Cultura

Sigfrido Martín Begué por siempre

Era el más joven de los artistas que dieron vida -también justo honor- a la movida madrileña, aquella época de inusitada trascendencia que tanto hizo por insuflar claridad a una cultura española que llevaba tiempo intentado sacudirse la tristeza acumulada a lo largo de cuatro décadas. Guillermo Pérez Villalta los retrató en un lienzo genial de 1975, Grupo de personas en un atrio o Alegoría del arte y de la vida o del presente y del futuro. En el mismo estaban, junto al propio autor, Luis Gordillo, Carlos Alcolea, Juan Antonio Aguirre, Luis Pérez-Mínguez, Carlos Franco, Juan Manuel Bonet, Javier Utray, Manolo Quejido, Rafael Pérez-Mínguez, Marisol García, Luciano Martín, Herminio Molero, Chema Cobo, María del Mar Garrido, Ana Raya, Mercedes Buades, Nano Durán, Gloria Kirby, José Luis Bola Barrionuevo, Juan Pérez de Ayala y Fernando Huici. De los pocos que faltaban, Sigfrido Martín Begué, por entonces, con poco más de 20 años, estudiante de arquitectura y con unas especialísimas inclinaciones pictóricas donde la figuración ejercía una potestad distinta a la que era habitual en aquella España con demasiados resabios tradicionales.

Sigfrido fue artista de una época, implicado en una realidad cultural y artística que no tenía vuelta de hoja y que iniciaba un momento inusitado. Vivió con intensidad aquel tiempo de imposibles posibles. Perteneció, como no podía ser de otra forma a los Ezquizos, aquel grupo de los madrileños que se oponían a los otros catalanes -Los Oligos- con parecidas inquietudes y con idénticas necesidades y que, desde los estertores de la dictadura franquista, se manifestaron con fuerza, reivindicando un tiempo nuevo que les pertenecía.

El artista madrileño, desde un primer momento, lo tuvo muy claro. Fue poseedor de una clarividente figuración donde se mezclaban muchos elementos de una pintura donde la Modernidad implicaba gestos que Sigfrido supo manifestar en fondo y forma. Por sus obras circulaban aires muy bien establecidos desde escenarios metafísicos, con sabios recursos que establecían formas presentidas que nacían en dadá, se nutrían de registros surreales y llegaban a alcanzar particulares posiciones en las que la marca del autor imponía su máxima potestad.

La obra de Sigfrido se ha mantenido fiel a los principios de personalidad, de originalidad y de trascendencia. Máximas que se gestaron en aquella época donde se abrieron los caminos que posibilitaron poner en marcha unas ideas henchidas de futuro y garantes de un arte donde lo mejor estaba por venir.

Sigfrido Martín Begué se nos ha ido demasiado pronto; parece el descarnado sino de muchos artistas: Luis Claramunt, Carlos Alcolea, Chema Alvargonzález… hasta nuestro Lolo Pavón. Su historia personal está llena de grandes aciertos. Era profesor de la que es, probablemente, una de la mejores Facultades de Bellas Artes de España, la de Cuenca. Su obra se encuentra, por derecho propio, en las mejores colecciones de arte. Además, y sobre todo, como artista, es poseedor de uno de los lenguajes más puros, personales e intransferibles de la plástica española de los últimos tiempos. Con su marcha, la pintura nueva y eterna se va a quedar un poco más sola. Su historia, personal y colectiva, forma parte de nuestro más reciente capítulo cultural. Su pintura, por calidad e importancia, va a trascender, todavía, más allá. Los que lo conocimos nos vamos a sentir un poco más vacíos. Sigfrido Martín Begué. Por siempre.

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