Detrás de la sonrisa pintada
'V de Vendetta' (Planeta-De Agostini) de Alan Moore y David Lloyd es uno de los clásicos indiscutibles del cómic de finales del siglo XX, una intensa apología de la libertad
Todo texto echa raíces en un determinado contexto que deja su huella impresa. No importa si la historia está ambientada en un remoto ayer o en un porvenir inverosímil; el «aquí y ahora» desova puntualmente en los pliegues del relato y éste, en última instancia, acabará siendo una imagen frontal u oblicua de su tiempo. Muchos autores, conscientes de la "radical historicidad" del producto artístico, gustan de utilizar otras épocas (del pasado, del futuro) como máscaras del presente. La ciencia-ficción recurre conscientemente a dicha estrategia para, al construir los mundos del mañana, reflexionar sobre las dinámicas sociales en marcha. Como se recordará, en 1948 George Orwell se sirvió de una imagen especular, la de 1984, para desmontar la utopía estalinista. A este planteamiento responde la muy orwelliana V de Vendetta, la magistral distopía trágica escrita por Alan Moore e ilustrada por David Lloyd.
La historia es ésta: A principios de los años 80 del pasado siglo, la revista británica Warrior pidió a uno de sus dibujantes estrella, David Lloyd, una serie de misterio de ambientación retro; éste, a su vez, propuso a Alan Moore como guionista, quien, en un primer esbozo del proyecto, recurrió a una antigua idea sobre un vengador enmascarado. La trama debía ambientarse en la década de los 30, en el submundo gangsteril, aunque a Lloyd no le tentaba demasiado. Entonces, Moore se llevó la historia a un futuro próximo diseñado a partir de una serie de hipótesis plausibles. En 1981, el gobierno de Margaret Thatcher parecía tener los días contados; todo indicaba que la fuerte recesión económica y las altas tasas de desempleo se llevarían por delante a La Dama de Hierro. Si las siguientes elecciones, las de 1983, daban la victoria al Partido Laborista y si éste cumplía su promesa de desmantelar las bases de misiles norteamericanas en suelo británico, el país posiblemente se mantuviera al margen de un hipotético conflicto nuclear pero -barruntaba Moore- el aislamiento sería el caldo de cultivo para el fascismo, aún presente en el subsuelo inglés. Como Margaret Thatcher no fue desbancada hasta 1990, V de Vendetta acabó convirtiéndose en un comentario malévolo del thatcherismo.
Las primeras entregas de la serie aparecieron entre 1982 y 1985, en blanco y negro, en las páginas de Warrior y, tras desaparecer ésta, continuó su andadura bajo el estandarte de la DC Cómics, que publicó, ahora en color, tanto los capítulos conocidos como los pendientes. A David Lloyd le corresponde uno de los mayores aciertos del cómic: el protagonista endosaría la máscara de Guy Fawkes, un popular personaje arrestado el 5 de noviembre de 1605, y posteriormente ejecutado, por pretender dinamitar el Parlamento británico y asesinar al rey. Desde entonces, una efigie suya es quemada la fecha que conmemora su captura. Moore aplaudió alborozado el hallazgo y confesó que finalmente se le haría justicia al intrigante Fawkes pues, contrariamente al uso común, según Moore, cada 5 de noviembre debería conmemorarse precisamente que alguien intentara hacer saltar todo por los aires.
La acción arranca en un futuro (ya pasado) 5 de noviembre de 1997. El gobierno de Inglaterra está en manos de un líder fascista, un Gran Hermano paternal y desaprensivo, que controla la población gracias a una tupida red de cámaras y a un férreo cuerpo policial (Poco se sabe del resto del mundo, quizás aniquilado en una hecatombe atómica). Ese 5 de noviembre, un enmascarado cumple el sueño no realizado de Guy Fawkes y reduce a escombros el Parlamento. El aparato de propaganda gubernamental, con extrema prontitud, convierte el atentado en una "demolición controlada" del edificio, realizada a altas horas de la noche para ahorrar molestias a la ciudadanía. Una a cero a favor del orden vigente, aunque esté no cantará victoria durante mucho tiempo. Acto seguido, el enmascarado acaba con varias figuras pertenecientes a la élite nacional. En la acción justiciera de V -que cita sin petulancia a Shakespeare o William Blake- despuntan vagos motivos personales, prontamente ensombrecidos por un plan de mayor calado. No se trata de saciar la propia sed, sino la de un pueblo. Ni de eliminar a unos cuantos canallas, sino de erradicar una ideología.
¿Qué hay detrás de la sonrisa pintada en la máscara? Detrás de esa sonrisa cómplice y burlona hay una invitación a salir del marasmo. El justiciero no pretende convertirse en héroe, sino en inspiración. Su objetivo es avivar los ánimos en una sociedad apática en la cual los márgenes de actuación del individuo son más restringidos de cuanto nos gustaría creer. V de Vendetta es un canto a la libertad, tan necesaria ayer como hoy, entonado con una rara intensidad.
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