Cultura

Una Historia del teatro español

  • Arturo Fernández regresa al Alameda con 'Enfrentados', la comedia de Bill C. Davis en la que interpreta a un sacerdote y que estará en cartel hasta el día 24

Cuando Arturo Fernández llega al recinto reservado para el encuentro con los periodistas, el murmullo aumenta sin discreción. "Sí, 87, son 87", apunta una fuente autorizada en voz baja refiriéndose a los años del presunto. Y así es: el eterno galán vino al mundo en Gijón el 21 de febrero de 1929, y sigue en activo sin ganas aparentes de apearse. Ayer, de hecho, presumió de dirigir como empresario la compañía más longeva "de toda la historia del teatro español. Cincuenta y cinco años, nada menos. Eric Assous [comediógrafo francés y autor de obras producidas, dirigidas y protagonizadas por Fernández en España como Los hombres no mienten y La montaña rusa] me contó que tampoco recordaba un caso igual en Francia, y que si yo fuera francés quitarían la Torre Eiffel y me pondrían a mí en su lugar". Pero la presunción en boca de Arturo Fernández se convierte en una cuestión discreta ("Yo no sé hablar de teatro. Sólo sé hacerlo. Admiro a quienes tienen labia para eso"), porque, al cabo, su postura es la de quien lleva medio siglo dando al público lo que éste espera, sin más ínfulas ni estrategias. Ahora regresa al Teatro Alameda de Málaga con Enfrentados, otra comedia firmada en esta ocasión por el norteamericano Bill C. Davis, estrenada en el Off Broadway en 1980 y reconocida en EEUU con el Premio de la Crítica de Nueva York y en Francia con el Premio Molière. La producción de Arturo Fernández acampa en la calle Córdoba hasta el próximo día 24 (ayer celebró su primera función) después de dos años de gira por España con gran éxito. El veterano actor interpreta a un párroco católico de afilado sentido del humor y aficionado a cantar boleros a quien se le encomienda la tutoría de un joven seminarista (a quien da vida Bruno Ciordia) de ideas revolucionarias, empeñado a cambiar la Iglesia de arriba a abajo, favorable al matrimonio homosexual y al sacerdocio femenino. Por ahora, la respuesta en taquilla permite aventurar que en Málaga se saldará el órdago con el mismo triunfo registrado en otras plazas.

A pesar del tiempo transcurrido desde su alumbramiento, Arturo Fernández defendió ayer la "vigencia" de la obra "por los cambios que se están produciendo actualmente en la Iglesia, encarnados en el Papa Francisco". El actor subrayó que la comedia trata los asuntos relativos a la influencia social de la Iglesia "con mucho respeto" y que así lo han percibido creyentes y religiosos que han visto la función: "Creo que si pudiera verla, al Papa Francisco le gustaría. De hecho, Enfrentados llegó a representarse en Argentina hace veinte años, así que igual sí la vio". Sin embargo, el texto de Davis no escatima en dardos a la hora de afirmar "que quizá la Iglesia debería vigilarse el colesterol y mejorarse la vista", a través de un diálogo en el que suceden momentos hilarantes y otros más hondos y que viene marcado por la diferencia generacional: "El seminarista tiene ideas propias de su edad. El párroco tal vez las tuvo en su momento, pero ya ha comprendido que cambiar el mundo no es precisamente sencillo". En cuanto a su cambio de registro interpretativo respecto al galán de costumbre, Fernández apuntó que su anterior trabajo en Ensayando Don Juan a las órdenes de Albert Boadella "ya significó un antes y un después en mi carrera y después, la verdad, no me apetecía volver a hacer lo mismo de siempre, quería aprovechar y conservar el cambio, aunque en otra dirección. Por eso Enfrentados era la obra perfecta para mí". Eso sí, "al clériman que llevo sólo le falta el lazo para el smoking".

Por más que les pese a algunos, y muy por encima de sus polémicas declaraciones sobre el aspecto de ciertos colectivos sociales y políticos, Arturo Fernández es el último exponente vivo de una tradición concreta del teatro español, una praxis que tuvo en la limpieza general (al hacer y al decir) y en la satisfacción del público su principal razón de ser. Tras admitir ayer que sus fracasos han sido "pocos", y preguntado por la clave del éxito, se explayó así: "Es el público el que te va guiando, el que indica a dónde tienes que ir. Mi primer trabajo como empresario, en el 62, fue Dulce pájaro de juventud. Yo interpretaba al gigoló y Amelia de la Torre a la actriz mayor. Por entonces aquello resultaba muy moderno, en una escena ella me ofrecía un porro y la gente no sabía qué era eso. Pues bien, me di cuenta de que cada vez que salía yo la gente se reía, aunque no viniera a cuento, aunque fuese en momentos muy dramáticos. Y no es que yo lo hiciera mal, es que era así, la gente se reía sin que yo lo pretendiera. Recuerdo también una función de El enfermo imaginario de Molière en la plaza de toros de León. Yo tenía 23 años y hacía de galán, pero de galán de la época, amanerado, con aquellas pelucas de tirabuzones. Salí a escena, empecé a decir mi texto y alguien del público me dijo: '¡Cállate!' Y eso hice: me callé y me fui. Aquel espectador tenía razón. Lo mío es la alta comedia, la que huele a glamour, champán y caviar y hace soñar a la gente con eso". Hasta con sotana, si encarta.

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