Cultura

Málaga, ciudad de Oriente

  • Investigaciones y excavaciones recientes confirman la importancia de la antigua Malaca en los dominios de Bizancio en la Península, un hito que tendrá relato propio en el Museo Arqueológico

Cuando se le pregunta al respecto, el arqueólogo José Suárez, responsable de buena parte de la exposición del Museo Arqueológico que acogerá el Museo de Málaga en la Aduana, responde de manera tajante e ilustrativa: "Desde su fundación fenicia, Málaga nunca ha perdido su conexión con Oriente". Ya antes incluso de la génesis de la urbe, la colonia del Cerro del Villar, en la que habitaron fenicios y griegos, sirvió de puerta de entrada a la Península Ibérica de productos como la vid y el hierro. La querencia oriental se mantuvo bien álgida, también a cuenta del esplendor comercial, en la Malaca romana, y floreció más aún en el periodo andalusí, cuando, especialmente durante el Califato, los vínculos con el otro extremo del Mediterráneo resultaron decisivos en lo político y lo cultural. Pero la historiografía conserva un episodio en el que la posición oriental de Málaga revistió cualidades capitalinas: el que se extiende bajo el dominio del Imperio Bizantino, desde las conquistas en el sur de la Península que se llevaron a cabo a las órdenes de Justiniano entre los años 552 y 555 hasta la recuperación de la ciudad para la hegemonía visigoda a manos del rey Sisebuto en el 614. Por su brevedad, circunscrito a apenas seis décadas, el relato de la Málaga bizantina ha quedado a menudo soslayado y relegado a escaparates más discretos frente a las ocupaciones fenicias, romanas y árabes. Sin embargo, tradicionalmente se ha dado por sentada, a tenor de diversas investigaciones, la importancia de la antigua Malaca en este tramo, con carácter fundamental. La diferencia, explica Suárez, es que las excavaciones más recientes han venido a corroborarlo: "La arqueología ha confirmado lo que la Historia ya nos venía advirtiendo", apunta. Es decir, que el influjo bizantino transformó la ciudad mucho más de lo que cabría esperar de una presencia tan limitada en el tiempo. Más aún, la última tendencia en lo que a arqueología se refiere en Málaga ha venido dirigida a demostrar este punto. Como feliz consecuencia, el Museo Arqueológico contará en su sede de la Aduana con un revelador apartado dedicado expresamente a la Málaga bizantina, que contará con cerámicas, ánforas, monedas y otros elementos a modo de testimonio de este esplendor. Así lo confirmó el propio José Suárez: cuando el museo abra al fin sus puertas, previsiblemente antes de diciembre, la Málaga bizantina dejará de ser una desconocida para los propios malagueños.

La presencia del imperio cristiano de Oriente en la extensión de la antigua Bética goza de hecho de un interés álgido entre los historiadores en el presente. Así, la revista Andalucía en la Historia, que edita el Centro de Estudios Andaluces, incluye en su último número un amplio dosier al respecto a cargo de Margarita Vallejo Girvés, de la Universidad de Alcalá de Henares. En su artículo relata cómo el emperador Justiniano I, nada más heredar el trono de su tío Justino I, demostró ya que su idea de lo que debía ser el Imperio Romano "era completamente distinta de la que habían tenido los emperadores que le habían precedido desde mediados del siglo V. Justiniano creía firmemente que él debía ser quien devolviera al Imperio Romano las tierras que desde siempre le habían pertenecido, pues incluso la capital fundacional del mismo, Roma, estaba en manos de unos bárbaros, los ostrogodos. Además, cristiano como era, también consideró su misión eliminar de esas tierras occidentales la corriente cristiana herética, el arrianismo, que era seguida por vándalos, visigodos y ostrogodos". Vallejo explica así como, en pos de esta legítima reconquista, Justiniano incorporó a sus dominios entre los años 533 y 534 el Reino Vándalo, con lo que el norte de África volvió a ser territorio romano. Inmediatamente después, entre los años 534 y 550, Justiniano conquistó Italia, un triunfo harto significativo dada la anexión de la antigua capital del imperio. A partir del año 552, el monarca aprovechó el verdadero estado de guerra civil en que vivían los visigodos en la Península Ibérica, con los continuos enfrentamientos entre el rey Agila y el aristócrata Atanagildo, según los testimonios de Isidoro de Sevilla. Fue el propio Atanagildo el que abrió a los bizantinos el acceso al sur de Hispania bajo la promesa de la colaboración de Justiniano para subir al trono, pero tal compromiso representó más bien el papel de caballo de Troya: mientras la ayuda jugaba a parecer efectiva, los de Oriente iban asentándose sin excesivas dificultades en cada vez más posiciones desde Algeciras hasta Cartagena, con el beneplácito de los obispos que veían en los recién llegados una fidelidad al dogma frente a la herejía arrianista. Curiosamente, este idilio quedó revertido cuando en el año 589, durante el tercer Concilio de Toledo, el rey Recaredo se convirtió al catolicismo junto a todo el pueblo godo: "La percepción que los hispanorromanos sometidos a los bizantinos tenían de los visigodos cambió. Si antes del concilio podían existir motivos para que no tuvieran mucho interés en formar parte del Reino Visigodo, tras éste las razones habían desaparecido", escribe Vallejo. Precisamente, fue un obispo malagueño, Jenaro, uno de los primeros acusados de traición por Bizancio a causa de su confabulación con los godos. Tras la muerte de Justiniano en el año 585, ningún otro emperador bizantino mostró interés en ampliar los dominios en la vieja Hispania, en parte por problemas internos como el asesinato del emperador Mauricio. En el año 619, ya no quedaba rastro alguno de Bizancio en la actual Andalucía.

De la presencia del Imperio en Málaga las campañas arqueológicas habían sacado a la luz piezas como unas pesas de uso comercial en la Alcazaba (actualmente conservadas en el Museo Arqueológico de Sevilla) y el grabado en piedra de un barco bizantino o dromon (conservado por su parte en el Museo Naval de Madrid) que ofreció en su momento pistas sobre la importancia del puerto bizantino en la ciudad. Pero, tal y como explica Suárez, las recientes excavaciones llevadas a cabo en áreas como el Teatro Romano, la calle Alcazabilla, el Teatro Echegaray, la calle Molina Lario y el Museo Carmen Thyssen han sido pródigas en hallazgos y en información. Suárez brinda a modo de ejemplo la aparición de un ungüentario de origen oriental en el Palacio del Obispo: el recipiente debía contener agua del Jordán para su uso en bautizos, lo que no deja de resultar digno de análisis: en un perímetro muy cercano, los fenicios habían erigido su santuario (justo en la calle Císter), los árabes construyeron la mezquita mayor de la ciudad y, en sustitución de ésta, los cristianos levantaron la Catedral tras la reconquista, lo que convierte al enclave en un poderoso núcleo de atracción religiosa. También resultó definitivo hace unos años, en las excavaciones realizadas en el Palacio de Villalón previas a su rehabilitación para el Museo Carmen Thyssen, el descubrimiento de toda una necrópolis bizantina junto a algunas pinturas tardorromanas. José Suárez apunta que en estos yacimientos puede constatarse una continuidad del modelo urbanístico respecto a la Malaca romana pero alzado, al mismo tiempo, en una planta nueva (en la planta inmediatamente anterior quedan las piletas de salazones que pueden admirarse actualmente junto el Teatro Romano). Y esta ciudad de nueva planta quedaba orientada de manera estratégica a su elemento más importante: el Puerto, que durante el gobierno de Bizancio creció igualmente de manera exponencial. Suárez subraya el interés comercial al que obedecía esta transformación, ya que, de hecho, los primeros exploradores bizantinos habían llegado a la antigua Bética "atraídos por los comerciantes tardorromanos". Y Margarita Vallejo comparte este planteamiento al apuntar que estas excavaciones permiten ver, ante todo, "lo que debió ser una activa vida comercial bajo dominio bizantino". Suárez, eso sí, va más allá al apuntar que la elevación de una nueva planta y la orientación al Puerto obedecen a una "apuesta de Estado por parte de Bizancio". Y lo cierto es que, como señala Vallejo, Málaga conservó hechuras capitalinas hasta que tal condición pasó a Cartagena, preferida por los bizantinos por su posición estratégica en el Mediterráneo.

Un aspecto simbólico de la transformación de Málaga bajo el poder de Bizancio fue el empleo del Teatro Romano como cantera, un aspecto en el que incidieron después los árabes. José Suárez recuerda que ya en el periodo tardorromano "la extensión del teatro fue ocupada en su totalidad por la industria de salazones", así que cuando llegaron los bizantinos hacía siglos que el recinto había perdido su fisonomía y su uso escénico: "En el siglo VI se encontraba ya cubierto por completo. De él se extraían materiales para la construcción de viviendas", explica el arqueólogo; toda una paradoja respecto a la segunda romanización de Málaga, la que vivió al amparo de Constantinopla. Tan lejos, tan cerca. Al hilo del mismo mar.

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