España como chapuza

Pepe Gotera y Otilio son dos de las creaciones más famosas de Ibáñez, un autor que, a través de la historieta, ha retratado nuestro país de manera cáustica

España como chapuza
España como chapuza

Pepe Gotera vestía chaqueta y corbata; Otilio, un mono de faena. Ambos tenían la cocorota monda y lironda, pero el primero disimulaba su vergüenza con un sombrero señoril, ora verde, ora rojo, mientras el segundo lo hacía con una gorra a juego con el mono. No sólo la vestimenta marcaba la diferencia. Pepe Gotera era enjuto y cascarrabias, Otilio regordete y bonachón. El primero tenía un bigotito algo mamarracho, mientras el segundo carecía de todo signo externo de poder. En tanto patrón, Pepe Gotera era el que cortaba el bacalao; como empleado, a Otilio le tocaba doblar el espinazo. El primero sólo pensaba en cobrar los trabajitos, el segundo en comer. Luego las cosas salían mal por culpa de uno u otro, o por esa mala gente que camina por ahí, y les llovían tortazos por igual. En esto no se hacía distingos, la circunstancia era la misma para los dos.

Si uno creyera en ello, diría que Pepe Gotera y Otilio representan a esas dos Españas de las cuales, a los españolitos que venimos al mundo, debe guardarnos Dios pues, según el poema, una de ellas habrá de helarnos el corazón. Ciertamente, el único vínculo que los unía era el de una honda adversidad, renovada de una historieta a otra. No había equilibrio entre ellos, ni siquiera conatos de entendimiento; nada que ver con la civilizada relación existente entre otros señores y subalternos del cómic, como Batman y Robin o Astérix y Obélix. Pepe Gotera y Otilio estaban condenados a compartir viñetas y tribulaciones y convivir en una España vista como una monumental chapuza. Francisco Ibáñez fue también el padre de estas criaturas dejadas de las manos de Dios. El planteamiento seguía a pies juntillas el de los archifamosos Mortadelo y Filemón, aunque se distinguiera finalmente por un enfoque más doméstico.

Pepe Gotera y Otilio nunca alcanzaron el éxito de estos últimos. Tuvieron, sin embargo, suficiente proyección como para definir a un tipo de profesional sin titulación que lejos de solucionar problemas caseros, los provoca sin interrupción. Estos entrañables personajes debutaron en 1966, en las páginas de Tío Vivo (La revista, en manos de la editorial Bruguera desde 1960, había iniciado una segunda etapa y una nueva numeración desde 1961). En la época en que vieron la luz, España estaba levantando la cabeza, un poco, no mucho, pero seguía siendo un país deficitario. Entonces, para ser fontanero, electricista o albañil bastaba con echar una llave inglesa, un destornillador o un palustre en la caja de herramientas. No había formación de profesionales y no se exigía mucho más. La autarquía franquista había implantado la mentalidad del apaño; la ciudadanía se contentaba con un parche en el roto y unas puntadas mal dadas en el descosido.

La distancia suele ofrecer una perspectiva ventajosa de los hechos. Y desde esta distancia de décadas, uno no puede sino elogiar el tono escasamente celebrativo de las historietas de la escuela Bruguera. Bastaría comparar el tebeo patrio de aquellos años con el cómic norteamericano o con la bande dessinée francesa para descubrir una mirada inusualmente cáustica, desencantada y desconfiada, que contribuiría de manera decisiva en la educación sentimental de sucesivas hornadas de compatriotas. La concordia brilla por su ausencia: Pepe Gotera está permanentemente tirando trastos a Otilio o esquivando los que les arrojan terceros. España no era, como el París de Hemingway, una fiesta. España era una zahúrda, un sinónimo de pocilga, que servía asimismo para darle nombre al desorden. España era, lo repito, una chapuza.

Como todo producto cultural, la serie es un impagable testimonio oblicuo de un tiempo y un lugar afortunadamente idos, pero además, y esto sería suficiente, un producto francamente divertido, una inagotable torrentera de gags verbales y visuales. Pepe Gotera y Otilio fueron la enésima demostración del talento impar de Francisco Ibáñez, un artista de trazo dinámico, cuyos dibujos parecen estar renovándose en el instante mismo de pasar la página. Hablamos de un caso único, de un autor prolífico e inventivo como pocos: en 1966, cuando aceptó el envite de crear este tándem, Ibáñez dibujaba una media de veinte páginas semanales para los rotativos de Bruguera. Era el perfecto contrario de sus personajes, un profesional como la copa de un pino. No hay exageración en lo que sigue: Francisco Ibáñez es al tebeo español lo que Lope de Vega a nuestro teatro.

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