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Picasso en el nombre de España

Pablo Picasso, con su hija Maya, en una imagen de mayo de 1939. Pablo Picasso, con su hija Maya, en una imagen de mayo de 1939.

Pablo Picasso, con su hija Maya, en una imagen de mayo de 1939. / Destination Royan Atlantique

Escrito por

· Pablo Bujalance

Redactor

La conmemoración de la muerte de Pablo Picasso en su medio centenario ha venido subrayada, como cabía esperar, por un debate amplio en torno a la consideración moral del artista, sobre todo en lo que se refiere a su trato a las mujeres con las que compartió su vida. Entendida como oposición a su proyección internacional, la cuestión nos remite a otro debate más amplio y de mayor calado: la posibilidad de escindir la ejemplaridad y el talento en cualquier genio que se precie. Si tal posibilidad existe, su concreción no es desde luego sencilla, pero sí que corresponde abordar el problema a fondo más allá de los eslóganes. Sometido al juicio de la historia como ser moral, el dictamen contra el monstruo machista y abusador no parece admitir a estas alturas excesivas revisiones; pero si se trata de abordar la figura moral de Picasso en un contexto global, convendría reparar en otra faceta mucho menos divulgada: cuando se encontraba en su mayor apogeo artístico, consagrado y admirado en todo el mundo, el malagueño puso en juego su seguridad, su patrimonio y bastante más para ofrecer protección y cobijo a un colectivo harto vulnerable: el de los refugiados españoles que, especialmente desde 1939, se abrazaban al exilio en Francia tras perderlo todo en la Guerra Civil. Que Picasso convirtiera este compromiso en prioridad justo cuando Europa afilaba los sables de la Segunda Guerra Mundial no le exime, en modo alguno, de su responsabilidad frente a sus mujeres en ese mismo juicio de la historia, pero sí invita, cuanto menos, a abrir el foco para una percepción más completa de su condición moral. Ahora, la editorial Muñeca Infinita acaba de rescatar el que tal vez sea el testimonio más significativo al respecto: Picasso con los exiliados, el libro de Mercedes Guillén, publicado originalmente en 1973 y recuperado con oportunidad preclara en este nuevo año picassiano.

El mismo juicio de la historia decidió también, como con tantas mujeres de su tiempo, mantener en un plano discreto a la escritora y traductora Mercedes Comaposada Guillén (1900-1994), cuya vida y obra glosa en un excelente epílogo Laura Vicente dentro de esta nueva edición de Picasso con los exiliados. Nacida en Barcelona, donde estudió cine y se afilió a la CNT, se trasladó posteriormente a Madrid, donde en 1936 fundó la organización anarcofeminista Mujeres Libres junto a Lucía Sánchez Saornil y Amparo Poch y Gascón. Durante la Guerra Civil volvió a Barcelona junto a su pareja, el escultor Baltasar Lobo, con quien se exilió a París en 1939. Ambos encontraron la protección y la amistad de Pablo Picasso y fueron testigos de hasta qué punto hizo el malagueño del acogimiento de los refugiados españoles una cuestión personal. La complicidad del artista brindó a Guillén una posición privilegiada para escribir su particular biografía del genio, Picasso, publicada en Alfaguara justo en 1973, el año de la muerte del pintor (el sello Siglo XXI de España lanzó una segunda edición en 1975). Picasso con los exiliados, el volumen que ha puesto ahora en circulación Muñeca Infinita, recoge a modo de reedición la primera parte de aquella biografía, consagrada, justamente, al compromiso que Picasso asumió con los exiliados de su país.

"Ahora no os metáis en líos porque me fusilan a mí", solía advertir Picasso a sus compatriotas

El Picasso al que conoce Mercedes Guillén en la primera de 1939 reside aún en la Rue de la Boëtie de París, en una casa frecuentada por artistas, poetas, editores y marchantes y con la presencia habitual del amigo más querido del artista, Jaime Sabartés. Entre los refugiados españoles que lograban llegar a París, tener o no la dirección de este domicilio podía entrañar una diferencia vital: “Picasso se desvivía por todos. Oía a uno tras otro, escribía en un trozo de papel o en la libreta más a mano una palabra, un número, un jeroglífico. Otras veces, bastaba una mirada a su amigo Sabartés, casi siempre presente, para que este comprendiera y apuntase una dirección, un nombre”, escribe la autora, quien deja claro que esta ayuda dejaba a Picasso en una posición delicada a medida que la vigilancia de los colaboracionistas se estrechaba: “Bueno, ahora no os metáis en líos porque me fusilan a mí”, solía advertir Picasso a sus compatriotas una vez que les facilitaba el acceso a una vivienda, a un empleo o a un permiso de residencia.

Portada de 'Picasso con los exiliados'. Portada de 'Picasso con los exiliados'.

Portada de 'Picasso con los exiliados'. / Muñeca Infinita

Guillén representa a un Pablo Picasso considerado poco menos que un dios en el París de su tiempo. Hacía sólo dos años que la presentación del Guernica había consolidado su posición incontestable a la cabeza del mundo del arte, lo que se traducía en un respeto reverencial: al malagueño le bastaba dibujar un garabato para garantizar el sustento a una familia y una misiva para ser escuchado ante ciertas autoridades, por mucho que insistiera en que él, en París, era “menos que un guardia civil”. Para un exiliado, su protección constituía el salvoconducto más eficaz. Pero esto no significaba que Picasso estuviese fuera de peligro en una Francia que, en muchos sentidos, parecía apresurarse a abrir las puertas al nazismo. Mercedes Guillén da además buena cuenta de la difícil situación de los refugiados españoles que lograban cruzar los Pirineos, internados en campos de concentración como el de Argelès y condenados de antemano a un rechazo social sin muchos matices cuando llegaban a París. También aporta la autora un perfil interesante de Picasso como miembro de la resistencia tras la invasión alemana, cerca tanto de referentes intelectuales como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus (con quienes estrenó su pieza teatral ‘El deseo atrapado por la cola’ en la más absoluta clandestinidad) como de los mismos exilados españoles perseguidos ahora por los nazis. Tras la liberación de París, Picasso adoptó una decisión que había venido evitando desde hacía años pero que concretó el desarrollo de este compromiso: su afiliación al Partido Comunista, de cuyas razones da también testimonio Mercedes Guillén en estas páginas.

“Es sorprendente ver cómo Picasso, sin perder un ávido interés por cuanto ocurre, por todo lo que se dice y se hace, se preocupa constantemente por las personas que quiere, por la suerte y los problemas de sus amigos, continúa su obra con ritmo, como un mensaje de paz, como una misión humanísima de la que nadie ni nada pudo nunca apartarle”, relata la autora sin renunciar a la admiración ni a la hagiografía. Sirva su testimonio, en cualquier caso, para completar un tanto más el complejo puzle moral de Pablo Picasso.

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