Cultura

Oda a lo que habrá de llegar (tal vez)

  • Miguel Albero firma en 'Godot sigue sin venir', último Premio Málaga de Ensayo, una amplia perspectiva sobre la espera como signo cultural y humano.

Si hacemos caso a John Lennon, la vida es lo que sucede mientras uno pasa el tiempo haciendo planes. Y precisamente por esto, el hecho de esperar constituye una conducta intrínsecamente humana, que nos define como especie en tanto que, como individuo, cada cual es lo que sus proyectos dicen de él. La espera es así un suceso ordinario, cotidiano, que consume la mayor parte del tiempo de los mortales y que se resuelve unas veces en fracciones imperceptibles y otras en farragosos periodos agónicos y siempre, claro, larguísimos; pero también la condición del homo expectans ha generado una abrumadora producción cultural, filosófica, artística y literaria, seguramente porque cuando un hombre manifiesta que espera revela al mismo tiempo una debilidad. De todo esto se ocupa el escritor madrileño Miguel Albero (autor de las novelas Principantes y Ya queda menos, además de otros títulos de poesía y ensayo; y, a la sazón, embajador en Honduras) en su libro Godot sigue sin venir. Vademecum de la espera, obra ganadora del último Premio Málaga de Ensayo (convocado por el ya extinto Instituto Municipal del Libro), publicada por Páginas de Espuma y recientemente presentada en la ciudad. Dos son, de entrada, los valores más destacados de este trabajo, que no los únicos: el primero, su capacidad de someter a honda exégesis los comportamientos humanos más elementales y diarios; el segundo, sin detrimento de lo anterior, un fino sentido del humor que conduce la lectura por los senderos del deleite y que vincula a Albero con los trazos humanistas del maestro Montaigne.

Explica el autor en el prólogo (que también es, como admite, otra manifestación de la espera): "La espera es el material del que está hecha la vida (...) Aún antes de nacer, hay alguien que espera nueves nuestra llegada, y de hecho, cuando una mujer está embarazada, decimos que espera (...) Cuando expiramos, la normativa vigente nos informa generosa que nuestros allegados deben esperar veinticuatro horas para darnos cristiana o laica sepultura, una espera donde intentamos congregar a los seres queridos para hacerla más llevadera; velar, otro sinónimo de esperar, es el verbo específicamente diseñado para mentarla (...) Y sin embargo, pese a esa presencia abrumadora, nada sabemos de la espera, la sufrimos pacientes, no olvidemos que paciente viene de patere, verbo que describe un sufrir pasivo, la vivimos, vivimos en la espera sin saber muy bien qué es, sin estar preparados para ella, sin haberla estudiado como es debido". El título del libro viene cargado de intenciones y también apela a lo evidente: fue Samuel Beckett, quien, en Esperando a Godot, su obra teatral publicada en 1952 y estrenada en 1953, demostró hasta qué punto el ser humano es algo que espera. Y a esa claridad en la exposición de la idea apela Miguel Albero: "Mi impresión (...) es que todo ese entramado tejido por Beckett tiene un único propósito, y no es otro que marear la perdiz, en hermosa construcción castellana, o si lo prefieren, construir la espera. Los personajes, los diálogos, el decorado, son solo el material utilizado por Beckett para construir la espera, nada más y, por supuesto, nada menos. Y es ahí donde reside la grandeza de la obra, Beckett consigue producir -que no reproducir- esa espera, con un decorado mínimo, con un par de personajes insulsos, con otros dos que son comparsas sin mayor recorrido. Lo consigue con esas menciones intermitentes al único sentido de su vida, que esperan a Godot". Únicamente hay que lamentar, ay, que Albero adjudique a Modigliani la producción del árbol que presidió la escenografía de Esperando a Godot cuando fue Alberto Giacometti, amigo muy cercano del Nobel irlandés, quien realizó la escultura (Modigliani falleció en 1920). 

En este paseo por la espera, Miguel Albero transita por todas las latitudes imaginables, y algunas otras más allá: la espera como argumento radical en El ángel exterminador de Buñuel, la espera como angustia en Freud y en Kierkegaard, la espera como utopía  en Bloch y Zweig, la espera asociada al amor a la luz de Dante, Roland Barthes y, por supuesto, la Penélope homérica; especialmente ilustrativo es el recurso de la espera aplicado por Alfred Hitchcock como motor del suspense para mayor gloria del mcguffin, estrategia que alcanza su cénit, posiblemente, en el filme La ventana indiscreta (1954); así como la sombra de la infinita postergación que significa la espera en la vida y la obra de Franz Kafka; pero también se detiene Albero con disquisición de entomólogo en la espera que acontece en bancos y marquesinas, en colas y salas de espera (valga la redundancia), en las llamadas telefónicas y ante los relojes; la espera deliberada, la comercial y la que se traduce en dolorosa esperanza. 

Pocos acontecimientos como Godot sigue sin venir justifican, en fin, la existencia del Instituto Municipal del Libro. ¿Tendrá relevo el Premio Málaga de Ensayo? A esperar tocan, pardiez.

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