Cultura

Laura Brinkmann presenta en JM su alquimia de la memoria

  • La artista malagueña inauguró ayer su exposición 'La luz también se pudre', que podrá verse hasta el 15 de noviembre

En gran medida, La luz también se pudre sugiere una idea del tiempo próxima al pensamiento presocrático: en última instancia, de la podredumbre cabe esperar que brote otra cosa, y a menudo la corrupción es necesaria para el renacimiento. Laura Brinkmann (Málaga, 1977) ha decidido bautizar así su nueva exposición, inaugurada ayer en la Galería Javier Marín (donde podrá verse hasta el 15 de noviembre), a tenor de un criterio similar. Brinkmann vuelve a jugar con la fotografía y la luz como materias primas, pero su mirada cobra un matiz distinto: las imágenes que nutren la muestra "fueron tomadas en la casa en la que me crié, y a la que regresé precisamente en una etapa muy reciente marcada por mi maternidad", según explica la propia artista. Lo que el objetivo de Brinkmann atrapa para filtrar después en el laboratorio se corresponde, por tanto, con lo registrado por la primera pupila de la Laura Brinkmann niña: el nivel del agua en una alberca, unas ramas de bambú, los tonos verdes y ocres en una expresión no exenta de contenido poético sobre la afección cíclica de las estaciones: "Todo lo que hay aquí forma parte de mí, hasta el punto de que todo es yo misma. No hay ninguna intención política, es todo muy íntimo". El visitante asiste, por tanto, a una alquimia de la memoria.

A pesar de que el discurso pueda resultar distinto a otros proyectos anteriores de Brinkmann, la artista defiende una línea de continuidad que viene dada, esencialmente, por la protagonista absoluta de su propuesta: la luz. En la exposición, el proceso alquímico consiste en la interacción de la luz natural, recogida naturalmente en la fotografía, con la luz artificial con la que Brinkmann somete a sus imágenes, a través de cajas, instalaciones y proyecciones. El espacio íntimo que constituye el hogar familiar se traduce a veces en naturaleza muerta, otras en naturaleza cotidiana, otras en arte abstracto a partir de la confluencia de miradas en un mismo punto, en un diálogo fecundo de géneros, registros y posibilidades, sin que termine de responder a ninguna de estas etiquetas con categoría absoluta. En ocasiones, el diálogo también queda establecido por los soportes: Brinkmann emplea cortezas de los árboles fotografiados como pequeñas pantallas sobre las que proyecta imágenes en movimiento, y en otras ocasiones conforma dípticos en los que la materia orgánica se encuentra cara a cara con la reproducción fotográfica del paisaje. La mirada es siempre precisa, concreta, correspondiente con la impresión del ojo, y Brinkmann, que ha invertido dos años de trabajo para hacer de La luz también se pudre una realidad, apunta así la posible definición de un nuevo realismo: la realidad no es sólo lo que se ve, también lo que se deja ver; o, más aún, lo que uno recuerda haber visto, siempre con el permiso de la luz y de la memoria, acaso dos caras de la misma moneda.

En su texto para el catálogo de la exposición, María Jesús Martínez Silvente escribe: "La observación de una naturaleza cercana ha conformado el motivo de los últimos trabajos de Laura Brinkmann. Su mirada hacia este devenir naturalista ha estado condicionada por las especiales circunstancias que han rodeado el proceso de creación, un momento de obligada espera en la que los tiempos no son los mismos, ni vuelven a serlos". El jardín de la artista/madre es así la materialización más fidedigna del panta rei. Con un regusto a nostalgia en cada imagen.

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