Limpia, fija, da esplendor

Mark Knopfler se metió a la Malagueta en el bolsillo con un concierto brillante sin demasiados guiños a Dire Straits

Mark Knopfler y uno de sus muchachos, ayer en La Malagueta.
Mark Knopfler y uno de sus muchachos, ayer en La Malagueta.
Pablo Bujalance Málaga

28 de julio 2013 - 05:00

Quiso el destino, o lo que fuera, que Mark Knopfler viniese a actuar a Málaga el mismo día en que murió J. J. Cale, uno de sus más bienamados maestros. Pero si semejante coincidencia podía derivar en mal augurio, éste no compareció en la estrellada noche de la Malagueta, atestada como no se veía desde hacía ya algún lustro para un concierto de estas características, con las 8.000 entradas puestas en circulación agotadas desde primeros de mes. Nostálgicos de camiseta de Dire Straits y felpa en la frente, incondicionales bien con pinta de ejecutivos y camisa bien planchada, parejas de entrañable regusto rancio y no pocos padres con sus hijos, en cálido duelo intergeneracional, acudieron a la cita con todas las cucharas entregadas, dispuestos a dejarse seducir desde el primer compás por la guitarra del fenómeno. Pero hace ya mucho tiempo que Mark Knopfler, a punto de cumplir los 64 años, dejó de lucir aquellas felpas sudadas tan horteras: ahora es más de camisa estampada, y a estas alturas le queda poco por demostrar. Ni siquiera le preocupa tener que torear la pesada etiqueta de leyenda de la guitarra con la que muchos insisten en condecorarle; se limita a hacer lo que le da la gana, pero lo cierto es que este hombre hierático y con permanente rostro de ensimismado sabe hacer que parezca siempre brillante, de factura impecable; y, más allá del bonito paquete, suele haber dentro algo interesante. Gran parte del público echó ayer de menos más temas de Dire Straits, pero Privateering, el álbum que sirve de excusa a la gira con la que el figura compareció ayer en la Plaza de Toros, es una más que notable colección de canciones, y ayer regalaron momentos impagables.

Respecto a la banda, bien conocida, tampoco cabía albergar muchas dudas: Richard Bennet (guitarra), Guy Fletcher (teclados), Jim Cox (piano, órgano y acordeón), Michael McGoldrick (gaita y whistle), John McCusker (violín), Glenn Worf (bajo) e Ian Thomas (batería) hicieron lo suyo con solvencia en un escenario sin demasiados alardes de luminotecnia, funcional pero con el mínimo impacto que convendría esperar de un dinosaurio como el señor Knopfler, que saludó al respetable con un "que bueno es estar de vuelta".

What it is abrió fuego con el recuerdo puesto en Sailing to Philadelphia, el excelente álbum del año 2000. Corned Beef City, que a muchos evocó la alegría sincopada de Walk of life, prestó el primer asomo a Privateering; y la mirada continuó con el tema que da título al álbum, uno de los más bellos de cuantos ha compuesto Mark Knopfler en su carrera, de un poderoso aroma country que hace épica de la tonalidad menor y que ayer entrañó el verdadero homenaje a J. J. Cale. La noche fue pródiga en temas arrimados a este palo, como Marbletown y Postcards from Paraguay, aunque el eco de Privateering perduró con Hill Farmer's blues, Gator blood y I used to could. Mención aparte merecen Father and son, el tema de la banda sonora de la película Cal, y su enjundia escocesa. Así como I dug up a diamond, la canción que grabó con Emmylou Harris.

Knopfler acompañó a la guitarra los oéoéoéoé del público, aunque ciertamente, no hubo muchas concesiones a Dire Straits más allá de Romeo & Juliet y Telegraph Road. Pero qué diablos fue un gran concierto. Limpio, bien tocado y no carente de esplendor.

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