Muere en Madrid a los 71 años el poeta y profesor Agustín Delgado
El escritor residió en Málaga durante los años 60 y participó activamente en la vida cultural de la ciudad
Fue un radical, un disidente, un caso aparte dentro de la historia reciente de la literatura española. José-Miguel Ullán acertó de pleno al referirse a él como "entrañable lobo estepario". El nombre de Agustín Delgado es poco frecuente en manuales y antologías, pero su reconocimiento como hito de la poesía reciente en castellano es indiscutible y merecido, por más que no sea todo lo amplio que debiera ser. Por eso apena un poco más su muerte, sucedida el pasado martes en Madrid. Pero si una ciudad le debe un homenaje, ésa es Málaga: en ella escribió el poeta sus primeros versos y para ella contribuyó de manera decisiva a confirmar la contienda contracultural que se opuso al franquismo en la clandestinidad y que terminó conformando, en buena medida, los resortes en los que la cultura, con más o menos acierto, encuentra apoyo en el presente.
Agustín Delgado nació en 1941 en Rioseco de Tapia, provincia de León. En su juventud puso en marcha la revista Claraboya junto a otros escritores entre los que figurabas Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y José Antonio Llamas. En ella aparecieron publicados poemas de beatnicks como Ginsberg y Ferlinguetti y autores españoles de la Generación del 50 como Gil de Biedma y Claudio Rodríguez. Posteriormente fue a estudiar a la Universidad Complutense de Madrid y vivió en primera línea los acontecimientos en torno a la expulsión de Tierno Galván, García Calvo y Aranguren. Estudió también en las Universidades de Comillas, Frankfurt y Barcelona, hasta doctorarse en filología románica después de haberse licenciado en filosofía. En 1965 se desplazó a Málaga, donde impartió clases en el Instituto de Enseñanza Media (Martiricos) hasta los años 70, cuando regresó a León, antes de volver a partir a Toulouse, París y Bruselas, donde ejerció la crítica y la docencia con igual rigor y pasión. En 1990 se instaló definitivamente en Madrid, y allí continuó ejerciendo la crítica literaria en prensa y revistas como Leer hasta su muerte.
Tras participar en algunas antologías, Agustín Delgado publicó en 1968 su primer gran libro, Nueve rayas de tiza, y lo hizo en Málaga, donde residía entonces. El poeta se adscribió sin paliativos a las revueltas del Mayo del 68 francés y las consecuencias no se hicieron esperar: la presentación del libro fue suspendida por las autoridades el mismo día que debía celebrarse. Pero prueba de que el tiempo pone las cosas en su sitio fue la presentación de la nueva edición del poemario, auspiciada por la Fundación Unicaja y embellecida con las ilustraciones de Eugenio Chicano, en la Sociedad Económica de Amigos del País de Málaga un otoñal día de noviembre de 2008. La deuda quedó finalmente saldada, pero, sobre todo, aquel encuentro significó una celebración y una reivindicación de la Málaga cultural de los 60, la que alumbró sus éxitos y sus fracasos evitando la estricta vigilancia de los garantes del régimen. Delgado y Chicano constituyeron un pilar esencial de aquella corriente, en las tertulias de La Buena Sombra y en las exposiciones que se celebraban en la misma Sociedad Económica, junto a otros pensadores y poetas como José María González Ruiz (entonces canónigo de la Catedral), Luiso Torres, Paco Carrillo y Miguel Ángel Molinero y pintores como Jorge Lindell, Gabriel Alberca y Enrique Brinkmann.
En una entrevista publicada hace dos años en el Diario de León con motivo de la publicación de una antología, Agustín Delgado decía lo siguiente: "En los años 60 o 70 escribir poesía era tanto como arriesgarse hasta el fondo desde una opción, estética o moral, del todo ajena a cualquier perspectiva de provecho o medro socio-profesional, para ya no decir mediático. Hoy, para muchos, escribir poesía es tanto como calibrar estrategias, tácticas, tendencias, siempre en perspectiva de obtener réditos mediáticos, y rentabilizarlos en cualquier otro orden de la industria cultural o de la deriva profesional". Sirva su ejemplo, libre y lúcido, para una mejor poesía en el futuro.
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