Cultura

Oíza en su centenario

  • Hace cien años nació en Cáseda (Navarra) Francisco Javier Sáenz de Oíza, uno de los grandes maestros de la arquitectura moderna española y un maestro a reivindicar

La sede del antiguo Banco de Bilbao, de Sáenz de Oíza, en Madrid.

La sede del antiguo Banco de Bilbao, de Sáenz de Oíza, en Madrid.

Oíza, el modo familiar con el que los arquitectos gustamos referirnos a su persona, constituye para nuestra profesión una leyenda, un personaje mítico cuya prodigiosa inteligencia deslumbraba tanto a sus colegas como a los numerosos estudiantes que tuvieron la dicha de disfrutar con su encendida elocuencia en la Escuela de Arquitectura de Madrid; una institución de la que fue profesor brillantísimo durante casi cuarenta años, y en cuya transformación en centro formador de arquitectura moderna, desempeñó un papel decisivo. De ningún otro arquitecto español contemporáneo he escuchado a lo largo de mi vida hablar con tanta admiración, devoción y respeto como de Oíza. Son innumerables las anécdotas que se cuentan de su persona e incontables los elogios volcados sobre el talento y el rigor que acompañó su labor a lo largo de su dilatada carrera. El propio Rafael Moneo, que tuvo la oportunidad de tratarlo muy de cerca, primero como alumno y después como colaborador en su estudio madrileño, nunca ha escatimado halagos para con el maestro: "Oíza tenía para nosotros el aura de un héroe, el atractivo de las personas cuyo alto destino se adivina"; palabras que definen con precisión la atractiva figura de un arquitecto, que ya desde joven, tanto predicamento tenía con sus mayores y tanta fascinación suscitaba entre sus alumnos.

Maestro de maestros, Sáenz de Oíza encarnaba a la perfección la figura del arquitecto con mayúsculas; un producto genuinamente español que aúna técnica y cultura, dominio del oficio y curiosidad intelectual, en aras a transitar con acierto por el difícil camino que conduce a lograr ese anhelado acuerdo entre construcción función y belleza. Figuras como Oíza, han hecho grande a esta profesión.

Rafael Moneo, que fue alumno y colaborador de Oíza, se refería a él como a un héroe

Pero más allá del cariño y la admiración de los suyos, la obra de Oíza, como la de los grandes nombres de la arquitectura, habla por sí sola. Dentro de su extensa producción que abarca todo el espectro tipológico -desde viviendas sociales a auditorios-, son tres las obras qué en mi opinión, han logrado superar con nota el exigente juicio del tiempo para acabar erigiéndose en verdaderos hitos de la arquitectura moderna.

El Santuario de Aránzazu, en Oñate, Guipúzcoa (1950-55), su primera obra construida y una de las más tempranas iglesias modernas de nuestro país que, como todo lo nuevo, fue motivo en su día de una ardiente polémica. Un templo singular, con un profundo sentido religioso, resuelto sin necesidad de acudir a ninguno de los estereotipos que acompañan a este tipo de edificios. En Aránzazu Oíza logra construir la atmósfera interior de recogimiento que facilita el contacto del hombre con lo sagrado. Un lugar que recomiendo visitar sobremanera para entender la capacidad de la arquitectura moderna para transformar una basílica tradicional en una obra de arte coral, que logró reunir en torno al maestro artistas de la talla de Lucio Muñoz, Eduardo Chillida o Jorge Oteiza. Un espacio mágico, en un lugar mágico; un espacio de silencio y paz, que bien merece una parada en cualquier periplo por tierras vascas.

Torres Blancas (1961-68), el novedoso y orgánico bloque de viviendas ubicado en la madrileña Avenida de América. Será allí donde Oíza dará el do de pecho como arquitecto, situándose a la altura de aquellos maestros que admiraba y de cuyas obras, concienzudamente analizadas y estudiadas, se nutría para después intentar superarlas tiñéndolas de su fuerte personalidad. Una brillante síntesis entre el magisterio europeo de Le Corbusier y las lecciones americanas de Frank Lloyd Wright, que logró alumbrar en fecha muy temprana un bloque diferente y moderno tanto en su programa -el proyecto apila en altura diferentes tipos de viviendas coronadas por dos plantas destinadas en origen a centro social con restaurantes, bar, piscina y ambientes comunitarios-, como en su configuración, a base de paredes de hormigón autoportantes, sin pilares. Quizás la próxima vez que el lector entre o salga de Madrid por la carretera de Barcelona, sepa descubrir en el horizonte la atractiva silueta de discos apilados que dibujan en el aire los amplios balcones circulares de esta original, por novedosa, torre de viviendas; todo un compendio de técnica, confort y belleza.

Y, finalmente, la sede del antiguo Banco de Bilbao (1971-78) -luego BBV y actual BBVA- en el Paseo de la Castellana, que me atrevería a señalar como el mejor edificio español del siglo XX. Un bloque de oficinas que expresó en su momento, en palabras de Luís Fernández-Galiano, «el sueño americano de la capital con más elegancia y persuasión que los propios rascacielos americanos que se levantan junto a él» en el distrito de AZCA. Forma y estructura, proporción y medida, material y ritmo, conforman este atemporal y extraordinario edificio que se explica desde su construcción y su lógica funcional. Estoy seguro que serán muchos los que hayan tenido la oportunidad de contemplar alguna vez, bien paseando o circulando en coche por la Castellana, la forma en la que la luz ocre de Madrid se entretiene con la tersa y dinámica piel de bronce y vidrio de sus fachadas. Desde aquí, los animo a pararse un momento delante del mismo en su próxima visita a la capital. Podrán así admirar su elegante fractura clásica y entender la importancia de esta arquitectura altanera que sigue ganándole con su rabiosa actualidad el pulso al tiempo. Será seguro el mejor homenaje que se podría brindar a este gigante de la arquitectura que fue Sáenz de Oíza.

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