Cultura

Picasso: "Comunista" y "pintor de garabatos"

Picasso, en una imagen tomada en 1960.

Picasso, en una imagen tomada en 1960. / M. H.

"Comunista", "ateo" o "pintor de garabatos" fueron algunos de los calificativos con los que la "picassofobia" tildó al artista malagueño, Pablo Picasso, durante el franquismo, en cuya recta final se produjo una escalada de tensión hacia su figura que llegó a la destrucción de algunas de sus obras.

Esta secuencia de ataques por grupos de ultraderecha se concentró a partir de noviembre de 1971, poco después del 90 cumpleaños del pintor, pero llegó más allá de la muerte de Franco, explica en una entrevista con EFE Nadia Hernández Henche, autora del libro Picasso en el punto de mira. La picassofobia y los atentados a la cultura en el tardofranquismo.

El punto de partida fue, ese mes, el atentado contra la galería Theo de Madrid, donde se destruyeron grabados de la "Suite Vollard", pero hubo otros en Barcelona y Valencia, según Hernández Henche. "Cuando la visibilidad de Picasso disminuyó porque terminaron las celebraciones del aniversario, estos grupos cambiaron el foco y se dirigieron al libro, por ejemplo, atacando a librerías y editoriales", explica.

El papel de Blas Piñar

En su investigación, Hernández Henche descubrió el papel fundamental de Blas Piñar, fundador en la Transición del partido Fuerza Nueva, quien animaba "a castigar a quien ensalzaba a Picasso y a quien tenía voluntad de homenajearlo".

"Se puede establecer una relación entre el día en que Blas Piñar hacía un mitin en el que, con su verbo inflamado y con una gran capacidad de atracción llamaba de todo a Picasso, y un atentado que se producía esa misma noche o pocos días después".

El argumento de Piñar, "y el punto de partida de la cruzada que él emprendió", es que "no se podía entender" cómo se podía ensalzar "a alguien que insultaba al jefe del Estado" en la serie de aguafuertes "Sueño y mentira de Franco", que se expusieron junto al Guernica en el pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1937.

Llega un momento en que esa fijación "se corta, y Blas Piñar deja de hablar de Picasso, probablemente por indicación de Carrero Blanco o del propio Franco", apunta Hernández Henche.

Asociado al infierno y al demonio

Durante toda la dictadura, Picasso "no había sido una figura bienvenida en los sectores más conservadores, que lo asociaban al infierno y al demonio, algo fácil de comprobar en la prensa de la época, a pesar de que internacionalmente era un pintor muy reconocido".

También "pese a que hubo figuras como Manuel Fraga que, de forma muy inteligente, cuando en los años 50 el Estado inició una acción diplomática que utilizaba el arte como bandera de promoción internacional de España, con artistas de primer nivel, separó al Picasso hombre del Picasso artista".

"Eso ocurrió con Picasso desde los 50, se hablaba del artista pero no de su vida personal", señala Hernández Henche, que resalta que el malagueño "no se dejó manipular y no acudió a las bienales hispanoamericanas ni a todos los eventos impulsados por el Estado".

La reacción oficial a esos ataques en los 70 fue el silencio, "e incluso en el caso de la galería Theo, sus galeristas, a los que el seguro no quiso indemnizar porque un atentado terrorista no estaba cubierto por la póliza, elevaron una demanda y estuvieron años con juicios, pero no consiguieron nada".

Esto ocurrió pese a que los atacantes "dejaban octavillas, se sabía quiénes eran, iban a cara descubierta y todos eran conocidos de la Policía, algunos de ellos expolicías o hijos de policías".

Separación del hombre y el artista

La separación del hombre y el artista llegó incluso a la muerte de Picasso, porque los medios de comunicación afines al régimen "reconocían al artista, pero nunca la parte personal". "Era el producto de esa operación de despolitización de Picasso iniciada en los años 50 y que había funcionado relativamente bien hasta 1971, cuando el tema político del artista vuelve a primera línea con estos atentados".

Curiosamente, estos ataques tuvieron un efecto indeseado para sus autores, porque el mundo del arte reaccionó contra ellos, "por ejemplo con un homenaje en el que participaron más de trescientos artistas, por iniciativa del galerista al que destruyeron con cócteles molotov su galería en Barcelona, solo porque esta se llamaba 'El taller de Picasso'".

"Consiguieron seguramente lo contrario de lo que querían. Hubo un movimiento civil de defensa de la figura de Picasso, pero también es verdad que estos ataques contra la cultura fueron muy violentos y muy numerosos, más de trescientos entre 1971 y 1976".

Para esta investigación, Hernández Henche se ha visto favorecida por la desclasificación de archivos que no habían podido ser consultados antes y también por la publicación de las memorias de Blas Piñar o de algún autor de esos atentados, "que explican tranquilamente y con toda la impunidad las cosas, porque están prescritas".

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