Gerardo Rueda. Pasión y estilo

El Mupam exhibe una antológica del artista en la que se expresan muchos de los extremos que supo conciliar como lo geométrico y lo irregular, lo rotundo y lo sutil

Gerardo Rueda. Pasión y estilo

17 de marzo 2011 - 05:00

Llegados a la última sala de esta exposición antológica de Gerardo Rueda (1926-1996), verdadera oportunidad para enfrentarnos a la silenciosa obra del artista abstracto-geométrico y a su pausada y coherente evolución sale al encuentro el enorme díptico Pasión y estilo II (1994). Ante él, compuesto por un cuerpo de espacios geométricos a colores planos frente a otro con texturas, manchas y gestos dispuestos aleatoriamente, se siente que en ésta quedan expresados con meridiana claridad muchos de los extremos que Rueda supo conciliar, tanto como confrontar, en casi todas sus obras: lo geométrico y lo irregular, lo rotundo y lo sutil, la arquitectura o construcción y la poesía, lo autorreferencial y lo sugerente, lo plano y la profundidad, la idea y la acción, lo recto y lo torcido, lo callado de sus superficies con colores planos y el rumor de las texturas, la razón y la pasión. En definitiva, la naturaleza y condición dual o dialéctica.

Desde la primera pieza de la exposición, un paisaje urbano de 1946 realizado con apenas 20 años, Vista desde mi ventana, la elección y el tratamiento de un bloque de pisos refleja ya su proverbial predilección por las formas y ordenaciones geométricas. Ese interés temprano le llevaría a transitar por distintos estadios y estribaciones de la abstracción geométrica, de la cual se convertiría en uno de los autores fundamentales. El conjunto de piezas (60) ofrece la posibilidad de recorrer esos itinerarios y apreciar las variaciones y soluciones que adopta el artista madrileño.

Desde mitad de los cincuenta y hasta finales de esa década, la abstracción geométrica que realiza Rueda sugiere paisajes y construcciones; emplea una paleta de colores claros y tonos bajos aplicada de un modo desvaído, consiguiendo exquisitas piezas en las que prima lo lírico y lo delicado. Al final de esta década su paleta se hace más contundente -más castiza- y su abstracción menos ordenada y más expresiva, perdiendo cualquier indicio figurativo. Con la llegada de los sesenta, Rueda abrazó una estética depurada y normativa que contrarrestaría con matices y texturas. Es el momento de sus obras monocromáticas y del trascendental salto de la pintura a la esculto-pintura (o al assemblage), esto es, construir el cuadro, o lo pictórico, con distintos cuerpos geométricos (estructuras en madera por lo general) que avanzan, se retranquean o dejan ver a través de huecos y hendiduras el plano último o trasero, originando una verdadera sensación -y no sólo ilusión- de profundidad. Este nuevo registro es el que nos permite hablar con propiedad del paso de superficie a espacio pictórico, así como del paso del figurado construir formas -pintarlas- a hacerlo literalmente.

Los huecos, entrantes, cornisas y cuerpos que sobresalen unos sobre otros, además de suponer una ruptura de lo plano mediante elementos y superficies planas, convierten la experiencia contemplativa en fluctuante, ya que con nuestro movimiento descubrimos esos espacios abiertos y las sombras que arrojan van variando la apariencia de las piezas durante el proceso de recepción.

Durante los ochenta y noventa, Rueda vuelve a imprimir a sus cuerpos geométricos ciertos rasgos icónicos, componiendo incluso aproximaciones a bodegones (Morandi o Lipchitz parecen ser homenajeados). Los collages de estas fechas confrontan su tradicional vocabulario de formas regulares con sugerentes texturas, tramas y materiales extra-artísticos, extremos que, en cambio, se funden en sus esculto-pinturas.

El viaje por la evolución de Rueda enriquece su imagen gracias a que se rescatan piezas y periodos que escapan a la imagen más reconocible del artista, tendente a lo normativo y depurado. Esto nos lleva a concluir que si la forma abstracta y esencial, ordenada y armónica, fue la razón de Rueda, sus pasiones fueron el color y las texturas.

Es una lástima que el montaje no esté a la altura de la obra y la oportunidad que representa esta antológica. La dificultad de las salas de exposiciones temporales del Museo del Patrimonio no es razón suficiente para que nos encontremos espacios desangelados, lienzos de pared vacíos y otros con una gran acumulación de piezas que, en algunos casos, llegan a interferir entre sí, así como la iluminación sin matices que impiden valorar en toda su plenitud algunas piezas.

Salas de exposiciones temporales del Museo del Patrimonio Municipal. Paseo de Reding 1. Hasta el 27 de marzo.

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