El Diablo prefiere el 'blues'

Cambayá Records rinde homenaje al legendario Robert Johnson con el lanzamiento de un álbum dedicado a su legado y un concierto en el Teatro Cervantes el próximo día 30

Pablo Bujalance

14 de octubre 2012 - 07:36

Si toca hablar de blues, necesariamente hay que hacerlo de Robert Johnson (1911-1938), el "más grande representante del género" según Eric Clapton (quien lanzó en 2004 el álbum Me & Mr. Johnson, toda una declaración de intenciones, cuando ya había revisado buena parte del repertorio de su mentor), el responsable (con permiso de Muddy Waters) de la acuñación formal y estructural de la raíz africana en la música popular americana y el maestro indiscutible de los mayores guitarristas, no sólo del blues sino del rock (y también del flamenco si atendemos a fenómenos como Pata Negra). Al mismo tiempo, Robert Johnson constituye un enigma del que no se sabe casi nada: de él sólo quedan 29 grabaciones registradas en 1936 y 1937 y apenas un par de fotos fiables. Entregado en carne y hueso a su arte, a la manera de los primeros genios de la humanidad, Johnson se empeñó en no dejar rastro y en encauzar todas sus energías a mejorar su técnica a la guitarra. Tanto fue así que la leyenda sobre su supuesto pacto con el Diablo, por el que decidió vender su alma al Maligno a cambio de la mayor dosis de inspiración instrumental posible, prendió ya poco después de su muerte. Como veremos, más allá del colorido que el episodio aporta a su extraña biografía, el asunto de la magia negra encaja bastante bien con el músico que más y mejor supo implantar la raíz africana en la música rural del sur de Estados Unidos.

La cuestión es que la celebración el año pasado del centenario del nacimiento de Johnson se tradujo en cientos de homenajes y festivales por todo el mundo. El blues, al igual que el jazz, logró convertirse en un lenguaje universal y a ningún músico del planeta le resulta ajeno. El género es moneda de cambio habitual en toda Europa, América Latina, Oriente Próximo y sobre todo África, donde se siguen escribiendo algunas de las páginas más brillantes en la actualidad merced a un proverbial ejercicio de ida y vuelta: el blues es la base sobre la que se entonan los cantos bereberes en los campamentos del Sáhara, la reivindicación de la libertad contra el integrismo islámico en Tombuctú, el ingrediente ideal para enriquecer la makossa en Camerún y la gran herencia de la música negra en Sudáfrica desde el apartheid. Si la mayor puesta al día del funk no aconteció en América, sino en Nigeria de la mano de Fela Kuti, lo mismo puede decirse del blues con Ali Farka Touré en Mali como ejemplo decisivo.

En España, como veíamos, el blues encontró un cauce esencial a partir de finales de los 60 gracias a su comunión con el flamenco (la fusión, al igual que ocurre con el jazz, ha sido el medio más común para la universalización del género). Sin embargo, curiosamente, el registro también alcanzó altas dosis de popularidad en su acepción más fidedigna al espejo norteamericano, no con tanto éxito como en el Reino Unido (donde visionarios como Jimmy Page y Keith Richards hallaron la clave para formalizar el trasvase del blues hacia el rock sin desdibujarlo y sin restarle espontaneidad, estrategia que en la Península no llegó a cuajar) pero con una nómina ejemplar de cantantes e instrumentistas. Uno de los centros más importantes en este sentido ha sido Antequera, especialmente desde 1985, cuando Cambayá Records, el sello creado por Antonio Blanco, comenzó a dar cobijo a los bluesmen nacionales, apartados por las radiofórmulas y la pacatería servil de la Movida. Ahora, casi treinta años después, Cambayá se suma al homenaje y entra por derecho propio en el Siglo I después de Robert Johnson con un proyecto que reúne a los músicos más destacados que en todo este tiempo han pasado por sus estudios bajo el lema La Cambayá Blues Reunión. El proyecto presenta a su vez dos grandes iniciativas: el lanzamiento de tres álbumes en los que estos músicos recrean el repertorio de Johnson (el primero, Robert Johnson Songs Vol. 1, ya está a la venta) y un concierto especial que se celebrará el próximo día 30 en el Teatro Cervantes, con todos los activos de la agencia Cambayá subidos al escenario.

En La Cambayá Blues Reunión están todos los imprescindibles. No podía faltar José Fernández Lito, la gran autoridad del blues en España y verdadero estandarte del sello antequerano, así como algunos de quienes le han acompañado o le acompañan en la Lito Blues Band, como la cantante neoyorquina Suzette Moncrief y el bajista Jorge Blanco. Además de Lito, las guitarras quedan en manos de Cepeda, Lolo Ortega, Francisco Simón y Tonky de La Peña, mientras que Richard Ray Farrel y Jeff Espinosa aportan también voz y oficio. El británico Phil Wilkinson presta el color del Hammond, mientras que el suizo Nico Huegin se sienta a la batería. A falta de verlos todos juntos el próximo día 30, lo cierto es que el primero de los discos dedicados a Robert Johnson promete mucho y bien. La producción es directa, artesana, con la dosis apropiada de sabor añejo pero ambiciosa en la exposición de cada detalle. El repertorio de este primer álbum incluye tantos himnos incontestables (Cross Road blues, con una Moncrief en estado de gracia) como piezas menos conocidas pero reveladoras (la estremecedora If I had possession over judgement day, para la que Johnson cambió la afinación de la guitarra en un orden que posteriormente fue adoptado hasta la saciedad en el rock y en el blues) y otras más reveladoras de una intención actualizadora, o al menos celebrantes de las posibilidades del blues en el medio contemporáneo (Drunken hearted man, donde la guitarra lleva la tonalidad al límite en un océano de aparente calma bajo el solo de armónica). Ninguno de los músicos oculta sus escuelas: conviven aquí la ortodoxia norteamericana, la mediación británica, las influencias muy posteriores a Johnson y la reivindicación de la singularidad. Pero, por decirlo de manera directa, esta primera entrega de Robert Johnson Songs constituye una de las más felices noticias para el blues hecho en España de los últimos años. Y, sobre todo, abre puertas a la perpetuidad y el futuro del género haciendo acopio de tres décadas de aprendizaje y tradición.

Volviendo al primer responsable de todo esto, ¿qué ganó exactamente Robert Johnson a cambio de vender su alma a Belcebú? Quizá en esos extremos nunca se gane lo suficiente, pero, a poco que se ahonde un poco en la materia, cabe concluir que el músico abrió más puertas de las que él seguramente supo. Cuando B. B. King se refiere a su empeño en hacer hablar a su Lucille casi siempre termina señalando a Robert Johnson, y aquí se encuentra parte del quid de la cuestión. Por más que siempre se le haya considerado el gran fundador de la práctica guitarrística del blues, el modo en que Johnson lo cantaba fue tanto o más revolucionaria. También Eric Clapton afirmó que nadie "ha llegado a expresar un lamento tan profundo a través de la voz como Robert Johnson". La voz fue, ciertamente, un elemento esencial para el pionero, y en buena medida cuanto inventó a la guitarra nació por su empeño en trasladar al instrumento la cadencia, el timbre, el silencio y hasta la respiración del canto. Si el blues, en su origen antropológico, tiene su raíz en la expresión de la fatiga por la esclavitud, en un ritmo mecido al compás del martillazo en la vía o de la recogida de la cosecha, lo que Jonhson pretendió fue que su guitarra emitiera ese mismo ay que su voz, la voz de los afroamericanos sometidos, pregonaba con absoluta precisión. Y lo consiguió, precisamente, adoptando una noción musical netamente africana no exenta de significados mágicos: la que considera que los instrumentos no suenan, sino que hablan. Un ejemplo de libro es el talking drum, extendido en buena parte de la costa occidental de África, que imita precisamente el habla humana. También la kora, arpa fabricada con una calabaza y muy frecuente en Mali, recuerda permanentemente al canto. El primer intento de percusión afinada no es otro que la marimba de Guinea, cuyo modelo no fue otro que el arco melódico de la voz. Johnson recogió este acervo, lo implantó en las seis cuerdas y nada volvió a ser igual en la historia de la música. La técnica del slide, que se le puede atribuir por méritos propios, no es más que un apoyo para reforzar las posibilidades hablantes, incluso discursivas, de la guitarra. Y aunque otros como el mismo B. B. King lograron sorprendentes resultados con la púa (Johnson tocaba con los dedos, en un arpegio sincopado muy clásico pero de poderosas posibilidades armónicas), ya todo había quedado hablado. En el pleno sentido del término.

Robert Johnson es leyenda, pero su música es materia propia del presente. Aquí está La Cambayá Reunión para demostrarlo.

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