Dos episodios fundacionales terminaron de convencer a Gino Hollander de que las musas le reclamaban para la pintura: el primero, su llamada a filas en 1942 en el frente de Aspen durante la Segunda Guerra Mundial, una experiencia traumática que le hizo comulgar con el dolor y la desolación; la segunda, su viaje a España en 1962, cuando descubrió un paraíso aún por hacer al que consagró luego gran parte de su existencia. Hollander, nacido en Nueva Jersey en 1924, llegó primero a Marbella y posteriormente a Pizarra, donde se instaló con voluntad de raigambre y donde protagonizó una aventura única a favor del arte. Fue aquí, en este territorio olvidado por los dioses y sin embargo mítico en sus costuras, donde el americano que acampó entre nosotros, ya en la cuarentena, y tras una notable actividad cinematográfica, decidió entregar su menester a la pintura. Hollander falleció el pasado 27 de agosto en California, a los 91 años según confirmaron a este periódico fuentes cercanas a la familia; su delicado estado de salud motivó su regreso a EEUU hace ya algunos años, aunque el artista siguió pintando hasta el final.

Heredero del expresionismo abstracto que marcó a fuego a los pintores de su generación, Hollander desarrolló un universo creativo propio a partir de los paisajes rurales de la provincia y del ideal femenino que siempre persiguió en sus lienzos. Durante sus muchos lustros en Pizarra su producción llegó a superar lo prolífico hasta hacerse abismal, con un registro medio de más de trescientos cuadros al año y unas 12.000 obras repartidas en museos, instituciones y colecciones de diversos países. Buena parte de este legado permanece conservado y expuesto en la Costa del Sol, como señal de un vínculo que la ausencia de Gino Hollander, quien llegó a crear un museo con su nombre en Pizarra, no ha logrado erosionar.

Desde mayo a septiembre de 2013, el Archivo Municipal de la capital acogió la exposición The elegant universe, una retrospectiva con una treintena de obras que terminó de sellar la huella inolvidable de Gino Hollander en Málaga.