Esperpento: mirada del ciego

El Teatro Cánovas recibe la semana próxima 'La noche de Max Estrella', un montaje del Centro Andaluz de Teatro que adapta 'Luces de bohemia' de Valle-Inclán en el 75 aniversario de la muerte del escritor gallego

Ramón del Valle-Inclán (1866-1936), padre del esperpento.
Ramón del Valle-Inclán (1866-1936), padre del esperpento.
Pablo Bujalance / Málaga

13 de noviembre 2011 - 05:00

En 1920, a sus 54 años, Ramón del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, 1866-Santiago de Compostela, 1936) había cosechado ya buena parte de los elementos que habrían de convertirlo en leyenda. Era por entonces un escritor reconocido, al menos de cierta notoriedad, gracias a obras como el ciclo de las Sonatas del Marqués de Bradomín y su serie de novelas dedicada a las guerras carlistas, aparecidas entre 1908 y 1909. Pero lo cierto es que todavía a esas alturas la publicación de sus obras requería esfuerzos titánicos y enormes dosis de paciencia. Su ensayo La lámpara maravillosa, que había concluido en 1916, acababa de llegar a las librerías. Y su tragicomedia de aldea, Divinas palabras, que había escrito un año antes, no se estrenaría hasta 1933 y no volvería a representarse después hasta 1962. Repartía por entonces Valle-Inclán su tiempo entre el Madrid de sus tertulias y la casa gallega de Cambados, un pazo que se empeñó en mantener a toda costa, a pesar de la imposibilidad económica de hacer frente a sus gastos, para explotar el terreno agrícola y criar allí a sus hijos (en 1925 desistiría y se instalaría definitivamente en Madrid). En su retiro gallego, el escritor había modificado sensiblemente su imagen: mantenía las imponentes barbas de chivo a las que cantó su amigo Rubén Darío, pero había cambiados sus ponchos mexicanos y otras prendas llamativas por la rigurosa etiqueta negra que lo acompañaría hasta la muerte. Seguía haciendo gala de la condición de manco que disfrutaba desde 1899, cuando la cesárea disputa con Manuel Bueno le hizo perder el brazo y abandonar su sueño de ser actor. Fue en este 1920, y en tal trasiego, cuando Valle-Inclán pronunció por primera vez en voz alta la palabra esperpento. Y la traducción de lo que quiso decir con aquel término consistió en la escritura aquel mismo año de una obra capital dentro del teatro universal: Luces de bohemia.

La próxima semana, del 17 al 19 de noviembre (con funciones matinales para estudiantes desde el 15), el Teatro Cánovas acoge la representación del montaje del Centro Andaluz de Teatro La noche de Max Estrella, una lectura de Luces de bohemia dirigida por Francisco Ortuño, interpretada por Carlos Álvarez-Novoa y producida en colaboración con el Centro Dramático Galego. La propuesta, estrenada recientemente en Sevilla, se puso en marcha en el contexto del 75 aniversario de la muerte de Valle-Inclán, así que conviene recordar y puntualizar (si es que se puede) qué es exactamente Luces de bohemia y qué representa casi un siglo después de su escritura. Basta partir de una premisa: no es descabellado decir que ninguna de las piezas teatrales escritas en España durante la misma época mantienen la categoría de clásico, el alcance estético y humano y la capacidad de ampliación de sus propios significados de la que nos ocupa.

El mismo Valle-Inclán brindó algunas definiciones, a menudo confusas y contradictorias, del esperpento. Quizá la más ilustrativa es la que sigue: si Homero miraba a sus personajes desde abajo para realzar su figura heroica y Shakespeare los miraba a los ojos para subrayar su humanidad, Valle-Inclán los mira desde arriba para abordar una aproximación patética a la existencia. No se trata por tanto de ahondar en la deformidad porque sí: lo deforme no es tanto un ánimo intelectual como una consecuencia. El primer objeto plenamente esperpéntico de Valle-Inclán fue Max Estrella, el protagonista de Luces de bohemia, poeta ciego, miserable "hiperbólico y andaluz" e inspirado en la figura de Alejandro Sawa (1862-1909), escritor sevillano que estudió en el Seminario de Málaga y que murió solo y (tal y como atestiguó el propio Valle-Inclán en una carta escrita a Rubén Darío) lleno de rabia y frustración ante la imposibilidad de publicar su obra. Durante un periodo de casi 24 horas, Valle-Inclán guía al espectador / lector a lo largo de la última jornada del poeta en un Madrid decadente y polvoriento. Estrella es despedido de la redacción de un periódico, visita librerías, procura algunos pagos, vende su capa para conseguir dinero, se encuentra con Rubén Darío en el Café Colón, discute sobre filosofía y política con una galería de personajes que tiende a la animalidad para reforzar su intención caricaturesca a la vez que en las calles hierve la incipiente revolución proletaria, visita a las prostitutas junto a su amigo Don Latino y asiste a un fusilamiento mientras, en cada momento, el recuerdo de la vida bohemia y parisina visita su memoria con destellos propios de lo irrecuperable. Enfermo, maltrecho, desprovisto ya de connotaciones humanas (lo que a su vez permite multiplicarlas) y convertido en grado exponencial del esperpento, abandonado de sus amigos (Don Latino le roba la cartera, con un billete de lotería que será premiado la noche después en su interior, antes de dejarlo a su suerte) e incapaz de solventar las deudas que condenarán a muerte a su mujer y a su hija, Max Estrella expira en el portal de su casa. Valle-Inclán construyó un mundo implacable en el que las ideas mandan y el hombre es una sombra. Y que pervive, hoy, entero.

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