Cultura

Málaga y la ciencia: una historia de amor (ciego)

  • La recuperación del Ministerio del ramo de la mano de Pedro Duque invita a señalar los huecos que quedan aquí por cubrir respecto a la materia

Hace ya algo más de tres años, la NASA anunció su intención de enviar un nuevo robot explorador a Marte con un objetivo que suena a ciencia-ficción y que sin embargo obedece a un argumento netamente científico: estudiar la habitabilidad del planeta rojo para analizar, entre otras muchas cosas, la posibilidad de establecer allí colonias humanas. La misión fue bautizada como Mars 2020, en referencia al año en que, presumiblemente, el ingenio se posará sobre la superficie marciana. Pues bien, si alguien considera que estas cosas siempre pillan lejos, resulta que se equivoca: un equipo de la Universidad de Málaga dirigido por el catedrático de Química Analítica Javier Laserna participa de manera activa en el proyecto, suministrando al otro lado del charco valiosa información para el éxito de la misión. Sin salir de la misma institución, el equipo de investigación que coordina el catedrático de Ciencia de la Computación Francisco Vico es una referencia internacional ineludible en el ámbito de la inteligencia artificial; el grupo llegó a las portadas de medio mundo en 2012 gracias a la presentación del computador Iamus, el primero capaz de componer música en un prodigioso ejercicio de mímesis; pero los proyectos que desarrollan Vico (un apasionado, por otra parte, de la divulgación científica en centros educativos, asociaciones y cualquier aforo que se precie) y sus aliados abordan muchos otros ámbitos en la vanguardia mundial de la computación. Fuera de la Universidad y del nido de I+D que entraña el Parque Tecnológico de Andalucía, es cierto que Málaga no cuenta con demasiadas instituciones científicas de prestigio, sobre todo en el ámbito público; pero sí ha demostrado que es capaz de crear flujos suficientes para incorporar el conocimiento generado en contextos cercanos. Recientemente, España pasó a incorporarse a la lista de países participantes con rango protagonista en la construcción del Square Kilometre Array (SKA), el que será el mayor telescopio sobre la superficie terrestre, que estará compuesto por miles de antenas distribuidas entre Australia y la mitad sur del continente Africano y que comenzará a construirse el año que viene para su puesta en funcionamiento en 2024 y 2025 (su impacto será, en cuanto al conocimiento del cosmos, comparable al que han producido los hallazgos del acelerador de partículas del CERN en Ginebra); y la investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) Lourdes Verdes-Montenegro, responsable de la coordinación de la aportación científica nacional al proyecto que ha hecho posible la entrada de España como país colaborador oficial, desgranó todas las claves del SKA el pasado abril en una conferencia del Centro de Ciencia Principia para la que la sala se quedó pequeña.

Y es que si la Universidad de Málaga genera ciencia de altos vuelos, las actividades divulgativas que acoge la ciudad constituyen una tendencia creciente. El Centro Principia representa un ejemplo de libro, así como los Encuentros con la Ciencia que coordinan el profesor Enrique Viguera y su equipo (la reciente conferencia dedicada in memoriam a Stephen Hawking registró un lleno absoluto en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés). Es decir, en Málaga hay ciencia y se divulga la ciencia con éxito. Málaga y la ciencia viven una historia de amor. Pero es un amor ciego: son muy pocos los que lo ven y de hecho a este amor le cuesta a menudo verse a sí mismo, reconocerse. La destrucción del tejido científico a tenor de la reducción de inversiones y la huida (o abandono) de profesionales ha sido bien dolorosa en los últimos años, pero no es un problema menor la desconexión que la actividad científica mantiene con la sociedad malagueña, por diversas razones, muy a pesar del empeño divulgativo y de su éxito palpable. Ahora, la comunidad científica espera tras la recuperación del Ministerio del ramo, con el astronauta e ingeniero espacial Pedro Duque como titular, la oportunidad que permitirá reactivar proyectos, culminar unos y emprender otros; pero la mayor parte de los expertos coinciden en que la reactivación también debería afectar a la visibilidad del trabajo de los científicos en Málaga y sus logros.

De hecho, resulta significativo que la institución encargada de conectar la actividad científica y la sociedad a la que se dirige la anterior, la Academia Malagueña de Ciencias, no disponga de un espacio digno y ambicioso, a la altura de su posición, más allá de la sede administrativa de que dispone en la calle Moratín; que la institución se acoja a emplazamientos prestados como el Rectorado de la Universidad de Málaga para sus actos (casi siempre muy concurridos), y que la propia Academia sea víctima de la invisibilidad que atañe a la ciencia en Málaga, deja bien clara la posición de la ciudad y sus administraciones públicas al respecto. Como apuntaba recientemente a este periódico el presidente de la Academia, el oftalmólogo Fernando Orellana, "aunque la divulgación ha experimentado un gran crecimiento, la ciencia sigue bajo mínimos. Y esto se debe, en parte, a una interpretación de la cultura que excluye la ciencia, lo que demuestra muy poca sensibilidad". El empeño de Málaga por adjudicarse la etiqueta de ciudad cultural dejando a un lado la ciencia es bien representativo de la situación. Hará falta un astronauta.

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