Impresiones narrativas a dos (o más) orillas

literatura Encuentro en el Museo Picasso

Andrés Reina y Gary Shteyngart debatieron ayer sobre su oficio

De izquierda a derecha: Andrés J. Reina, Valerie Miles y Gary Shteyngart, en el Museo Picasso.
Pablo Bujalance / Málaga

20 de septiembre 2012 - 05:00

La idea, promovida por la embajada de EEUU, y materializada por primera vez el año pasado, era sencilla: sentar a un escritor español como anfitrión y a un escritor estadounidense como invitado a debatir sobre literatura norteamericana, su distinción de la europea y otros accidentes geográficos y culturales a partir de su propia experiencia. El marco elegido era el mismo, el Museo Picasso, y los protagonistas fueron ayer Andrés J. Reina (autor de Yoshiwara, Matar a un leopardo y Proyecto Zoorama), malagueño nacido en Tánger en 1973, y Gary Shteyngart (autor de Absurdistán, El manual del debutante ruso y Una súper triste historia de amor verdadero), neoyorquino nacido en Leningrado, hoy San Petersburgo, en 1972. De modo que el presunto encuentro entre un escritor español y otro norteamericano terminó reuniendo más latitudes de las convocadas. Como afirmó con acierto Reina, tratándose de literatura norteamericana, estaba por ver quién era el anfitrión y quién el invitado. Los protagonistas, de cualquier forma, comparecieron arropados por Valerie Miles, directora de la editorial Duomo (que publicó el año pasado en España Una súper triste historia de amor verdadero) para compartir, con sano humor, lo fundamental: el amor a la literatura y la literatura como ejercicio de amor.

Abrió fuego Andrés J. Reina, al que correspondía dar cuenta de su relación con la literatura norteamericana y su impresión de la lectura de la obra de Shteyngart. Pero no tardó en llevar el asunto a su terreno cuando recordó el axioma que arrebata a la literatura sus fronteras: "No me corresponde hablar de países. Tampoco sería capaz de hacerlo. Prefiero considerar sólo los territorios narrativos. Oscar Wilde distinguía únicamente entre buenas y malas novelas, y creo que ése debe ser el criterio". Tanto fue así que se definió a sí mismo y a Shteyngart como casos poco representativos de escritores respecto a sus propios países: "Frente a tradición de la literatura española que asegura que ya no hay nada que decir y que todo está contado, yo defiendo que sí quedan historias por contar. Comparto lo que escribió Cormac McCarthy en La carretera: Los escritores tienen que llevar el fuego". Igualmente, no dudó en adscribir a Shteyngart a la estirpe de Nabokov, "ni al aburrimiento de Jonathan Franzen ni al terrorismo de Chuck Palahniuk".

Shteyngart admitió que Nabokov es su mayor influencia, y se desvinculó de cualquier pretensión de escribir la gran novela americana: "Yo comencé a escribir en Leningrado porque cuando tenía cinco años mi abuela, que era periodista, me lo pidió. Me prometió un trozo de queso a cambio de cada página. Me recomendó que escribiera sobre Lenin y mi primera obra llevaba por título Lenin y la oca mágica. En ella, Lenin invadía Finlandia con su oca, luego se comía al animal y al final se arrepentía". Como Nabokov, inducido a la literatura por su padre, Shteyngart dispuso de una mano amorosa para llegar a ser escritor: "Es importante tener a alguien que te quiera y te haga ver que la literatura es importante; y también que tu infancia no sea muy feliz". Por si acaso.

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