Yo, ¿Kippenberger?
arte
La exposición dedicada al artista alemán en el Museo Picasso constituye una oportunidad única para indagar en las identidades en el arte, con toda su parodia
París, primavera-verano de 1901. Sin haber cumplido aún los 20 años, y ante su próxima -y primera- exposición en una galería de la capital francesa junto a Francisco Iturrino, Picasso se autorrepresenta en un germinal azul. No sólo asombra el gesto con el que se retrata, la mirada desafiante y casi insolente al espectador, sino la autoafirmación de los títulos: Yo Picasso y Yo.
Picasso comienza no sólo a autorrepresentarse, sino a escenificar y proyectar la figura del artista que quiere ser y, todavía más, a representar un personaje propio devenido icono: Picasso. A partir de aquí, el genio malagueño no cesaría de aparecer en sus obras, ya fuese a través del autorretrato como de metáforas y de algún otro-yo (arlequín, Minotauro, toro, torero, mosquetero); a hacernos partícipes de su cotidianeidad y vida privada (parejas, familia, acontecimientos); a mostrarse militante con ciertas causas (la República); y a usar medios como la fotografía y el cine para difundir su imagen, sus entornos artístico y vivencial, así como su proceso creativo: ahí queda la pléyade de fotógrafos (David Douglas Duncan, Brassaï, Otero, Capa, la propia Dora Maar, Sima o Man Ray) y algún cineasta (Clouzot) que lo captaron en sus relaciones personales y en pleno trabajo. Ese afán por mostrarse correspondía con un afán por construir una imagen, una identidad.
Esta vis del artista español, aunque no es la única, sí es la que parece interesar más a Martin Kippenberger (1953-1997), esto es, la puesta en escena y dimensión pública de su figura, su continua autoafirmación, su omnipresencia y quizá su insoportable ausencia, tal como reflejan las fotografías de Douglas Duncan de Jacqueline Roque viuda. Éstas servirían a Martin como fuente para una serie de dibujos y pinturas que realizaría en 1996 y que forman parte de esta Kippenberger miró a Picasso. El título ilustra a la perfección la intención de la misma, visualizar cómo el artista malagueño sirvió como modelo y detonante de una serie de estrategias, acciones y piezas que realizaría el germano desde 1979 hasta prácticamente su prematura muerte. Kippenberger optaría generalmente por apropiarse de Picasso. Apropiación rayana en muchos casos en la suplantación y el disfraz, en ocasiones como rendido homenaje y en otras como parodia, aunque las más de las veces, debido a su sentido del humor, la parodia acaba siendo de sí mismo. Con la figura de Picasso asumida como referencial, como guía, como modelo a imitar, se comprende lo mayoritario y la dimensión obsesiva en la producción de Kippenberger del autorretrato y la autorrepresentación (incluso a través de objetos como sus farolas borrachas, cosificaciones como las de Picasso en objetos fálicos como anclas, pinceles, cañones y sables), al igual que la construcción y sostenimiento del personaje-Kippenberger gracias tanto a su obra auto-referencial y auto-representacional como a su presencia mediática, tal como apreciamos en numerosos materiales audiovisuales en los que participa.
En torno a 1985, Kippenberger conoce una fotografía de David Douglas Duncan realizada en 1962. En ésta, Picasso posa con un porte heroico y estatuario, albornoz al brazo como una clámide y, al otro, su perro atado en corto cual amenazante fiera con un elegante porte; Picasso luce, para la posterioridad, unos calzoncillos, atuendo, por otra parte, habitual del artista junto a una camiseta interior de tirantes, así lo encontramos en numerosas instantáneas o en Le mystère Picasso de Clouzot mientras dibuja con luz. Este asunto no es baladí, es cuestión de identidad: en calzones, Picasso resultaba más indómito, tosco, menos elegante, más mediterráneo, en definitiva, cumplía muchas de las nociones que el imaginario francés había construido de lo español.
Esa imagen pronto se convierte en obsesiva y recurrente para el artista alemán que comienza a usarla como tarjeta de invitación hasta que en 1988, antes y durante una estancia en Carmona (Sevilla), empieza a fotografiarse a la usanza picassiana, es decir, en calzones, y se autorretrata de esa misma guisa en numerosos dibujos y óleos junto a piezas escultóricas de su serie Peter. Además de la apropiación paródica de la imagen de Picasso, otra reflexión pudiera desprenderse, la de la ridiculización del artista como genio-creador o ser superior poseedor de un don. Lo ridículo y lo grotesco serán, por extensión, características de la figuración que Kippenberger desarrolla en estos años. Esta actitud o estrategia de ser otro pintor que demuestra Martin, de ser-Picasso, la podemos encontrar en la obra del malagueño, quien se apropió, como trasunto personal y artístico, de la imagen de autores como Rafael de Sanzio o Rembrandt.
El nexo que establece Kippenberger con Picasso es tan fuerte que se siente heredero suyo, haciendo, incluso, por suplantarlo una vez muerto. Las fotografías que Douglas Duncan toma a Jacqueline Roque viuda son traspasadas a la pintura y al dibujo, usando los colores habituales con los que Picasso pintó a su última compañera. Esos fueron, como reza el título de la serie, los cuadros que Pablo ya no pudo pintar pero que Kippenberger hizo por él. Esta serie expuesta nos sirve para apreciar cuán meditado, pormenorizado y reflexivo es el trabajo de Kippenberger a pesar de su factura aparentemente presta y del talante impulsivo, expresivo y salvaje con el que tantas veces se le ha asociado, quizás por su origen alemán y por cuestión generacional.
Pero además, de este intento por parafrasear la estrategia de comunicación y construcción del icono picassiano, esta exposición nos acerca otros ámbitos de vinculación entre el "padre" y el "heredero" (citas a Guernica o al periodo azul). Al observar el minucioso proceso que lleva a cabo Kippenberger para la realización de La Balsa de la Medusa de Géricault, usándose como modelo de cada uno de los personajes que atraviesan por la angustia de la deriva y el naufragio, no podemos obviar el trabajo febril y obsesivo de Picasso en algunas de las grandes series sobre maestros antiguos (Las Meninas de Velázquez, Le déjeneur sur l'herbe de Manet o Las mujeres de Argel de Delacroix que realizaría entre 1957 y 1962). Kippenberger, tal como hizo Picasso, descompondría en numerosos estudios y estados la pintura original haciendo novedosas reformulaciones.
El gesto altivo de aquel primer Picasso de 1901 o el heroico del Picasso octogenario de 1962 contrastan con el de Kippenberger (grotesco, derrotado, ridículo), pero sí subyace el mismo énfasis por la autoafirmación, por la presentación de sí mismos. El alemán se apropió del español hasta la confusión, de ahí que algunos de sus autorretratos en paños menores pudieran haber originado la interrogación: Yo ¿Kippenberger?
Museo Picasso Málaga C/ San Agustín, 8 Málaga Hasta el 29 de mayo
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