Muere a los 85 años Jorge Lindell, gran renovador del arte en Málaga
El pintor y académico fundó la Peña Montmartre y el Colectivo Palmo, así como el primer taller de grabado de la ciudad Su obra forma parte de diversas colecciones internacionales
Cuando se habla del gran revulsivo que significó la llamada Generación del 50 para la historia de las artes plásticas en la Málaga del pasado siglo, resulta difícil encontrar una personalidad más activa y comprometida en este sentido que la de Jorge Lindell. Por más que soportara la etiqueta de pintor autodidacta (un fallo administrativo le impidió matricularse en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, así que durante su juventud desempeñó los más diversos oficios), Lindell, que nació en Málaga en 1930, se mostró precoz y decidido a la hora de tomar las riendas del cambio: en 1952 celebró su primera exposición individual en la Sociedad Económica de Amigos del País y dos años después firmó la reválida en la Peña Montmartre, que poco antes habían fundado él mismo, Eugenio Chicano y Alfonso de Ramón en El Pimpi. Pero fue la puesta en marcha del Colectivo Palmo en 1978 junto a Dámaso Ruano, Enrique Brinkmann, Joaquín Peinado, Manuel Barbadillo y Martínez Labrador, entre otros, el acontecimiento que hizo a Lindell merecedor del título de gran renovador. Sin su influencia ni su magisterio, esta historia reciente de la pintura en Málaga habría sido otra muy distinta. Lindell murió ayer a los 85 años, sin un reconocimiento más amplio por parte de su ciudad que, definitivamente, no llegó.
Informalista y profundamente lírico, Lindell asumió bien pronto que la transformación del clasicismo que imperaba en el arte malagueño aún en la década de los 50 exigía no sólo la entrada en juego de nuevos estilos; también de técnicas, voluntades y una necesaria mutación en la mirada del público. Por eso fundó ya en los primeros compases de la misma década junto a George Cambell, Robert MacDonald, Stefan von Reiswitz y Marina Barbado El Pesebre, el primer taller de grabado que abrió sus puertas en Málaga, pionero a su vez en Andalucía. Tras la disolución del Colectivo Palmo en 1988 abrió otro taller, Ataurique, en el que trabajó hasta fechas muy recientes; antes, el colectivo no sólo había impulsado la proyección de sus propias obras con ansias de modernidad, también la llegada a Málaga de artistas como Tàpies y Gordillo, cuyas creaciones contribuyeron a la normalización del arte contemporáneo en una ciudad todavía poco dada a tales experimentos. En 1997, el Palacio Episcopal acogió una amplia retrospectiva de su trabajo, organizada con la colaboración de la Fundación Picasso Casa Natal y la Junta de Andalucía, que reveló con justicia a Málaga el enorme pintor que era Jorge Lindell; pero para entonces su obra formaba ya parte de los fondos del Museo Reina Sofía, Calcografía Nacional y el Museo de Bellas Artes de Málaga, entre otras instituciones, además de colecciones privadas en España, Alemania, Estados Unidos y México. En 2008, Lindell ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Telmo, desde donde prosiguió su particular cruzada por hacer de Málaga un territorio sensible al arte, sus leyes y sus caminos.
Ahora, con Lindell en la otra orilla, conviene recordar el compromiso que el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, asumió hace unos meses en el acto de entrega de la Medalla de la Ciudad a Eugenio Chicano respecto a la posible construcción de un museo dedicado a aquella Generación del 50. Por sí solo, Lindell se basta y se sobra para recordar aquel episodio como único en el arte español del último siglo. Lo que corresponde ahora es poner coto al olvido.
También te puede interesar