Cultura

París, Meca del arte y la vida

PARÍS fue la Meca de Patti Smith -cuando viajó allí en 1969 con su hermana, de jovencita, dispuesta a emular a su admirado Rimbaud y a sus miles de héroes-. Un siglo antes del trayecto iniciático de la artista de Chicago, habían venido al mundo dos hombres: Ramón Casas (1866-1932) y Santiago Rusiñol (1861-1931), para quienes la capital francesa supuso, también, un punto de inflexión en sus vidas. Allí pasaron, quizá, los mejores momentos de una amistad que duró hasta la muerte y que recorre la exposición Casas-Rusiñol. Dos visiones modernistas, la temporal que el Museo Carmen Thyssen Málaga exhibe hasta el 1 de marzo próximo. La historia de los dos amigos recuerda vagamente a la que Evelyn Waugh narra en Retorno a Brideshead, protagonizada por Charles Ryder y Sebastian Flyte; por seguir con las coincidencias, el dúo catalán de pintores tiene hasta su Julia (cambiemos la hermana de Flyte, en esta suerte de relato paralelo, por la esposa de Casas). Burgueses que rozaron esa bohème prescrita para la mocedad, prohibida cuando se alcanzan umbrales más adultos. Pintores que introdujeron la modernidad en España en forma de famosos saraos, las Fiestas Modernistas de Cau Ferrat (Sitges), o celebraciones de la vida disfrazadas de encuentros culturales. La vida podía ser una fiesta con suficiente plata, pero no todos sabrían aprovecharla; ellos lo hicieron, compartiendo un período de formación -el aprendizaje del pasado, combinado con el escarmiento del presente y la expectativa del futuro-, en el arte y en la vida, con el contexto parisino como telón de fondo. El de la capital europea que simboliza la libertad como pocas. El de una libertad que vuelve a estar en peligro.

La exposición del Thyssen malagueño une los caminos de Casas y Rusiñol, quienes expusieron juntos a lo largo de su trayectoria -hasta en 12 ocasiones-. Ahora vuelven a reunirse, después de 80 años. Importando el postimpresionismo en obras como la ensoñadora Montmartre (1891) e incluso la representación de la nueva clase obrera en La fábrica (1889), Ramón y Santiago ya se inclinaban por el paisaje y el retrato. Precisamente los géneros que luego intercambiarán, puesto que el primero se convertirá en un consumado pintor de figuras femeninas (la citada Júlia Peraire -que iconiza este museo-, poderosas chulas como La Trini); mientras que el segundo volcará su ánimo en la naturaleza viva de los jardines abandonados, el paisajismo del alma en La acequia de las adelfas, Valencia (1901). Monforte, Granada, Aranjuez… Conformarán una búsqueda estética, ese je ne sais quoi al que hacía referencia, el propio Santiago, durante su etapa parisina: el peregrinaje definitivo del artista decimonónico por excelencia. Destacables son, en lo que el texto de la muestra denomina Plenitud creativa, esos espacios que podrían constituir un oxímoron en sí mismos (Interior al aire libre), amén del interior propiamente dicho. Interior como gineceo de cualquier clase y condición, que alterna las imágenes de mujeres pobres y pobres mujeres, la oscuridad de la escasez y la blancura de la opulencia. La convalecencia, como un género en sí mismo, se recrea en el fallo orgánico del cuerpo, en la angustia del porvenir. Mujer de blanco y Grand Bal -ambas obras pintadas en 1891, por Casas y Rusiñol respectivamente- contienen a Renoir y a Degas, maestros modernos para el modernismo catalán.

El cierre de la propuesta expositiva conduce a la Sala Noble de la pinacoteca, donde una pequeña selección de carteles publicitarios enseñan la faceta cartelista de los autores. Se abre con la propaganda de Els Quatre Gats -la versión barcelonesa del Le Chat Noir publicitado por Toulouse-Lautrec, 'meeting point' de Nonell, Picasso y los propios promotores del garito tertuliano: Casas, Rusiñol y Pere Romeu-, en el que Casas coloca un fondo cervecero que podría pasar por un cómic de 1900. Cierto viñetismo se respira en los personajes secundarios de una cartelería deliciosa, con el encanto de la publicidad en pañales: las litografías de Anís del Mono, el colorido plano de Ámbar y espuma (Codorníu), las mujeres recostadas o incipientemente contemporáneas y fumadoras de Papier a cigarettes Job. En menor medida, el paisajista Rusiñol se dejó seducir por un cartelismo que iba del expresionismo de Interior, de Maurice Maeterlinck, a la pulcritud de referencias japonesas (L'alegria que passa, 1898). Cartel que nos regala la sonrisa -tan desmoralizadora y actual- de un clown que, cercado por las sombras del oscurantismo y el terror, ha quedado congelada en el París de Charlie Hebdo.

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