Cultura

Una Sixtina de la cultura basura

Acción, Estados Unidos, 2013, 130 min. Dirección: Michael Bay. Guión: Christopher Markus, Stephen Mcfeely. Intérpretes: Dwayne Johnson, Mark Wahlberg, Ed Harris, Anthony Mackie. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Plaza Mayor, La Verónica, Miramar, La Cañada y Rincón de la Victoria.

Michael Bay -un realizador mediocre y ruidoso que por eso mismo ha cosechado grandes éxitos- cambió la historia del cine de acción con La roca, su segunda y hasta ahora mejor película, tras su presentación con Dos policías muy rebeldes. Después se dedicó a las grandes máquinas de catástrofes y a las franquicias (Armageddon y la serie de Transformers) con alguna desdichada incursión en el cine bélico (Pearl Harbor) o en la ciencia-ficción pesimista (La isla). En 1995 Tony Scott con Marea roja y en el 96 Bay con La roca -ambos de la mano de un Hans Zimmer que imponía definitivamente su reinado- abrieron nuevos horizontes (no necesariamente más inteligentes, pero sí muy eficaces) al cine de acción. Casi 20 años más tarde Michael Bay ha rodado su segunda mejor película. Y en un registro totalmente distinto.

Como si fuera un Fargo de gimnasio, recauchutado, anabolizantes, esteroides y total ausencia de sesera, Dolor y dinero trata de un secuestro fallido urdido por tres culturistas -tres masas de músculos sin cerebro- y de la posterior venganza. La rigurosa ordenación en dos actos -el secuestro y la venganza- da ocasión a que mediada la película aparezca un extraordinario Ed Harris convertido en una especie de cazador de recompensas del viejo Oeste, detective de cine negro o Harry el sucio pasado de la policía al negocio privado.

Con un golpe de efecto que nadie podía esperarse Bay ha creado una muy negra e inteligente, cínica y esperpéntica, reflexión sobre el vacío de una cierta América a través de la recreación de un hecho real. No deja de ser sorprendente y de tener su morbo que el director de los Transformer se cebe tan duramente con la América del músculo, el fitness, el culto al cuerpo y ese nihilismo descerebrado y vikingo que Schopenhauer no pudo imaginar.

Un crudo, divertido y esperpéntico retrato de una América definida por los héroes que sirven de inspiración al personaje que interpreta con gran talento Mark Wahlberg: Rocky, Scarface y todos los gánsteres de El Padrino. No hay exceso que Bay no se permita al contar esta historia verdadera que parece inventada ("lamentablemente esta es una historia real", dice la voz del narrador en el inicio de la película). Tratamiento del color, cámara lenta, imagen congelada, planos desestabilizados cámara en mano, imágenes hiperrealistas tan horteras y tan de colorines que parecen irreales. Con Boogie Nights de Paul Thomas Anderson haría un genial díptico sobre dos submundos -la pornografía y el culto al músculo- que representan de forma grotesca zonas de sombra del sueño americano. O más bien de algunas de sus obsesiones. Quién habría de decirle a Bay que una película suya podría emparejarse con otra del maestro Anderson. Pero lo cierto es que el vacío de los parlamentos de Mark Wahlberg construidos con tópicos de auto ayuda, los universos desquiciados de clubs nocturnos, gimnasios, fanatismo religioso, bazares de juguetes sexuales o tiendas de armas, el poderío hortera de los exteriores (reales o manipulados con colosales pinturas publicitarias) y de los interiores de lujo chillón, conforman un pavoroso y negro fresco kitsch. Todo rodado como un anuncio enloquecido. Una Sixtina de la cultura basura.

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