Cultura

Honor al conde de Berlanga

  • El Auditorio de la Diputación fue ayer rebautizado como Auditorio Edgar Neville en memoria del escritor y cineasta, cuya contribución a la promoción de la Costa del Sol como escaparate del 'glamour' fue insustituible

Tenía Edgar Neville (Madrid, 1899-1967), cuarto conde de Berlanga del Duero por parte de madre, fama de amante de la buena mesa. Enrique Jardiel Poncela, quien terminaría acogido en la casa de Fernando Fernán Gómez cuando el olvido había hecho ya estragos, narró alguna vez sus prodigios en restaurantes en los que le vio comer un cochinillo entero de una tacada. Semejantes ágapes terminaron por jugar al escritor, autor teatral y cineasta la mala pasada que le envió al otro barrio, pero el olvido también ha hecho mella en su legado desde entonces. Sin embargo, desde que en 1917 estrenara el vodevil La Vía Láctea para La Chelito en Madrid, su obra se hizo grande, admirada por amigos como Charles Chaplin (quien le contrató como actor para Luces de la ciudad y le abrió las puertas de la Metro Goldwyn Mayer como guionista), Douglas Fairbanks, Bebe Daniels y Buster Keaton (quien visitó Málaga en 1930 gracias a su invitación) y reivindicada después, sin embargo, y a menudo, desde la más militante marginalidad. Ayer, la Diputación de Málaga culminó un proyecto ya anunciado y rebautizó su auditorio de la calle Pacífico con el nombre de Auditorio Edgar Neville, en un acto que contó con la presencia de familiares y amigos de un genio que se hace así un poco más presente. Para que no queden dudas, herederos artísticos como Pedro Almodóvar, Antonio Banderas, Concha Velasco, Nuria Espert, Juanjo Seoane y otros muchos han contribuido mediante su adhesión al feliz nombramiento.

Recordaba ayer Edgar Neville, nieto del homenajeado, la presencia de Jean Cocteau en Malibú, la casa que Neville se construyó en Marbella, por la que desfiló la plana mayor del cine, el teatro y la literatura de los años 40 y 50 y que contribuyó de manera decidida a situar a la Costa del Sol en el mapa del mundo como destino turístico repleto de caras famosas y el más notorio glamour. Como recordó, por su parte, el presidente de la Diputación, Elías Bendodo, Neville también trabó amistad ya en los años 20 con los poetas malagueños de la Generación del 27, especialmente con Manuel Altolaguirre, con quien mantuvo el contacto después del exilio. Carlos Neville, también nieto y hermano del anterior, recordó ayer en el homenaje una jugosa anécdota: "Le gustaban tanto los toros que, cuando se instaló en Marbella, compró una caravana y contrató a un chófer para que le llevara expresamente desde allí a las corridas que se celebraban en Málaga". Aunque nació y murió en Madrid, Edgar Neville hizo de Málaga su particular paraíso, una placentera excepción en un país feo y recortado, donde su obra era percibida como un mero atrevimiento excéntrico. Ahora, aquella ciudad que él amó le hace justicia poniendo su nombre a un lugar para el teatro.

Se vincula habitualmente a Neville con la Otra Generación del 27, llamada también Generación de la Sonrisa y de otras mil maneras, de la que también formaron parte Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Tono y otros creadores vinculados al humor (del mismo modo en que puede considerarse como humorista a Samuel Beckett) que habían quedado en una situación comprometida ya en la posguerra, sancionados tanto por el bando ganador como por el perdedor que había logrado recomponerse en el destierro, dada su resistencia a aceptar adscripciones políticas e ideológicas más allá de la libertad creativa. Pero quizá fue Neville el que de manera más feroz esgrimió su independencia, una postura que, paradójicamente, jugaría más en su contra a partir de la Transición, cuando ni él mismo había quedado para reivindicar su obra. Películas como Café de París (1943), La torre de los siete jorobados (1944, recientemente rescatada en DVD), Domingo de carnaval (1945), El crimen de la calle Bordadores (1946), Nada (1947, inspirada en la novela de Carmen Laforet, protagonizada por su musa Conchita Montes y con la que Neville rompió de un tajo con el tono folletinesco del cine español en aquellos años) y El cerco del diablo (1951), entre muchas otras de una filmografía abrumadora en cuanto a calidad y cantidad, conservan el genial toque de Neville, hombre también de teatro y literatura. Ahora, el maestro vuelve a su recreo. Ya huele a puro.

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