Perera volvió a jugarse la vida

El diestro toreó otra tarde en Logroño, cortó una oreja y evitó una debacle cantada

Juan Miguel Núñez (Efe)

25 de septiembre 2008 - 05:00

No perdona Perera. Todas las circunstancias son buenas para él por difícil que se lo pongan los toros. La prueba de ayer, dificilísima, la superó con desahogo y un triunfo impensable. La corrida de El Ventorrillo, hay que recalcar, fue la piedra de toque de una debacle que al final no fue tal precisamente por la actitud de Perera. Se presentaba la tarde ilusionante precisamente por Perera, sin hacer de menos a los otros alternantes. A unos días de torear en Sevilla, de comparecer en Madrid con seis toros y de otra actuación en solitario en Zafra (Badajoz), no ha tenido inconveniente en volver a hacer un nuevo paseíllo en La Ribera de Logroño. Tres días seguidos, que se dice pronto. Y con triunfo en los tres. Algo histórico. Ayer cortó sólo una oreja, pero fue un trofeo con sabor a Puerta Grande.

Devuelto su primer toro por blandear en banderillas, corrió turno para echar el que había de hacer quinto, un toro que "embestí" con las manos, escarbador y perdiendo la vertical a poco que se le obligara. Perera lo toreó en línea recta y a media altura, consintiéndole mucho. Pero ni así. El toro, por no tener, ni peligro. Ya fue sintomático que no lo dedicara, pues Perera brinda con mucha frecuencia no uno sino los dos toros en cuanto ve posibilidades. Estuvo muy por encima del animal, pero sin terminar de armar faena.

El quinto, un torazo, se fue suelto las dos veces que estuvo en el caballo. Aparentemente humillado, se frenaba, sin rematar los viajes. La labor de Perera fue magistral desde el punto de vista técnico y por la actitud de aguantar tarascadas, parones y miradas. En alguna fase del trasteo el toro estuvo también claudicante, con lo que procuró el torero que no se le viniera abajo. Fue una labor muy trabajada, hasta el punto de sonar un aviso cuando estaba en una tanda por naturales, por cierto, tremenda de arrogancia, seguridad y aplomo. Valentísimo, se había jugado la vida sin miramientos. Estocada, nuevo aviso y explotando de un grito unánime: ¡torero-torero!. La oreja valió su peso en oro.

stats