Luto en el mundo del flamenco

Se fue Moraíto, nace su leyenda

  • La prematura muerte del insigne tocaor jerezano Manuel Moreno 'Moraíto chico' deja de forma irreparable al flamenco sin otro de sus grandes puntales.

“A veces el dolor también es necesario para el alma. No todo siempre tiene que ser alegría, el dolor también fortalece”, dejó dicho  un filosófico Manuel Moreno Junquera ‘Moraíto chico’ (Jerez, 1956-2011) en ‘El cante bueno, duele’, un documental que una productora holandesa le dedicó a él y a otros miembros de su dinastía hace sólo unos meses. Hoy, las notas alegres de ‘Rocayisa’ se funden con la trágica seguiriya de ‘Terremoto’ en la despedida terrenal de uno de esos flamencos superlativos e inmortales que ha parido Jerez, la cuna del arte jondo. Se fue Manué. Seguro que se despidió camino del tablao celeste con su sonrisa socarrona, tan guasón y divertido como fue. Se ha ido Moraíto, la excelente persona, el insigne tocaor, tras una larga y cruel enfermedad a punto como estaba de cumplir 55 años el próximo 14 de septiembre. A las diez y media de la mañana de ayer comunicaban una temida y terrible noticia que corrió como la pólvora en las redes sociales de Internet, en los móviles, en los foros flamencos, desde el Arco de Santiago hasta la Plazuela, desde Jerez hasta Madrid… Hasta Japón llegaron los ecos del fatal desenlace. Hoy a mediodía su cuerpo recibirá sepultura en el cementerio municipal de Nuestra Señora de La Merced. Sus restos mortales descansarán para la eternidad, como así lo ha pedido la familia, junto a la tumba de su adorada Francisca Méndez Paquera.

Otra vez el flamenco jerezano vuelve a teñirse de luto. Otra vez la ciudad del vino y la bulería vuelve a quedarse aún más desangelada, desgarrada, tras perder de forma prematura a uno de los grandes puntales del barrio del Prendimiento. Como un rey Midas que todo lo que tocaba lo convertía en oro de ley, Moraíto era el monarca del compás, el soniquete hipnótico y hechizante de un barrio con duende y solera. Moraíto, como ha reconocido en más de una ocasión Paco de Lucía, ha sido el guitarrista con más compás de todo el orbe flamenco, pero también un gran faro que hizo que el toque genuino no se perdiese en negras tormentas de falsa innovación.

Ningún adjetivo será gratuito esta vez para ensalzar una figura clave en el flamenco contemporáneo. Añejo y ortodoxo en su escuela netamente jerezana, con su padre, el también guitarrista Juan Morao (fallecido en 2002) y su tío Manuel Morao, otro genio vivo para el que todos los reconocimientos serán pocos, aprendió a no avinagrar y a emprender el camino del toque por derecho. Aprendió a, hiciera lo que hiciera, preservar el gran patrimonio que había heredado de sus mayores. Patrimonio que, años más tarde, también supo transmitir de manera actualizada a las nuevas generaciones, para las que ha sido un gran maestro y referente esencial. El testigo, desde luego, lo recoge ahora de forma privilegiada su hijo mayor Diego, quien ha conseguido dar otra vuelta de tuerca a las formas rancias de la mítica saga de los Morao y abre nuevos horizontes que parten desde esa raíz de la que es depositario hacia el futuro.

Debutó a los once años de la mano, como tantos otros, de Manuel Morao. Fue a mediados de los 60, en la plaza de toros jerezana y en los míticos jueves flamencos que organizaba su tío y de los que también emergieron artistas como José Mercé, su gran amigo Mercé. Sin embargo, Moraíto no tomaría la alternativa con picadores hasta pasados algunos años, cuando La Paquera lo requirió para suplir a su tocaor de cabecera, Manuel Fernández Parrilla de Jerez, que tenía en ese momento una gira en Sudáfrica con la compañía del bailaor Luisillo.

Desde entonces, Moraíto chico no dejó de hacerse grande, grande, y raro fue el gran cantaor que no disfrutase con el vibrante, enérgico, respetuoso y preciso acompañamiento del autor de dos discos antológicos e imprescindibles para cualquier aficionado al flamenco o amante de la música en general: ‘Morao y oro’ (Auvidis, 1992) y ‘Morao, Morao’ (grabado en 1999 pero reeditado en 2005 por Nuevos Medios). Dos tesoros fonográficos en los que dejó impreso el sello y la forma de sentir de una escuela inimitable del toque, la jerezana, y la garra gitana inconfundible de su herencia flamenca.

Al margen de numerosas colaboraciones en trabajos discográficos, como su permanente presencia en la colección ‘Así canta nuestra tierra en Navidad’ y el culmen que para él supuso grabar ‘Aire’, con Mercé; y de haber participado en los dos largometrajes en torno al arte jondo realizados por el cineasta Carlos Saura, ‘Flamenco’ (1995) y ‘Flamenco, flamenco’ (2010), el imaginario siempre devuelve una estampa eterna al recordar a Manuel Moreno ‘Moraíto’. Y es precisamente como fiel e inseparable escudero de José Mercé. Amigo desde la infancia y compadre a quien ha acompañado en las últimas dos décadas sobre escenarios nacionales e internacionales. Pero no fue Mercé el único que disfrutó en la distancia más corta de su pulso y su dominio del compás. Cantaores de la dimensión de Mairena, Caracol, Sordera, La Perla, Terremoto, Chocolate, Camarón… también enriquecieron sus tercios en algún momento gracias al acompañamiento virtuoso, redondo e inteligente de Moraíto, algunas de cuyas pegadizas falsetas pervivirán de manera inmortal entre las nuevas generaciones. Por no hablar de su clásica vueltecita por bulerías en todo fin de fiesta que se preciase de serlo. Una suerte de ‘pataíta’ de la que siempre salía airoso con tanto ángel como su admirado y llorado Parrilla de Jerez.

Actuó en peñas y festivales; participó en un episodio de la serie ‘Rito y geografía del cante’, donde se le puede ver secundando con su bajañí a un también jovencísimo Antonio Malena; y fue, años más tarde, ganador en dos ocasiones del prestigioso premio nacional de guitarra convocado por la peña Los Cernícalos y reconocido por la Cátedra de Flamencología con la concesión de la Copa Jerez de 1984. Más tarde, en 1999, les serían otorgados el Premio Nacional de Guitarra Flamenca y el Nacional de la Crítica Flamenca al toque. En la pasada Bienal de Sevilla también fue premiado con el Giraldillo a la ‘Maestría’ por toda su trayectoria.

Con una sonanta donada por el maestro Manolo Sanlúcar tras obtener el primero de los dos primeros premios nacionales de guitarra que logró, en 1972, recibió la llamada de Manolo Caracol para llevárselo a Los Canasteros, tablao madrileño en el que debutó profesionalmente, como se ha dicho, acompañando a La Paquera. El Ballet Nacional de España también fue otra de sus primeras pruebas de fuego, antes de dedicarse por entero a compaginar el acompañamiento del cante y a ofrecer sus propios conciertos y recitales de guitarra solista.

Querido y admirado fuera y dentro de nuestras fronteras, Moraíto obtuvo con su primer álbum el reconocimiento de la Nueva Academia del Disco de París y a lo largo de los casi 45 años de carrera artística que cumplía ahora tuvo la oportunidad de poner de largo en solitario su sabiduría guitarrística en infinidad de escenarios de todo el mundo. ‘Jerez, la uva y el cante’, que dirigió dentro de la programación de la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla (donde previamente había presentado otros cuatro espectáculos); y una última actuación en su tierra, en marzo pasado dentro del Festival de Jerez, donde reapareció y conmovió rodeado de gran expectación para acompañar con su habitual ardor el cante de David Carpio, son dos de los últimos grandes testimonios de su eminente e inquebrantable modo de entender el arte, el flamenco, su legado, el enrarecido tiempo que nos ha tocado vivir…

Se fue Morao ‘buleriando’ y emergió el artista inmortal tras escribir durante años y años páginas de oro en la historia reciente de un arte con tantísimo pasado como, esperemos, presente y futuro. Quiso ser torero y su paso por la Tierra le llevó a convertirse en guitarrista profesional hasta erigirse en mito flamenco de todos los tiempos. Moraíto marcó una época y murió demasiado pronto, pero con su último adiós también nació una leyenda para unas nuevas generaciones que, como él mismo reflexionaba, “están un poquito perdías”. Como ocurre en el cante, a veces el dolor fortalece. Descanse en paz.

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