Paul Newman y los chicos del 'método'
En una de sus fotografías de juventud más recordadas, tomada por Eve Arnold en 1955, podemos ver a un atento Paul Newman sentado entre dos sillas, con camiseta y calcetines blancos y los brazos sobre las rodillas, en una de las clases de interpretación del Actor's Studio. El joven actor, al que aún esperaba su primer gran papel en el cine en Marcado por odio (1956), de Robert Wise, se había incorporado tres años antes a la escuela de actores por excelencia, la nueva Meca para todo aquel intérprete que quisiera consolidar su formación profesional y comprender la esencia y los secretos del trabajo del actor.
Creada en 1947 por Elia Kazan y situada en el barrio de Hell's Kitchen de Nueva York, la escuela llegó a ser mítica gracias a Lee Strasberg, fundador del Método y su director artístico desde 1948. Surgido de las teorías del ruso Stanilawski, el Método se basa en las técnicas de improvisación y memoria afectiva. La improvisación tiene como objetivo eliminar todo lo que denota en la interpretación que el actor conoce ya de antemano lo que va a sucederle a su personaje. Mediante la técnica de la memoria afectiva el actor se concentra para hacer surgir súbitamente, justo antes de actuar, la reminiscencia de una experiencia emocional vivida en su pasado, y cercana a aquella que debe interpretar. Para Strasberg, el actor debía aprender a considerar su propio cuerpo como un instrumento que debe dominar, por medio de la relajación y concentración previas.
El método llevó a Hollywood una nueva manera de interpretar, una renovada -y en ocasiones excesiva- intensidad realista que, unida al cambio de perfil en los arquetipos y en el rejuvenecimiento de los héroes masculinos, ahora más bien antihéroes frágiles y en crisis, iba a transformar el rostro del estrellato en las siguientes tres décadas. El cine se poblaba así de actores-estrella, jóvenes atormentados y rebeldes sin causa que sacaban fuera su rabia a golpe de técnica: fue el momento de los Marlon Brando, James Dean, Montgomery Clift, Steve McQueen o del propio Newman, posiblemente el más sobrio y contenido de todos ellos, y sin duda el que mejor ha sabido envejecer dominando los excesos; nuevas estrellas para un nuevo hombre que tomaban así el relevo de los James Stewart, John Wayne o Charlton Heston que habían dominado desde la verticalidad y la moral las ficciones del Hollywood clásico.
Con su generación, marcada para siempre por el método y la juventud, se consolidaba un nuevo modelo de interpretación que ha gozado de un desmesurado prestigio en las décadas siguientes gracias a Robert de Niro, Al Pacino, Jack Nicholson o Dustin Hoffman. No es difícil seguir el rastro de esta herencia, para lo bueno y para lo malo, en el cine y los actores de hoy, de Sean Penn a Javier Bardem.
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