Cultura

El Greco Cuatro siglos de pintura exaltada

  • El 7 de abril de 1614 fallecía en Toledo el artista cretense al que Picasso tanto admirara por su modernidad

"Los grandes innovadores del arte se concentraron a menudo en las cosas esenciales sin preocuparse por la técnica en el sentido corriente". Lo afirmaba Gombrich en su imprescindible Historia del Arte refiriéndose a Tintoretto y a las críticas que sobre su técnica vertió Vasari, para quien las obras del veneciano se echaron a perder por su ejecución descuidada y gusto excéntrico.

El desconcierto que provocaba el carácter inacabado de las obras de Tintoretto, y su interés por mirar los mitos del pasado y los motivos religiosos desde un ángulo inédito, llegaron infinitamente más lejos con la obra de un pintor nacido en 1541 en Candía (capital de la isla de Creta, entonces territorio de la República de Venecia): Domenicos Theotocopoulos, de cuya muerte el 7 de abril de 1614 en Toledo se cumplen cuatro siglos.

El Greco llegó hacia 1567 a Venecia, donde fijó su residencia, y su orientación pictórica cambió por completo. Venía, como recuerda Gombrich, "desde un lejano lugar que no había desarrollado ninguna especie de arte durante el medioevo". Acostumbrado a ver en su tierra la actitud rígida y solemne de los santos de la pintura bizantina, y nada obsesionado por la corrección del dibujo, no le desagradó en absoluto ese carácter bizarro y extravagante de la pintura de Tintoretto. Es más, sintió por ella y por el estilo derivado de Veronés una inmediata fascinación que le animó a plasmar él mismo los temas sagrados de modo agitado y con colores exaltados.

Hacia 1570 hay evidencias de su paso por Roma, donde conoció el arte de Miguel Ángel. Su presencia en España está documentada ya en 1577 y, aunque los motivos del viaje no están del todo claros, parece que pudo sentirse atraído por la demanda de pintores italianos para intervenir en el proceso decorativo de El Escorial. Las puertas de dicho monasterio, entonces en construcción, se le cerraron, pero a cambio Toledo le acogió y le brindaría hasta su muerte una amplia clientela, no sólo eclesiástica, sino intelectual y aristocrática.

Se ha escrito mucho sobre cómo El Greco conectó con aquella España espiritual del siglo XVI, con las visiones místicas de Teresa de Ávila y de un inspirado San Juan de la Cruz que renovaba la lírica con sus versos, punto de encuentro entre el Cantar de los Cantares, los cancioneros populares del Renacimiento y la poesía culta italiana. Lo cierto es que, aunque muchos de sus contemporáneos preferían un arte inspirado en la lógica, y Felipe II desestimó su obra, el desdén de El Greco por las formas y los colores naturales, sus atrevidas y dramáticas composiciones, conectaron con un público fiel que reivindicó su talento, comenzando por la Catedral de Toledo, que le encargó El expolio de Cristo que el Prado exhibe, recién restaurado, hasta el día 15. Fue años después muy apreciado como retratista por Velázquez, como creador de atmósferas por Goya y, en el tránsito al siglo XX, se convirtió en uno de los pintores que mejor encarnaba la singularidad española.

El Greco fue radicalizando con el tiempo su estilo manierista y el sentido de la luz y del color en sus escenas, hasta el punto de que obviaba la ley de la gravedad permitiendo a sus personajes despegar los pies del suelo. Una prueba de esta tendencia es el célebre lienzo La apertura del quinto sello del Apocalipsis, una de sus obras maestras que, atesorada por el Metropolitan de Nueva York, viajará en verano al Museo del Prado convertida en pieza central de la muestra El Greco y la pintura moderna. Este cuadro, como la turbadora Vista de Toledo en la que la crítica encuentra ecos del célebre lienzo La Tempestad de Giorgione, ilustran el interés que los coleccionistas americanos tuvieron desde finales del XIX y durante todo el siglo XX por su obra. La apertura del quinto sello del Apocalipsis inspiró a Picasso la disposición de las figuras que integran Las señoritas de Aviñón, la obra que inauguró el cubismo y se conserva como una joya en el MOMA de Nueva York. El malagueño tuvo ocasión de estudiarla en París, en el taller de Ignacio Zuloaga, que la había comprado en 1897.

Los plutócratas americanos, como Henry Clay Frick (que estableció en la Frick Collection de Nueva York, uno de los más bellos museos del mundo, su colección) y por supuesto Archer Milton Huntington, contribuyeron a la apreciación y cotización del Greco en los Estados Unidos. Un cambio de mentalidad en el que tuvo un papel esencial Louisine Havemeyer, la esposa del millonario Henry O. Havemeyer, quienes descubrieron la obra del artista durante un viaje al Museo del Prado y luego a Toledo, contactando incluso con Manuel Bartolomé Cossío, que en 1908 publicó una monografía sobre el pintor, decisiva para su apreciación internacional, que le redescubrió con ojos modernos. El Greco deja de ser visto como el creador de inquietantes escenas religiosas para ser admirado como pintor que exalta la subjetividad.

Su influencia en la pintura moderna, la huella de su obra en Manet y Cézanne, comienza a ser evidente. Los coleccionistas que se interesan por los impresionistas franceses acaban comprando también su obra. Así, los Havemeyer adquieren la citada Vista de Toledo, un hito de la pintura paisajista, y Retrato de un Cardenal (pintada hacia 1601 y considerada una representación de Fernando Niño de Guevara, Inquisidor General en 1599 y Arzobispo de Sevilla en 1600), ambas en los fondos del Metropolitan de Nueva York, desde donde han influido en la pintura americana del siglo XX como prueba la serie de dibujos inspirados en El Greco que creó Jackson Pollock y cuya potencia expresiva resulta conmovedora.

La crítica, sobre todo la americana, ha especulado mucho acerca de si el Cardenal es o no el mejor de sus retratos. Sobre lo que sí parece haber unanimidad es en el hecho de que, en este género, El Greco alcanzó cotas de maestría equiparables a las de Tiziano, el pintor para el que querían posar todas las cortes europeas. Y una prueba de ello es el lienzo datado entre 1600 y 1605 que atesora el Bellas Artes de Sevilla. Es un retrato de su único hijo, Jorge Manuel, donde destaca la esbeltez y elegancia de la figura, vestida con traje negro y golilla blanca. La paleta que porta lo identifica como heredero del oficio -que no del talento- paterno, con quien impulsó un taller que proveía de retablos a numerosos conventos y monasterios.

Jorge Manuel Theotocópuli (la forma italianizada de su apellido que usaron en España) nació en 1578, fruto de unas relaciones efímeras del pintor con Jerónima de las Cuevas, mujer que procedía del medio artesanal toledano, según documenta Fernando Marías -el mejor de los biógrafos del cretense en la actualidad- en la enciclopedia digital del Museo del Prado. En esa entrada, el autor de El Greco. Historia de un pintor extravagante (Nerea) insiste en el carácter intelectual de un artista que atesoró una extraordinaria biblioteca y llenó de anotaciones personales los márgenes de las Vidas de Vasari y la Architettura de Vitruvio.

Este retrato de Jorge Manuel, un óleo sobre lienzo de 74 x 50,5 cm. que es la única obra de El Greco en la pinacoteca sevillana, donde ingresó procedente de la colección de los duques de Montpensier, bien puede ser un punto de partida -otra opción es el San Francisco de Asís del Antiguo Hospital de Mujeres en Cádiz- para echar a andar por el cuarto centenario de un artista mucho más complejo de lo que hasta ahora creíamos.

'Retrato de su hijo Jorge Manuel', de El Greco (1600-1605). Museo de Bellas Artes de Sevilla.

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