Desenredar a Louise Bourgeois

Entre otros méritos, la exposición dedicada a la artista francoamericana en el Museo Picasso permite descubrir cómo escarbaba en su propio pasado para explicar el presente

'Arch of Histerya' (1993), de Louise Bourgeois, expuesta en el Museo Picasso y vista aquí desde una perspectiva diferente.
'Arch of Histerya' (1993), de Louise Bourgeois, expuesta en el Museo Picasso y vista aquí desde una perspectiva diferente.
Isabel Guerrero

14 de junio 2015 - 05:00

SADIE Plant, filósofa y escritora, establece en Ceros + unos (1998) una relación directa entre el texto y la labor de las antiguas tejedoras. La trae a cuento la historiadora cultural y periodista Mithu M. Sanyal, en su historia de la representación -o más bien de la no representación, su negación- de la vulva: "[…] cuando las hilanderas, las tejedoras y las costureras cantaban, tarareaban una melodía o contaban una historia mientras hacían su labor, […] eran también productoras de redes". Así fue tejiendo Louise Bourgeois (París, 1911-Nueva York, 2010) su obra, durante siete décadas. La retrospectiva que acaba de inaugurarse en el Museo Picasso Málaga esta semana (dentro de un proyecto gestado en el Moderna Museet de Estocolmo, de donde procede la muestra impecablemente comisariada por Iris Müller-Westermann), recoge dos obras que sintetizan la extensa y compleja obra de la artista. La primera de ellas es Maman (1999), una de sus célebres araña-madre, la tejedora con nervios de acero, en palabras de la propia Bourgeois (environmental sculptures, para Griselda Pollock); la segunda, el bordado -Untitled (I Have Been to Hell and Back), 1996- del que se extrae un fragmento para titular la muestra, que podrá verse en la pinacoteca hasta el 27 de septiembre próximo (Louise Bourgeois. He estado en el infierno y he vuelto). Fugitiva de un infierno bélico que le pisaba los talones (en 1938 dejó Francia para instalarse con su marido, el historiador del arte Robert Goldwater, en Estados Unidos), se metió en otro que tomó forma de vida marital y familiar. Sin embargo, la artista experimentó un reconocimiento que no por tardío le impidió desarrollar su carrera. Fue la primera mujer a la que el MoMA le dedicó una retrospectiva, en 1982. La artista tenía 71 años, y lo único que había hecho en todo ese tiempo de semiolvido era trabajar. Jerry Gorovoy, su asistente y aliado, colaborador de la creadora durante sus últimos 30 años de vida (el que ha soportado su carácter, me comentaba el otro día una compañera; no menos problemático, se intuye, que el de artistas cuya cólera despierta admiraciones genuflexas), lo confirmaba el miércoles durante la presentación de la muestra: Bourgeois nunca tiró la toalla. Se limitó a crear.

Müller-Westermann ha eludido el planteamiento cronológico para entrelazar el texto de la exposición, que adopta formas circulares: nueve estancias la estructuran y conforman círculos que interseccionan entre sí, alternando obras que van de los años treinta del siglo pasado al siglo XXI, mezclando disciplinas, texturas, materiales, conceptos y obsesiones; dentro de un corpus inclasificable, el de una mujer que dio motivos para existir al arte feminista sin pertenecer, empero, a esta corriente. Loba solitaria, Bourgeois, como cualquier gran mujer, como cualquier gran hombre, sólo podía pertenecerse a sí misma. Desentrañando su propia psique, sí, y dejando atrás el psicoanálisis cuando deviene en fardo paralizador. El psicoanálisis era su arte, su obra.

La pertenencia -y por tanto fidelidad- a sí misma no era suficiente para concebir una gran obra. Y uno de los mayores logros de la exposición estriba en contemplar como Bourgeois escarbaba en su pasado para explicar el presente y tratar de resolver en el arte sus demonios y violencias (para sí y para los demás). El recorrido arranca con una estancia titulada La Fugitiva, en la que se retratan años de incertidumbre: simbolizadas por las Femme Maison (1947-90) de esta época, que irán evolucionando con mayor o menor inquietud a lo largo de su trayectoria artística y muestran a la mujer sepultada por la casa-prisión. La habitación de la Soledad, sinuosa y vertical, supone su estreno en la escultura, la disciplina que la llevará al estrellato artístico. Sus Personages son tótems humanos y conceptuales que, distantes en el tiempo, exploran dos de sus temáticas recurrentes: Woman with Packages (1949) es el autorretrato que la estigmatiza como mala madre; Love (2000), de factura más reciente, se antoja un ciclón carmesí e inestable (como lo son las relaciones sentimentales). Trauma es la habitación tradicionalmente bourgeoisiana, por aquello de las estrechas conexiones de su obra con el relato psicoanalítico; Untitled (2002), que abunda en los bustos compuestos de varias caras, es una de las piezas inéditas del proyecto, que muestra -primero en Estocolmo, ahora en Málaga- una treintena de ellas. En Couple (1996) señala al infiel padre como lo hiciera Sylvia Plath en su estudiadísimo poema, Papi; claro que a Sivvy su imperfección la hería, mientras que a Louise su imperfección la estimulaba. Prueba de ello es la pasmosa Fragilidad, estancia donde Ste. Sébastienne (1998), la versión femenina del santo asaetado, resulta heroína antes que mártir. Lejos de derrumbarse, camina erguida y fundida con la madre naturaleza.

Estudios del natural, Movimiento eterno y Relaciones son los espacios que mejor reflejan la exhalación de una Bourgeois que parte de sus emociones para resolverlas a través de cuerpos fragmentados, topográficos para la artista franco-americana. Sleep II (1967) pertenece a ese período, el despertar de una sublimación: falo durmiente y necesitado de protección del que la creadora se siente responsable (no en vano, es evidente la preponderancia de la presencia masculina en su vida). Inédita también, y hermosa en su fealdad, es Topiary (2005): la posibilidad de que el germen de lo bello radique en la mayor de las inmundicias. Movimiento eterno es, por su parte, el cenit de la exposición. La conciencia de la finitud se inserta a ese hilo ensartado con el que Bourgeois camina hacia la eternidad, circular y colgante en la impresionante Arch of Hysteria (1993), rodeada de una serie de infinitos entrelazados -À L'infini, 2008- de una Bourgeois que (¡todo hay que decirlo!), estudió matemáticas y geografía en la Sorbona. El territorio Relaciones es, por su cierta levedad e incluso jocosidad, un interesante reflexión en torno al Yo/Otro: comedias y dramas, acercamientos y lejanías, rupturas, enriquecimientos y vampirizaciones, dependencias y posesiones, tiranías y sometimientos… Es posible encontrar un reflejo en The Couple (2003), espirales de abrazos suspendidos en el espacio. O en la divertida Legs (1996), que recuerda la necesidad de tener, siempre, los pies en el suelo. Tomar y dar entronca perfectamente con la habitación anterior, pues profundiza en el quid de nuestras relaciones con los otros: si estamos dispuestos a dar o solamente a demandar. En este sentido, la escultura Untitled (2002) resuelve el interrogante, cual pulso inverso, en un tenso equilibrio de fuerzas susceptible de romperse en cualquier momento. I Love You (2005), plaquita discreta, es una declaración de amor a su ayudante -Gorovoy-, actor importansísimo en la elaboración de la exposición.

Equilibrio -la última de las habitaciones de la retrospectiva- es remate y balance, además de punto y seguido. Una de las famosas celdas de la artista se expone aquí (Cell XXVIII, 2004-05); no es más que la invitación de un templo particular, el de una Bourgeois que parecía, a un lustro de su muerte, haberse reconciliado consigo misma. Utilizando la memoria como archivo documental, sancionando a la mujer como sujeto escultórico, que no objeto de deseo (en la maravillosa The Eternal Thread is You, 2003)… Y cosiendo, como la madre arácnida que imaginó, un epitafio vitalista. Sirva mi traducción coloquial como homenaje: "Estuve bien jodida pero, ¡qué coño! Después de todo no ha estado tan mal esto de vivir".

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