Mishima, el poeta que quiso ser poema

Alianza continúa con su empeño de difundir la obra del autor japonés, del que ha publicado cinco títulos durante este año

Una imagen de Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970).
Una imagen de Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970).

Alianza ha publicado este año tres novelas de Yukio Mishima (Confesiones de una máscara, Después del banquete, Música), un extraordinario libro de relatos, La perla y otros cuentos, y una síntesis de su pensamiento, El sol y el acero, tan breve como intensa. Tal empeño editorial está cubriendo dos objetivos. Uno: poner a nuestro alcance la obra completa de un autor impar. Y dos: abrirnos las puertas a una literatura feraz, la japonesa, no tan conocida como se debiera. Al lector avisado seguramente no le resultarán extraños los nombres señeros: Yasunari Kawabata, Kenzaburo Oé, Shusaku Endo... Ninguno tan llamativo, no obstante, como Mishima, un caballo bravío en los sosegados jardines de las letras niponas.

El pasado 25 de noviembre se cumplió el cuadragésimo aniversario de su suicidio, un gesto exagerado y espectacular que ha condicionado la lectura posterior de sus textos. En realidad, la perspectiva debería ser la contraria: aquel alarde último depende de la obra previa y no al contrario. En Patriotismo (1960), incluido en La perla y otros cuentos, Mishima describe con minuciosidad y delectación el suicidio ritual de un joven oficial del ejército. Pues bien, si en su momento tuvo su nosequé de insolencia, tras los hechos de noviembre de 1970, dicha narración sólo cabe entenderla como el aviso de un poeta que, según dijera Jaime Gil de Biedma de sí, quizás sólo quería ser poema (un poema épico, en el caso de Mishima). El anhelo de muerte recorre, serpenteando, toda su producción literaria. En Confesiones de una máscara, leemos: "Hasta la idea de mi propia muerte me hacía estremecer con un placer desconocido". Mishima tenía 24 años cuando escribió esto.

Kimitake Hiraoka -éste era su verdadero nombre- había nacido el 14 de enero de 1925, en Tokio. Con apenas un mes, el pequeño fue puesto al cuidado de su abuela Natsuko, dominante, posesiva, y con ella vivió hasta los 12 años. Fue un niño de salud precaria -se llegó a temer por su vida en una ocasión- y un estudiante poco despabilado. Al volver bajo la tutela de la madre, el marchito adolescente floreció. Hizo sus primeros pinitos literarios en revistas estudiantiles y empezó a leer con fruición a los clásicos nacionales, así como autores occidentales, Oscar Wilde entre ellos, quizás no por casualidad. A los 16 empleó por primera vez del seudónimo que lo haría famoso: Yukio se pronuncia de manera similar a la palabra nieve y Mishima es un pueblecito a los pies del monte Fuji; su sobrenombre sonaría a algo parecido a Nieve sobre Mishima.

Durante la II Guerra Mundial no pudo incorporarse a filas por culpa de esa precaria salud suya. Contribuyó a la causa trabajando en una fábrica de aviones y escribiendo versos y proclamas patrióticas. Tal vez entonces cayera la semilla fatal en el surco de la vida. Tras la contienda, Mishima se vuelca en el cincelado del verbo y del cuerpo. El perfeccionismo es una conquista personal; el narcisismo, la revancha del niño enclenque que fue. La belleza, la ajena y la propia, deviene obsesión. El éxito y el escándalo llegarían de la mano en fecha temprana con Confesiones de una máscara (1949), en la que Mishima desnudó su infancia, juventud y primeros escarceos homosexuales. El autor reincidió en esta temática con premeditación, nocturnidad y alevosía en El color prohibido (1953) un retrato nada complaciente del mundillo gay de Tokio. La gran promesa de las letras nacionales -tutelado en sus inicios por el que será el primer Nobel japonés, Yasunari Kawabata- no tarda en revelarse un incordio para los sectores más conservadores. Aunque, en el fondo, ninguno tan conservador como él.

El poema va sumando estrofas, el poeta aciertos: El rumor del oleaje (1954), El pabellón de oro (1956), El marinero que perdió la gracia del mar (1963)... Después del banquete (1960), historia de la propietaria de un restaurante y sutil sátira de la política nacional, le costaría un proceso por daños y perjuicios. Mishima suma y sigue. A pesar de todo, y únicamente por complacer a su madre, condesciende a la impostura del matrimonio: en 1958 se casa con Yoko Sugiyama, hija de un afamado pintor, con quien tendrá dos retoños. Los esponsales y la paternidad son máscaras superpuestas a la principal que apenas disimulan sus auténticas inclinaciones. En 1965 inicia la redacción de la tetralogía El mar de la fertilidad, su obra magna: Nieve de primavera (1968), Caballos desbocados (1969), El templo del alba (1970) y La corrupción de un ángel (1974). Contemporáneamente crea un ejército privado, La Sociedad del Escudo, y aquel joven que no pudo ir al frente declara su guerra particular al Japón moderno. Una vez reconstruido el hombre, quiere reconstruir la nación.

Mishima fue, por todo esto, un personaje incómodo para el establishment. En una sociedad como la japonesa, que concibe la discreción como una de las Bellas Artes, el exhibicionismo del escritor tuvo el efecto de un grito estentóreo en la morosa quietud del templo. En tales casos, la gente chistea, exige silencio y no se pregunta el porqué del grito. Pero hay que preguntárselo: ¿A qué viene ese grito? En su obra, Yukio Mishima documenta las hondas mutaciones del Japón de posguerra, vive intensamente su tiempo, lo desprecia con no menor intensidad, y decide transformarlo: si un patito feo como él ha mudado en cisne tenebroso, una ciudadanía sumisa puede rebelarse, un país débil fortalecerse. Ahora basta de palabras, hay que pasar a la acción: "Para un artista, acumular escritos equivale a acumular excrementos", escribió en julio de 1970.

El poeta cederá el lugar al guerrero, el crisantemo a la espada. El 25 de noviembre de 1970, hace 40 años, Mishima envió a su editor el manuscrito de La corrupción de un ángel, destinado a aparecer póstumamente. Unas horas después, al frente de un grupo de leales y entre el estupor generalizado, irrumpió en un cuartel militar y lo ocupó. En un texto leído poco antes del desenlace, denunció que las sirenas de la prosperidad económica hubieran llevado a Japón a renegar de su identidad. ¿Apreciáis la vida hasta el punto de sacrificarle vuestro espíritu?, preguntaba. Mishima jamás habló por hablar. A continuación, para dar ejemplo, se abrió el vientre siguiendo el centenario ritual samurái. Así moría el poeta, así acababa el poema.

stats