Dramática de los espectros

Crítica de Teatro

Representación de 'Así pasen cinco años', ayer, en el Teatro Cervantes.
Representación de 'Así pasen cinco años', ayer, en el Teatro Cervantes. / Javier Albiñana

La ficha

'Así que pasen cinco años' Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 24 de enero. Producción: Atalaya y Centro Dramático Nacional. Dirección y dramaturgia: Ricardo Iniesta. Texto: Federico García Lorca. Reparto: Raúl Sirio, Elena Aliaga, Carmen Gallardo, Manuel Asensio, María Sanz, Jerónimo Arenal, Raúl Vera, Silvia Garzón y José Ángel Moreno. Aforo: Unas 400 personas.

Después de algunas obras que, con mayor o menor fortuna, han ofrecido en lo que llevamos de temporada ciertas aproximaciones al tótem lorquiano, entre el mito y el hombre, entre el poeta y el amante, entre esto y aquello, bendecidas por el pedestal que sostiene al granadino a cuenta tanto de su obra como del trágico desenlace de su biografía, se echaba en falta, pardiez, lo más evidente: que alguien representara a Lorca sin dar más vueltas. Y, más aún, que lo representara como es debido. La compañía Atalaya ha vuelto a asumir este reto con Así que pasen cinco años, una de las obras que con más determinación marcaron a fuego sus inicios, en un nuevo montaje coproducido por el Centro Dramático Nacional que, tras su exitosa estancia madrileña, llegó ayer al Festival de Teatro de Málaga. Y sí, lo visto brinda exactamente lo que se esperaba: una inmersión en la particular poética lorquiana asumida como feliz aquelarre escénico. He aquí, al fin, entre tanta fascinación por Lorca y sus augurios, una ocasión en la que se le deja hablar al autor. Y conviene recordar que, más allá de su aroma fatal y de su calidad de oráculo funesto, Así que pasen cinco años representa el primer envite de Lorca contra sí mismo para ser otro; en consecuencia, el montaje que dirige Ricardo Iniesta esquiva cualquier tipo de impostura prolorquiana, deja a un lado todas las consideraciones míticas y tópicas y se rige estrictamente por la poética, o más bien por el subrayado dramático de la misma. El espectáculo lleva a Lorca a donde se merece: a cierto reflejo del teatro de una vanguardia que únicamente podía concebirse en clave continental. Lo hace hablando de tú al autor. Y con un éxito artístico, de paso, más que notable.

La puesta en escena reactiva con acierto algunos de los lenguajes estéticos más poderosos de la época en que la obra fue escrita, con especial querencia por el expresionismo, que tan bien encaja en el lenguaje dramático de Atalaya (la iluminación se erige en protagonista con sus abrumadoras sombras), así como por el surrealismo (especialmente en la escenografía, resuelta a base de espejos y escaleras además de diversos elementos móviles) y el cine (los encuentros de la novia y la criada evocan directamente a Buster Keaton). A partir de aquí, si algo destaca en este proyecto es el modo en que el juego dramático corre en paralelo a una poética tan abultada e imposible como la de este Lorca, enriqueciéndola, interpretándola, revisándola e incluso, a veces, poniéndola en cuestión a través de una capacidad asombrosa para crear imágenes perdurables. Sin apartarse un ápice de Lorca, el montaje habla por sí solo en numerosos frentes, desde el vestuario (genial el descenso celestial del vestido de la novia) y el movimiento (la coreografía de La leyenda del tiempo) hasta, muy especialmente, la música, uno de los mayores ases de Atalaya y evocadora aquí en sus aires circenses.

Pero Así que pasen cinco años es una obra sobre los efectos del paso del tiempo. Lorca hace suyo a Heráclito al prefigurar un río en el que nada vuelve a ser lo mismo y en cuyo transcurso todos, vivos y muertos, quedan reducidos a espectros. Aquí, felizmente, el tiempo se erige en protagonista absoluto gracias a escenas de impacto como la del niño muerto. Es cierto que algunos pasajes se sostienen con menos nervio y que el conjunto es un tanto irregular, pero a ver quién sale así de indemne ante este Mihura. Yo, por si acaso, doy mi reino por Carmen Gallardo. Bravo.

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