Memoria y coraje para otra victoria

El Instituto Municipal del Libro reedita las 'Memorias' de Mercedes Formica, el testimonio de la pionera en la defensa de los derechos de la mujer

Mercedes Formica (Cádiz, 1916 - Málaga, 2002), en los años 30.
Pablo Bujalance Málaga

06 de noviembre 2013 - 05:00

No dejaba de resultar paradójico que Mercedes Formica, que había nacido en Cádiz en 1916, falleciera en Málaga en 2002 víctima del alzheimer: su memoria, que había sostenido a pulso el siglo XX, terminó corriendo, sin remedio, como agua derramada. Afortunadamente, Formica, entre otras muchas cosas, llegó a escribir dos libros de memorias en las que brindó su más personal testimonio de una época tremebunda: Visto y vivido (1982) y Escucho el silencio (1984), publicados originalmente por Planeta. Como otros tantos tesoros de la lengua española, estos títulos terminaron retirados de la circulación y suscritos a la anécdota de algunos catálogos para mayor injusticia contra su autora; pero ahora, el Instituto Municipal del Libro y la Editorial Renacimiento han puesto en común sus esfuerzos para recuperar este trabajo en un solo volumen, Memorias (1931-1947), que presentó ayer la institución malagueña en el Museo del Patrimonio Municipal.

¿Quién es Mercedes Formica? Cuanto dio de sí su obra y su figura, que no es poco, se distribuye habitualmente en dos facetas: una de escritora, más que notable, por la que dejó una novela también de índole memorialística y de título tan malagueño como Monte de Sancha (1950), una abultada producción ensayística en torno al feminismo y diversas novelas románticas que firmó con el seudónimo Elena Puerto; la Historia, sin embargo, ha reservado un lugar más reconocido a Formica a tenor de su dedicación a la abogacía y a su defensa pionera de los derechos de la mujer. En este sentido, su fruto más visible fue la modificación del Código Civil en 1958, por la que logró deterrar la expresión casa del marido y sustituirla por hogar conyugal; semejante bondad del léxico se tradujo en los derechos reconocidos para miles de mujeres separadas y abandonadas, habitualmente condenadas hasta entonces al regreso a la casa paterna o al ingreso en el convento, cuando aún no existía en España (ni de lejos) algo parecido al divorcio. A pesar de su adscripción falangista y de la asunción de los valores del Movimiento que siempre manifestó, Formica tuvo que vérselas con la censura a cuenta de su envite feminista. El tiempo le ha dado la razón, claro. Pero nunca está de más recordarlo.

Formica abarca en sus Memorias desde la misma constitución de la Primera República hasta bien entrada la posguerra. Y lo hace desde el lado de quienes vencieron en la Guerra Civil, sin tapujos. La jovencita que marchó a estudiar Derecho a Sevilla, donde tenía que acudir acompañada por una tutora para evitar escándalos (era la única alumna de la Facultad), y donde entró en contacto con maestros de la Institución Libre de Enseñanza, se casó poco después con Eduardo Llosent, director del Museo de Arte Moderno de Madrid y quien le abrió a su vez el acceso a la Generación del 27 a través de la revista Mediodía en su función de director de la publicación (ya viuda, Formica contrajo segundas nupcias con el industrial José María Careaga y Urquijo). Tras una infancia en Cádiz llena de luz y comodidades y una adolescencia en Córdoba con algunas necesidades, la futura abogada comenzó a aspirar en Sevilla a ciertos privilegios por los que lucharía hasta el final. Y allí les sorprendió, a ella y a su familia, la República.

La autora da cuenta así en sus Memorias de aquellos acontecimientos: "El 14 de abril de 1931, todos los miembros de mi familia eran monárquicos. Ser republicano, en una capital de provincias, significaba una tragedia. Se les miraba como a resentidos, apartados de la vida social, considerados masones, ateos y malos cristianos. La frase 'es de comunión diaria', usada para referirse a una persona sin tacha, continuaba vigente". Por eso, el final de la Guerra Civil vino, de algún modo, a restablecer el orden: "Fui a Madrid con un grupo de amigos a presenciar el desfile de la Victoria (...) El desfile del ejército vencedor por el paseo de la Castellana resultó inenarrable. Una gran muchedumbre, la misma que había recibido enardecida a los soldados nacionales, se apiñaba en los andenes, galvanizada por el entusiasmo. Enronquecí dando vivas a Franco y al ejército, coreada por la marea de voces que hacían vibrar la ciudad. La victoria del Caudillo debió de suponer un intenso dolor para muchos derrotados, pero el ochenta por ciento de los españoles les agradecían la terminación del caos".

Mercedes Formica nunca renunió a esta victoria. Pero ya en la posguerra puso todo su coraje para la consecución de otra: el reconocimiento de las mujeres como personas por encima de sus vínculos familiares. Jugar del lado vencedor no lo hizo más fácil.

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