Málaga redime a Mijail Bulgákov
El dramaturgo Juan Mayorga y la directora teatral Helena Pimenta recordaron ayer la figura del escritor ruso antes de la representación de la obra 'Cartas de amor a Stalin' en el nuevo Auditorio de la Diputación
Entre la gran literatura rusa del siglo XX y la capital de la Costa del Sol se estableció ayer una conexión tan fértil y oportuna como poco habitual, de la mano de dos ases imprescindibles del paisaje teatral español actual. El dramaturgo madrileño Juan Mayorga (reconocido con el Premio Nacional de Teatro, con diversos premios Max y con representaciones de sus obras en medio mundo) y la directora salmantina Helena Pimenta (fundadora de Ur Teatro, verdadera compañía matriz de la escena española que acaba de cumplir 22 años en activo) se reunieron ayer en torno a la figura de Mijail Bulgákov (Kiev, 1891-Moscú, 1940), también dramaturgo, autor de novelas imprescindibles como El maestro y margarita, La guardia blanca y Corazón de perro y silenciado por el estalinismo. La excusa perfecta fue la representación de la obra de Mayorga Cartas de amor a Stalin, a cargo de Ur Teatro y con dirección de Pimenta, en el nuevo Auditorio de la Diputación Provincial de Málaga, en la sede de la Avenida Pacífico.
En realidad, la jornada malagueña de Mayorga y Pimenta tuvo ayer varias paradas. La representación de la pieza, con Ramón Barea, José Tomé y Celia Pérez en el reparto, dejó el Auditorio sin butacas libres, pero antes los dos mentores mantuvieron un encuentro, en clave master class, con buena parte de los profesionales malagueños del teatro, que compartieron con el dramaturgo y la directora confidencias, trucos y experiencias. Para abrir boca, el autor de Cartas a amor a Stalin y su artífice sobre las tablas departieron con los periodistas los primeros momentos de la tourné. Pimenta explicó entonces que esta obra, que supone la cuarta colaboración de Mayorga con Ur Teatro (tras Sonámbulo, El chico de la última fila y el montaje Encuentro en Salamanca, que inauguró los actos de la Capitalidad Cultural de Europa en la ciudad castellana en 2002), "demuestra hasta qué punto el teatro es un arte dinámico y vivo, capaz de adaptarse a los cambios". Cartas de amor a Stalin se representó por primera vez en 1999 "pero había una necesidad absoluta de volver a montarla ahora para demostrar su vigencia, ya que sus reflexiones sobre la crisis de las utopías y la añoranza de las ilusiones han ganado fuerza y razón con el tiempo". Al cabo, como explicó Pimenta, "la primera misión del teatro es mover al espectador a pensar, pero no de cualquier manera, sino desde la complejidad de la palabra poética".
Cartas de amor a Stalin presenta a un Mijail Bulgákov en pleno apogeo, durante los años 30, cuando se debate entre la atracción que ejerce sobre él el poder encarnado en Stalin como medio para alcanzar el definitivo éxito literario y las dudas que suscita en él el régimen comunista soviético. Además, apuntó ayer Mayorga, el trabajo de Helena Pimenta ha sacado a la luz contenidos que hasta ahora habían permanecido más soslayados, "porque un texto teatral sabe más cosas de las que cree conocer su autor", y señaló como hallazgos correspondientes a Ur aspectos como "el drama de un hombre que espera la llamada que le colmará de felicidad, la que saciará sus expectativas, una llamada que tarda en producirse y que, en su ausencia, va llenando de veneno a quien la espera". A todo ello se suma una historia de amor, la que viven Bulgákov y su esposa "y en la que entra un tercero, que resulta ser un fantasma".
En Cartas de amor a Stalin, según Mayorga, Bulgákov "aspira a la caricia del poder, pero por la propia lógica del estalinismo termina siendo considerado un traidor no sólo del poder, sino del pueblo. Llegaron a escupirle en la calle por este motivo, de hecho". Aunque con muchas reservas, el mismo Stalin se mostró favorable a Bulgákov al principio de su carrera (aprobó la adaptación escénica de su primera novela, La guardia blanca), "pero el autor se mostró después incapaz de escribir para quienes esperaban algo de él, sino para su propia verdad, que expresó mediante sátiras extraordinarias con la esperanza de que los comunistas las aceptaran". Lo cierto es que no sólo Stalin, sino también la sociedad soviética "se mostraron incapaces de aceptarlas, lo que demuestra que aquella sociedad estaba destinada al suicidio, como ocurrió con el poder soviético". Y Mayorga extrae una lección: "La Historia muestra el futuro en sus episodios extremos".
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