fernando hurtado. bailarín y coreógrafo

"Llevar una compañía aquí es aún muy difícil: sólo percibes desinterés"

  • Institución visible de la danza en Málaga y con varios proyectos en América Latina, el artista trabaja en su nuevo espectáculo, '37 Guernica 17', que estrena en octubre para Factoría Echegaray

Formado en Málaga, Barcelona, Madrid, Fráncfort y Nueva York, y titular de su propia compañía desde hace 17 años, Fernando Hurtado (Málaga, 1966) ha forjado desde Nerja una de las trayectorias más fértiles de la danza contemporánea en España, con iguales dosis de talento en resistencia. Su agenda se extiende cada vez más a América Latina: en noviembre presentará en México Las mariposas ya no viven aquí, un espectáculo sobre el holocausto judío estrenado hace tres años y aún inédito en España. Pero antes, del 3 al 14 de octubre, vestirá de largo dentro de la programación de Factoría Echegaray su nuevo proyecto, 37 Guernica 17, revisión del cuadro de Picasso en clave escénica que cuenta con la participación del dramaturgo Miguel Palacios y con Marina Miguélez, Teresa Santos, Inma Montalvo y Arturo Vargas, además del propio Fernando Hurtado, en escena.

-¿Cómo nace la idea de trasladar el Guernica a la danza?

La Junta nos debe casi todas las ayudas concedidas desde 2014. Algo así es letal para una empresa"Cada vez estoy más convencido de que lo mejor que puedo hacer es disolver la compañía o trasladarla a otro sitio"

-El año pasado estábamos desarrollando un proyecto en Panamá con Iberescena y nos pusimos ya a buscar ideas sobre las que pudiéramos trabajar este año. Alguien llamó la atención sobre el hecho de que en 2017 el Guernica cumplía 80 años y la posibilidad de hacer algo al respecto nos gustó a todos, pero más tarde lo desestimamos para hacerlo en Panamá: por una parte, las conexiones históricas y culturales no eran tan evidentes y había que desarrollar una contextualización extra que terminaría mermando el proyecto; por otra, allí nos reclamaban espectáculos dirigidos especialmente al público joven, y aunque el Guernica ofrece muchas posibilidades también entraña algunas dificultades. Pero cuando volví a España decidí retomarlo. Me animaron a presentarlo a Factoría Echegaray pero, la verdad, no lo tenía muy claro, así que dejé pasar una convocatoria. Finalmente, empujado por nuestro distribuidor, presenté el proyecto. Y parece que gustó.

-¿Su obra se inspira en el cuadro o tal vez en todo lo que le rodea?

-Ésa fue la primera pregunta que me hice cuando decidí hacer Guernica: ¿Qué quería contar? ¿El cuadro, el bombardeo, lo que pasó antes, lo que pasó después? Fíjate, tenía claro que, muy a pesar del material del que partía, no quería montar un drama. Y eso me ayudó bastante a dilucidar las cosas. No quería narrar el drama de un bombardeo, así que me fui al cuadro como marco esencial. Y me pasó un poco como a Picasso, que recibió el encargo de pintar una obra para el pabellón español de la Exposición Universal de París en enero de 1937 y en abril todavía no sabía qué hacer. Sospecho que al final, a partir de las imágenes de la Guerra Civil, Picasso se dejó llevar por su intuición para hacer un cuadro así en un mes, de modo que decidí hacer lo mismo. Ahora estoy trabajando con los bailarines en las historias de cada uno de los personajes que aparecen en el cuadro. Y es muy interesante.

-El lienzo presenta un claro contaste entre las figuras en movimiento, llenas de pánico, y las inertes, que pesan como plomo. ¿Significa esta disparidad un punto de partida para usted?

-Así es, el trabajo del movimiento que estamos haciendo va justo en esa dirección. En el Guernica hay figuras que arrasan y no se están quietas, y hay otras que, siendo del todo estáticas, tienen mucha presencia. El conjunto es brutal, y algunos elementos particulares, como la mujer que arrastra la pierna, son tremendas. Es en ese contraste donde queremos aventurarnos, con la convicción de que el estudio de cada una de las figuras nos llevará a un todo coherente.

-¿Qué es lo más difícil de hacer un montaje como su Guernica?

-Lo más difícil es conectar con lo que cada espectador piensa sobre el Guernica. Cada cual tiene su interpretación y, por lo general, cada cual está convencido de que esa interpretación es la correcta. El mismo Picasso vino a decir que, ante tantas interpretaciones de su cuadro, su única conclusión era que el caballo era un caballo y que el toro era un toro. Mi mayor empeño en cada proyecto es hacer un trabajo honesto, no hacer nada por aparentar ni prometer nada distinto de lo que hacemos. Y con esta claridad volveremos a presentarnos al público con nuestro Guernica. Eso sí, insisto, desde una posición distinta del drama.

-¿No es una temeridad abordar este asunto fuera del drama?

-Sí, bueno, habrá quien lo considere incluso una osadía. Cómo no te vas a poner dramático al hacer un espectáculo sobre esto. Pero estas reacciones son normales cuando tratas determinados algunos asuntos, incluso otros menos espinosos. Nosotros tenemos un espectáculo llamado Charlie, un homenaje a Charles Chaplin que llevamos cinco años rodando, que fue finalista de los Max y ha ganado varios premios. Una vez tuvimos la ocasión de representarlo para unos distribuidores franceses y cuando después hablamos con ellos nos preguntaron, muy serios, cómo se nos había ocurrido hacer algo sobre Chaplin. Como si le hubiéramos faltado al respeto.

-No quiero pensar cómo reaccionará Málaga cuando ponga usted a bailar al Cautivo.

-La verdad es que a mí, que estoy al borde de la apostasía, todo lo relacionado con la religiosidad y sus símbolos me interesa mucho. Así que no lo descarto.

-El reparto de Guernica se seleccionó, como siempre en Factoría Echegaray, a través de un casting. ¿Cómo fue el proceso?

-Bien. Aunque no vino mucha gente, se presentaron 24 bailarines. Muchos residían fuera de Málaga, aunque habían estudiado o trabajado aquí. Buscaba ante todo cierta madurez, no tanto en relación con la edad sino con la serenidad, el aplomo a la hora de decir cosas bailando en escena. Seleccionamos a cinco intérpretes para el elenco además de otro que ante cualquier imprevisto pudiera hacer una sustitución.

-Parece que Málaga empieza a sonar como cuna del talento para la danza a tenor de la aparición y proyección de nuevos artistas. ¿Qué piensa usted?

-Es una cuestión delicada. A ver, de entrada, las artes escénicas siguen siendo objeto de un abandono casi absoluto por parte de las instituciones públicas. Te pongo el ejemplo de mi compañía: nosotros somos una empresa cultural con diecisiete años de experiencia que trabaja con ayudas de la Junta de Andalucía. Pues bien, la misma Junta nos debe prácticamente todas las cuantías concedidas desde 2014. Como empresa, todas nuestras obligaciones están al día: todo está debidamente adelantado y pagado. Pero resulta que la administración no cumple. E imagínate lo que eso significa para nosotros. Es letal. Por otra parte, cada vez tenemos menos funciones en Andalucía y en Málaga. La última vez que actuamos aquí fue en el Centro Cultural Provincial, hace dos años. Entonces, si formas una compañía y tienes la mentalidad de compañía, de empresa, contratando a bailarines y dándolos de alta, pagando equipos de técnicos, de producción y de distribución, lo tienes muy, muy difícil. Yo he hecho dos solos en toda mi carrera, por lo demás siempre he contratado a artistas. Porque me parece que es importante que las compañías generen trabajo para los bailarines. Pero no se está generando trabajo porque la administración sólo muestra desinterés.

-Visto así, es comprensible que esa mentalidad de compañía no cunda entre los actores, directores y bailarines que se incorporan ahora al sector.

-Claro. Es que una cosa es hacer un proyecto artístico y otra es formar una compañía. Entre la gente joven no veo esa mentalidad, es verdad, pero lo entiendo dadas las dificultades que hay que asumir. Para montar una compañía hay que adelantar dinero. Hay que invertir. Siempre. No hay otra. Y recuperarlo no es fácil. El problema es a ver qué pasa dentro de diez años con todos estos jóvenes que salen ahora de los conservatorios y las escuelas, con mucho talento, con muchos proyectos y muchas ganas, pero sin muchas posibilidades de crear sus compañías ni de incorporarse a otras. Lo más probable es que después de diez años yendo a taquilla se aburran y lo dejen. Hay quienes que me dicen que trabajan así, en condiciones por las que prácticamente lo hacen gratis, porque si no, no trabajan. Pero, la verdad, no sé que es peor. Si yo cerrara hoy mi compañía, lo haría con pérdidas. Pero hemos hecho lo que hemos hecho. Nadie nos ha regalado nada. Y hay gente que se ha formado con nosotros.

-¿Ha pensado alguna vez en cerrar o trasladar la compañía?

-Sí, vengo pensándolo desde un hace un año y, la verdad, ahora estoy más convencido. Tuve una reunión hace dos meses con la Junta y les anuncié que o me llevaba la compañía a otra parte o la deshacía. No tanto por una cuestión económica, sino por el desinterés que veo aquí respecto a la danza y a nuestro trabajo en particular.

-En Latinoamérica, en cambio, le reclaman cada vez más.

-Latinoamérica sigue siendo Latinoamérica, pero hay mucha gente con ganas de trabajar y hacer cosas. Allí tenemos los contactos adecuados. Al día siguiente de nuestra última función en el Echegaray nos iremos a México a hacer allí un proyecto con el que llevamos trabajando tres años, Las mariposas ya no viven aquí, sobre el holocausto judío, que hemos hecho ya en Panamá y otros países y para el que hemos podido contar con supervivientes del extermino nazi y sus descendientes. Es un proyecto complejo porque subimos a escena a muchos extras, lo mismo niños que mayores, que seleccionamos en cada ciudad a la que vamos. En alguna función llegamos a tener a 110 personas en escena. Sucede lo mismo: hemos presentado el proyecto aquí en varios ocasiones y nadie ha mostrado interés. Ni siquiera han respondido. Por otra parte, lo normal es que las instituciones públicas no tengan esa cortesía.

-¿Ve su futuro allí?

-Podría ser. En enero iré a Nicaragua a impartir un taller durante dos semanas. Cada vez nos llaman más para ir allí. En Panamá se está creando un Centro Coreográfico Nacional y ha habido alguna conversación sobre la posibilidad de dirigirlo, pero está todavía todo en el aire. Supongo que si disolviera la compañía, el paso más lógico sería trabajar como coreógrafo. De hecho, algunos compañeros que han seguido este camino han intentado hacerme ver que la compañía es un lastre, que debería cerrarla y buscar mi hueco como coreógrafo en alguna entidad cultural relacionada con la danza. Pero no es un paso sencillo después de 17 años. Tenemos seis espectáculos en carretera, que podemos representar mañana mismo en cualquier ciudad de España. No es fácil terminar de buenas a primeras con algo así.

-¿Qué balance hace de estos 17 años de compañía?

-Cuando empezamos, un distribuidor me preguntó dónde quería estar. Y creo que es una pregunta fundamental, que no hay que dejar de hacerse nunca. Porque de la respuesta van a depender mucho los espectáculos que hagas y los pasillos que visites. Dentro de las posibilidades que hemos tenido, creo que estamos bien posicionados. Pero no estoy del todo satisfecho. Creo que el esfuerzo invertido debería habernos servido para haber llegado a otros lugares y tener más visibilidad. No dejo de preguntarme qué hemos hecho mal para no estar en el Grec de Barcelona, o en Montpellier. En el fondo, como te decía, todo esto tiene que ver con las posibilidades que tienes a la hora de contratar a una productora o una distribuidora, porque no todas tienen el mismo alcance. Además, claro, del tipo de espectáculo que montes.

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