Obituario

Alcántara / Chicano

  • El año que se dispone a acabar empobrece mucho a Málaga tras despedir a Manolo Alcántara y a Eugenio Chicano

  • Sin ellos, el mundo ha perdido valor

Eugenio Chicano y Manuel Alcántara, en la celebración del décimo aniversario de ‘Málaga Hoy’, en 2014.

Eugenio Chicano y Manuel Alcántara, en la celebración del décimo aniversario de ‘Málaga Hoy’, en 2014. / Javier Albiñana (Málaga)

Hay muertes que dejan la sensación irreparablemente desalentadora de que el mundo ha perdido valor. 2019 empobrece mucho a Málaga tras despedir a Manolo Alcántara y a Eugenio Chicano. Manolo, que encaraba los inviernos repitiendo que “envejecer es tener miedo a resfriarse”, recordaba a menudo el viejo adagio de “quien supera enero, supera el año entero”, pero no se cumplió con él y tampoco con Eugenio, que ha dicho adiós a todo esto en este noviembre otoñal, con 2020 sólo en el horizonte del calendario. Quienes tuvimos la fortuna de disfrutar de los dos al alimón, en el Nerva o en Frutos, en el viejo Godoy o en la terraza de Itaugua, hemos perdido más que a dos tipos grandes, porque dos talentos así unidos no son 1+1 sino un prodigio inagotable cuyo surco es hondo aunque lo desande la memoria desleída.

Se trataba de dos buenos conversadores, de tempo lento, con afición a que se les hiciera tarde. Eugenio más socarrón, Manolo más irónico. A Alcántara le divertían los estrambotes gruesos de Chicano; y a Eugenio le fascinaba la elegante malicia de Manolo. Ambos tenían un punto de coquetería, en Chicano con un correcto desaliño marcado en rojo y Alcántara atildado con temor a despeinarse. No siempre Eugenio acompañó a Manolo con una cerveza sin alcohol; y a menudo compensaba eso con recuerdos divertidos de las viejas farras de cuando entonces. Sí, Alcántara fue un poeta excepcional de la generación de los 50, y Chicano un pintor memorable de la generación del 50; pero, paradójicamente, Manolo ha pasado a la historia del articulismo y Eugenio a la historia del cartelismo. Por demás eran, ambos, tipos fieramente humanos, divertidos, generosos, por momentos hoscos, con una rabiosa autoridad. Pocos privilegios como haberles alcanzado en los ochenta, con gente como Frank Rebajes, que años atrás había cerrado la joyería de Nueva York para instalarse en Torremolinos -“la tienda del mago” decía Manolo- con aquellas noches en que si un incauto en Ricardo les permitía probar un cóctel, se lo vaciaban de un tirón con pajita, y alguno hasta se podía beber un bote de colonia antes de acabar la noche.

Eran ambos tipos fieramente humanos, divertidos, generosos, con rabiosa autoridad

Ambos coincidieron en un tiempo de recuperación de la autoestima de Málaga. Los ochenta, con la ciudad en transformación por la democracia. Alcántara, que vivía en Madrid desde la posguerra, frecuentaba la ciudad desde que compró la casa del Rincón en 1969, y hacía tertulias que se remataban en la alta madrugada. Chicano, que años atrás había encontrado su sitio en Italia, donde triunfaría representando a España en la Bienal de Venecia de 1982 con la serie Poética de un fotograma, regresa para poner en marcha la Fundación Casa Natal. Sin su enorme trabajo, injustamente atacado desde la derecha, no se entendería el Museo Picasso. Pedro Aparicio, el gran alcalde de esa época crucial, con la fortuna de que le sucediese otro gran alcalde como Francisco de la Torre con solo cuatro años de paréntesis, acertó con el fichaje. Pedro tuvo adoración por ambos; y Paco, por cierto, también.

Chicano amaba la poesía y el flamenco. Cuando Manolo de repente evocaba un fandango de Huelva, Eugenio enseguida traía una soleá o una seguiriya con los acordes musitados. Ahí había un duelo de titanes con esa clase de memoria reservadas a los dioses. Aquellas conversaciones merecerían estar grabadas, pero quizá mejor así, antes de que los falsos viudos se los apropien del todo. Las citas finales arrastraban un punto ceniciento de melancolía, con el tono crepuscular del tiempo en fuga. Andaban los dos con alguna dificultad, pero la charla fluía como siempre. Tuvieron tiempo de despedirse a su manera. No son unos malogrados, aunque al cabo, como le gustaba mencionar a uno y a otro citando a Stevenson, “todos los hombres mueren jóvenes”. A cualquier edad que eso suceda; en su caso, terriblemente pronto, sin haber alcanzado los 230. En la Fundación Alcántara colgamos un retrato que le pintó Eugenio. En el estudio de Eugenio había versos de Manolo, muchos. Ahora Málaga vale menos, sin Alcántara y sin Chicano, pero también vale más, por sus cuadros y sus versos.

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