Quizá la de mayor tamaño jamás construida. Es como otra catedral con cinco naves, casi todas ellas de estilo normando. En el extremo este de la catedral hay una capilla llamada “de la corona” porque allí se guarda como reliquia la corona craneal del santo. Desde el transepto izquierdo se accede a las dependencias monacales que son muy interesantes, casi todas de época normanda fundadas por el abad San Agustín y reconstruidas por San Lanfranco. Decidimos dejarlas a un lado y abandonar la catedral para recorrer la ciudad. Una ciudad que tuvo su esplendor gracias al asesinato de Tomás Becket ya que, con su santificación, se convirtió en uno de los centros de peregrinaje más importantes de Europa.

Nuestra primera parada, nada más salir de la catedral, dada la hora, fue en un pub de lo más typical english llamado, ¡cómo no!, Thomas Becket donde tomamos un magnífico pudin de yorkshire. Una macetita de masa hecha con huevos, leche y harina al horno, con una crema de queso, yogurt, nata, limón, sal y pimienta, y rellenas de salmón. Eso con una pinta de cerveza de grifo nos volvió a la vida.

A pesar de los destrozos causados por los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, Canterbury conserva su fisonomía medieval. Son numerosos los conventos e iglesias que se conservan de su época de esplendor. Llegó a tener más de 20 iglesias en el interior de las murallas y fuera de ellas. La iglesia que más nos llamó la atención fue la de San Martín. Su interés, entre otras cosas, radica en que fue en ella donde la reina Bertha rendía culto, antes incluso de la llegada de San Agustín de Canterbury. Construida con ladrillos romanos, conserva también vestigios sajones. Situada fuera de las murallas de la ciudad, es la más antigua de todas. Algunas, como la de St. Margaret, están dedicadas a usos seglares. En ésta concretamente se puede ver una recreación audiovisual de “Los cuentos de Canterbury”. También nos encontramos una buena muestra de edificios históricos que ponen de manifiesto el carácter medieval de la ciudad, pero son, sin duda, las casas más humildes, no todas medievales pues hay muchas georgianas, las que aportan a Canterbury un encanto especial. En la “Conquest House” (“Casa de la Conquista”), construida sobre un sótano normando fue donde se reunieron los asesinos de Becket antes de matarlo. Su fachada de estilo tudor esconde su origen medieval. Y, ya entrada la noche, volvimos a nuestro camping. Cenamos a la española y nos fuimos a descansar. La noche era muy fría y tenebrosa. Rememorando las calendas de enero hasta los muertos temblaban.

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