Cultura

El Museo Picasso de Málaga revela los secretos de Hilma af Klint

  • La pinacoteca exhibe hasta el 9 de febrero por primera vez en España 214 obras de la artista sueca (1862-1944), pionera de la abstracción y visionaria del anhelo de trascendencia

Que la historia del arte obedece a leyes a menudo imprevisibles es un axioma que tiene su piedra de toque en la figura de Hilma af Klint. Resulta paradójico que el mundo adjudique hoy a esta artista sueca, que vivió entre 1862 y 1944, la categoría de descubrimiento, pero así es. El Museo Picasso inauguró ayer la exposición Hilma af Klint. Pionera de la abstracción, que podrá verse hasta el 9 de febrero y que reúne un total 214 obras de esta creadora, a la que acertadamente se refirió ayer el director del museo, José Lebrero, como "la autora más secreta del siglo XX". Su legado, conservado en la fundación que lleva su nombre en Suecia (no en museos ni en centros de arte), llega ahora por primera vez a España después de haber protagonizado la que fue reconocida como una de las exposiciones más importantes de las celebradas en EEUU este mismo año, y después de haber visitado centros como el Moderna Museet de Estocolmo y el Hamburguer Bahnhof de Berlín. De entrada, conviene admitir que la posibilidad de ver en Málaga una exposición semejante constituye un hito que debería engrosar las efemérides: muy pocas veces se puede vaticinar la influencia que a partir de hoy ejercerá una creación facturada hace un siglo pero nueva en cuanto a que es ahora, en pleno agotamiento de la posmodernidad, cuando sale a la luz.

Pero al hablar de Hilma af Klint resulta difícil separar al artista de su obra. Kandinsky se adjudicó a sí mismo la realización del primer cuadro abstracto en 1915, pero con motivo de la reciente exposición de la artista sueca en Nueva York, Clemens Bomsdorf se preguntaba en el Wall Street Journal: "¿Inventó una mística sueca la pintura abstracta?". Y lo más honesto es responder que sí. Hilma af Klint dio rienda suelta a la abstracción ya entre 1880 y 1890. Y se aficionó al dibujo y la escritura automática mucho antes de que lo hicieran los surrealistas. Su evolución puede comprobarse al completo en la nueva muestra temporal del Museo Picasso, principalmente a través de sus cuadros, enormes unos, menores otros, en todo caso arrebatadores y plagados de misterio, presentados en el mismo orden sistemático (no exento de ambición matemática) con que su autora decidió conservarlos; pero también de sus dibujos, así como de una selección de sus cientos de cuadernos, en los que imprimía tanto sus enigmáticas figuras como sus poderosas líneas. Resulta ilustrativo este dato esencial: después de barajar seriamente la opción de destruir su obra, rechazada una y otra vez por los más variopintos museos de su tiempo, Hilma af Klint dejó escrita la orden de que ninguno de sus cuadros se expusiera hasta, al menos, veinte años después de su muerte, segura de que sólo entonces su trabajo podría ser comprendido. Tanto ha sido así que, finalmente, el plazo que su testimonio brutal decidió tomarse ha resultado considerablemente superior. Durante todo este tiempo, la Fundación Hilma af Klint se ha hecho cargo de las piezas, dando coartada al secreto; y ayer, su primer responsable, Johan af Klint, sobrino nieto de la mentora, se mostraba agradecido al Museo Picasso por haber retirado el velo también en España.

¿A qué obedece tan prolongado secreto en torno a Hilma af Klint? La comisaria de la exposición, Iris Müller-Westermann, dio las claves maestras: tras una primera etapa vinculada al naturalismo mediante la pintura de paisajes y retratos (también representada en la muestra), en torno a 1880 "algo cambió en su manera de mirar al mundo". Fue entonces cuando Hilma af Klint alumbró la abstracción como necesidad de mirar más allá de lo que sus propios ojos le revelaban; y al abrazar los estudios de teosofía y mediación espiritual, entonces muy en boga, la artista descubrió que el mundo es, realmente, mucho mayor y más amplio de lo que sus sentidos le hacían creer. Su obra es un intento de representar ese mundo. El primer intento registrado en la historia.

Tal y como apuntó Müller-Westermann, esta conversión no surgió de la nada: "En el tránsito de finales del siglo XIX a principios del siglo XX se produjeron descubrimientos científicos muy importantes. Los rayos X permitieron ver por primera vez el interior del cuerpo humano, y el hallazgo de las ondas electromagnéticas revelaron la importancia capital de lo invisible. La Teoría de la Evolución de Darwin también significó un cambio de paradigma, al igual que, posteriormente, la Teoría de la Relatividad de Einstein". En este trance, a la manera de los místicos, Hilma af Klint adopta la posición de una médium: la que intercede entre el mundo material y el espiritual. Su función era la de mera herramienta: una vez que se dejaba atravesar por ese otro mundo no visible, era éste el que obraba en el papel (nunca en el lienzo). La artista plagó sus cuadros de símbolos: el alfa y la omega, la doble hélice (acuñada medio siglo antes de que Watson y Crick descubrieran la estructura del ADN), la u para el mundo material y la w para el espiritual, la cruz como conexión del cielo con la tierra. Sus series El cisne, Parsifal, Evolución, la monumental Los diez mayores y Retablos son evocaciones del más allá a modo de templos. El futuro para el que pintó Hilma af Klint es ya es el presente. Y el resto, ruido.

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