Lección uno: el arte nunca es pasado

'Estudio doble del ojo izquierdo' Estudio académico. Carboncillo sobre papel verjurado. La Coruña, 1892-1893. 'Málaga hoy' presenta a sus lectores, una por una, las 155 obras de Pablo Picasso que componen la importante colección permanente del Museo Picasso Málaga, legado fundamental del artista

Lección uno: el arte nunca es pasado

29 de noviembre 2009 - 05:00

QUE el arte grecorromano fue para Pablo Picasso una influencia iluminadora a la que no dejó de recurrir durante toda su vida constituye una evidencia a estas alturas. Por más que el malagueño renovara, tensara, pervirtiera y violara los límites de la pintura y la escultura, sus intenciones se cobijaron bajo la misma sombra que sirvió de refugio a los renacentistas Rafael, Miguel Ángel y Botticcelli: la estética clásica, en sus más diversas acepciones y formas. En la línea que conduce desde estos orígenes hasta el estudio de Picasso, pasando por la regeneración que propició el ideal humano que estalló en el siglo XV merced al canon de belleza neoplatónico, la preocupación es la misma: el hombre como centro del universo frente al dogmático y paternalista paradigma medieval, además la relación de éste con un paisaje natural, no intervenido, patente tanto en la fábula como en el cosmos. Picasso puso su mirada en el hombre y ya no pudo apartarla de ahí: a la criatura nacida del barro dedicó sus insomnios y anhelos. Lo significativo es comprobar que esta mirada se estableció ciertamente pronto: la colección permanente del Museo Picasso Málaga encierra algunos estudios que el artista realizó a edades muy tempranas, en las que ya dio cuenta de su interés por cuanto el modo clásico podía ofrecerle.

Un ejemplo revelador es el Estudio doble del ojo izquierdo, un dibujo que Picasso realizó a carboncillo con sólo once años mientras estudiaba en la Academia de Bellas Artes de La Coruña las lecciones de su propio padre, José Ruiz Blasco. El procedimiento en las clases de dibujo era sencillo: el profesor proponía una escultura como modelo en el centro del aula y pedía a los alumnos que copiaran la totalidad de la misma o algún fragmento. En este caso, la prueba consistía en una representación del ojo, de frente y de perfil: un procedimiento normal en el que Picasso participó como un estudiante más y en el que sin embargo ya mostró buena parte del genio que se fraguaba. Un mero vistazo basta para comprobar la perfección del volumen y las sombras, absolutamente perfectos en la recreación de cejas, párpados, pupilas y la musculatura que rodea al ojo. Picasso derrocha además un precoz control del espacio y la perspectiva al presentar el ojo de perfil y en un giro de tres cuartos, con un punto de vista ciertamente difícil de adoptar para un niño de once años. La pulcritud es exquisita, la técnica asombrosa. Y también lo es la intención: aunque se trata sólo de un ojo, el artista se decanta ya por la interpretación clásica de la anatomía y habla de tú a Miguel Ángel. Se percibe la textura de la piedra, el grosor del párpado. No es una escultura cualquiera: Picasso ha dibujado también su antigüedad. Y aquí destila la principal lección de este dibujo, que el creador mantendría como máxima hasta su último trazo: el arte nunca es pasado. El estilo antiguo siempre será presente y actual mientras se trate de un arte conceptual y estéticamente válido. Por eso Picasso se deja influir por los clásicos no como fuentes pretéritas, sino modernas (en eso se parece también a otros dignos renacentistas de otros menesteres, como Dante y Bocaccio), maestros eternos cuya contemporaneidad no puede quedar en entredicho.

Quien mira puede dejarse llevar por la ternura al imaginar a un Picasso niño recibiendo lecciones de su padre. Pero el mismo autor del Guernica concedió a estos estudios primerizos más importancia que a su etapa azul, o a la rosa, más valoradas por la crítica. Comprendió el malagueño que aquí prendió la semilla: el demonio divino que nunca le abandonaría.

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