Nuestro Kurtz en el corazón de África

Vida del malagueño Pedro Blanco (1795-1854), negrero implacable y cruel esclavista, que se formó como marino en San Telmo y cuyo certificado de limpieza de sangre se conserva en Gaona

Ilustración del siglo XVIII de un colono en las Antillas con sus esclavos.
Ilustración del siglo XVIII de un colono en las Antillas con sus esclavos.
Pablo Bujalance Málaga

20 de junio 2015 - 05:00

Bien es sabido que la lista de malagueños insignes es amplia y admirable. Pero también cabría, para hacer justicia, establecer un ranking de malagueños infames. El debate daría para largo, pero en lo más alto tendría que aparecer, necesariamente, el nombre de Pedro Blanco. La propia historiografía de Málaga ha pretendido, por lo general, y en nombre de su oficialidad, pasar esta página sin más; pero son las fuentes externas las que dan cuenta de quién fue y qué hizo el presunto. Puede parecer un oxímoron, pero Pedro Blanco encarna como pocos el arquetipo del negrero. Vivió una existencia de plena aventura, pero supo enriquecerse a costa de la trata de esclavos en los territorios caribeños y africanos en el siglo XIX. Su nombre está ligado así al oprobio y a uno de los episodios más oscuros de la Historia de Occidente, que mantiene aún una deuda notable al respecto con buena parte del planeta. Su certificado de limpieza de sangre se conserva en los archivos del Instituto Vicente Espinel (Gaona), ya que Blanco adquirió su formación naval en el Real Colegio de San Telmo, que tenía su sede en el inmueble actualmente ocupado por el Ateneo y el Colegio Prácticas nº 1 y cuyas dependencias fueron trasladadas al citado centro (entonces Instituto Provincial) en 1846. Este documento podrá verse, entre otros notables hallazgos, en la exposición con la que a partir de noviembre el Instituto Gaona rememorará su pasado marino. Ciertamente, Pedro Blanco nació en Málaga cierto día de 1795, aunque esto no hable precisamente bien de la ciudad y muchos, tantos que sufrieron su látigo, habrían preferido que no hubiese nacido.

Tal y como contó en las páginas marítimas de Málaga Hoy Juan Carlos Cilveti en mayo de 2005, Pedro Blanco nació en el barrio del Perchel, uno de los enclaves con mayor nivel de delincuencia por entonces en Europa. Vino al mundo el antihéroe en una familia venida a menos, hijo de una dama de alta alcurnia y un marinero sin posibles, lo que le convirtió en pecaminoso objeto de vergüenza antes de nacer. Un tío, hermano de su madre y capitán de la marina mercante, intercedió a favor de su ingreso en San Telmo cuando tenía 10 años, como intento desesperado de apartarlo de la calle. Allí se dejó conquistar por las historias que se contaban en las aulas sobre los grandes viajes transoceánicos; tanto que, no mucho después, y para desesperación de su madre, decidió abandonar sus estudios y colarse de polizón en un barco de pesca. Blanco fue descubierto y apeado, pero logró salvar la vida y, tras algunos tumbos, terminó en La Habana. Allí conoció el tráfico de esclavos y supo del enriquecimiento abundante que la actividad generaba. De inmediato entró a formar parte del negocio, que simultaneaba con la piratería en diversas costas antillanas.

Como cuenta el historiador Hugh Thomas en su libro La trata de esclavos, instituciones como la West African Scuadron actuaban contra la trata de esclavos en las colonias decimonónicas; pero en la vigilancia se hacía a menudo la vista gorda, dado que en los bancos ingleses se blanqueaba el dinero generado por la esclavitud (con los consecuentes beneficios) y además los negreros mantenían limpias las costas de delincuentes que podrían suponer una amenaza para los colonos. La fortuna que llegó a amasar Pedro Blanco fue enorme: por cada esclavo entregado cobraba 350 dólares, y contó su mercancía por miles de piezas. En su novela El negrero (1933), aproximación biográfica al malagueño con la que denunció la postura de Occidente respecto a África y Latinoamérica, el escritor cubano Lino Novalis presenta a un Pedro Blanco perfectamente integrado en la alta sociedad habanera, en la que se distinguía por sus gustos en banquetes y óperas; hasta que Blanco cayó en desgracia al tener una hija con una esclava negra y reproducir así en su piel la historia de su madre. La misma alta sociedad le dio la espalda por llevar consigo a todas partes a aquella pequeña mulata a la que, dicen, adoraba. Había llegado el momento de marcharse. Y el destino no podía ser otro que África.

Embarcado como capitán, llegó a la frontera entre Sierra Leona y Liberia y allí se hizo cargo de una factoría (uno de los campamentos desde donde partían los barcos cargados de esclavos hacia América). Y fueron tantos los beneficios que decidió aprovechar las antiguas fortalezas portuguesas y francesas para levantar toda una ciudad, a la que llamó Lomboko. El episodio se anticipa medio siglo a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, con Pedro Blanco convertido en un Kurtz demente que arrasó los territorios hasta someter a la esclavitud a prácticamente toda la población que halló a su paso. En ningún mapa apareció jamás el nombre de Lomboko: nunca se refirieron coordenadas ni posiciones. Pero desde allí suministró Pedro Blanco efectivos a todo el sistema de esclavitud internacional. La condición de potencia negrera que acompañó a España durante muchos años, y de la que se sirvió Steven Spielberg para su película Amistad (1997), tiene su origen en Lomboko: una verdadera maquinaria para el horror.

Tras abandonar su reinado cuando ya se hizo insostenible, el cruel Pedro Blanco se trasladó a Génova primero y a Barcelona después, donde murió en 1854 en brazos de la locura. El mundo fue sin él un lugar mejor.

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