Cultura

Perdición por el cine negro

  • Mario Delgado publica 'Los grandes olvidados', un apasionado recorrido por títulos poco conocidos de uno de los géneros por excelencia de la tradición cinematográfica

Forajidos, con Burt Lancaster y Ava Gardner, fue la puerta por la que Mario Delgado entró en el cine negro, y desde entonces, 1946, este cinéfilo madrileño no ha dejado de frecuentar, con la misma fascinación de su niñez, ese mundo de claroscuros, mujeres fatales, perdedores armados de dignidad y cadáveres molestos en el camino. Con la pasión del aficionado y tras muchas décadas quemando sus pupilas en madrugadas de interminables sesiones, Delgado acaba de publicar El cine negro. Los grandes olvidados (Editorial Heptaseven), un volumen fruto de 12 años de una intensa labor de recopilación que se ofrece como su emocionado intento de "rescatar" muchas de esas películas que no tuvieron fortuna pero que a él le parecen "auténticas maravillas".

"Los grandes olvidados son los directores de serie B", explica el autor sobre el título de su trabajo. "El cine negro, por contener siempre una denuncia social, era incómodo para el poder establecido, por lo que los productores eran un poco reacios a hacer este tipo de películas, y preferían encargárselas a los directores de serie B, que trabajaban con poco dinero, con actores secundarios baratos o directamente desconocidos y que en dos o tres semanas rodaban una película. Pero entre esos nombres hoy poco o nada conocidos había artistas", añade Delgado.

El libro recoge Forajidos por su condición de obra inaugural de una pasión que se desborda en la conversación de este ingeniero militar ya jubilado y residente desde hace años en Menorca. Ampliamente conocida, la película dirigida por Robert Siodmak es una de las pocas excepciones en este ensayo que propone una lista de 121 filmes, la mayoría de las cuales -explica Delgado- ni siquiera están editadas en España. A horas intempestivas, atento a la programación de las cadenas de televisiones y con un grado de paciencia verdaderamente inusual, el autor ha ido grabando durante toda su vida títulos que marcaron la formación de su sensibilidad cinematográfica.

Entre ellas aparecen dos de sus películas favoritas: Silla eléctrica para ocho hombres, de Howard W. Koch y con Mickey Rooney en el reparto, "uno de los más fuertes alegatos contra la pena de muerte"; y El trompetista, dirigida por Michael Curtiz y protagonizada por Kirk Douglas y una Lauren Bacall como "insólita" mujer fatal -atendiendo a un supuesto canon definitorio del clasicismo del género- por sus "tendencias homosexuales".

Delgado disfruta con las películas de los hermanos Coen y del trabajo de Clint Eastwood -"como actor y como director"-, y también apreció en su día obras como L. A. Confidential o Cadena perpetua. "Ahora también hay películas estupendas, pero -puntualiza inmediatamente- me inclino más por las antiguas. Respeto el cine moderno, pero considero que no está a la altura del clásico", afirma antes de entrar a detallar qué entiende él que debe tener una cinta que merezca ser incluida en la tradición noir.

"Hay muchas definiciones posibles de cine negro, a veces incluso contradictorias. Para mí, hay dos tipos. Están las películas carcelarias y las policiacas, que pueden presentar características del cine negro. Y está lo que yo considero como cine negro puro. Para ello un filme debe cumplir seis condiciones: la fatalidad, que me parece un rasgo indispensable, y otras cinco: la dualidad de carácter de las personas; el tratamiento estético, basado en el expresionismo alemán, con muchas secuencias nocturnas y contrastes de luces y sombras; el escenario, por lo general una ciudad suburbial y pecadora; el método narrativo, definido por los recursos del flashback y la elipsis, ésta debido a la censura; y los diálogos irónicos y afilados".

Mario Delgado, que ha publicado con anterioridad numerosos libros, todos dedicados a su perdición -en la que también hay hueco para el western-, admite que su concepción del cine -negro, y de cualquier otro tipo- responde a su amor por las películas, y como todo amor, éste es caprichoso, intransferible. "Yo soy un aficionado al cine. No soy un crítico. Claro que me fijo en detalles técnicos, pero a decir verdad éstos me importan mucho menos que la estética en sí y sobre todo la emoción que me pueda producir una historia", aclara el autor, que ha incluido, junto a la entrada de cada una de las películas, una extensa ficha técnica, una sinopsis, un comentario general, un capítulo de anécdotas sobre el rodaje y las personas implicadas en él, unos textos biográficos del director y los actores, y los dos apartados de los que habla con más entusiasmo: una serie de descripciones de sus escenas favoritas del género, y una selección de esas frases y diálogos lapidarios que tantas veces parecen, más que escritos en un guión, cincelados en mármol.

"Yo pertenezco a la generación Gilda", dice sobre su restrictivo criterio. "Me he criado con los programas dobles de principios de los años 50. Y sí, soñé durante años con Rita Hayworth. La calificaron de gravemente peligrosa. Yo era entonces adolescente y ya se sabe: no hay manera mejor de empujarte a hacer algo que prohibirlo, no digamos ya si desde el púlpito un cura te condena por anticipado a arder en el infierno para toda la eternidad. ¿Qué hice? Mis tres mejores amigos y yo decidimos ver Gilda como fuera. Tuvimos que disfrazarnos para burlar el control del delegado gubernativo, había uno en cada cine. Yo me puse un bigote postizo, unas gafas oscuras y una gorra con visera; entramos por separado para no llamar la atención", relata divertido. ¿Mereció la pena? "Tengo que decir que sí. Cuando salimos, por unanimidad, llegamos a la conclusión de que Rita Hayworth era la mujer más hermosa que habíamos visto en toda nuestra vida".

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