Cultura

Tabletom El contador a cero

  • La veterana banda malagueña ha lanzado esta semana su nuevo disco, 'Luna de mayo', un trabajo que contiene algunos de los mejores temas de la historia del grupo con argumentos de peso para la renovación

Cuenta Pedro Ramírez, guitarrista de Tabletom, que las primeras impresiones tras el reciente lanzamiento de Luna de mayo, el último álbum de la banda, puesto en circulación esta misma semana, son "muy positivas. A todo el mundo le está gustando mucho. Pero lo que más tranquilos nos deja es que la gente está entendiendo que, sin dejar a un lado nuestro sonido, teníamos ganas de reinventarnos. Necesitábamos una renovación, demostrar que todavía somos capaces de hacer buena música, de no seguir haciendo lo mismo de siempre. Nosotros no vamos a vivir de las rentas porque nuestra historia no nos ha dejado rentas de las que vivir, pero tampoco queremos acomodarnos, sino dar más guerra". Y de esta manera resume Perico a la perfección el espíritu de este trabajo, un álbum que, de entrada, contiene algunos de los temas más logrados de Tabletom (lo que no es precisamente baladí en un grupo con cuarenta años de oficio) y que figura, con pocas reservas, entre sus mejores discos. En gran medida, y como es bien sabido, la renovación vino marcada por las circunstancias: Roberto González, el muy recordado cantante original de la formación, falleció hace ahora cinco años. Con su muerte, Tabletom perdió su verdadero emblema, su genio inconfundible, su razón primera; pero también, y en una medida no menor, el motivo que, por su anarquismo libérrimo llevado al extremo, explica en un alto porcentaje por qué Tabletom, siendo uno de los mejores grupos de rock en España, ha permanecido hasta nuestros días como un verdadero desconocido fuera de Málaga. Tras un periodo de transición con el cantante de Eskorzo, Tony Moreno, al frente, finalmente los fundadores del grupo, los hermanos Pedro (guitarra) y José (saxo y flauta) Ramírez, tomaron la decisión más drástica y también la más sabia: culminar la transformación al completo y conformar un nuevo Tabletom con músicos jóvenes pero de amplia experiencia y abrumadora ejecución vocal e instrumental. Tal y como reza la carpetilla de Luna de mayo, Salva Marina (voz), Jorge Blanco (bajo), Manuel Nocete (teclados) y Nicolás A. Huguenin (batería) son miembros de pleno derecho de Tabletom. Junto a ellos, desfilan como invitados viejos compañeros como el guitarrista Lito Fernández y el batería Coki Jiménez, entre otros muchos. Autoproducido por los hermanos Ramírez, Luna de mayo fue grabado en Puerto Records, el estudio de Manolo Toro, quien ha bordado un sonido esmerado y preciso tanto en los momentos más enérgicos como en los más delicados. El poeta Juan Miguel González, responsable de otros versos antaño cantados por Roberto González como los de La parte chunga y Algo así como un tango, firma todas las letras del disco, aunque las mismas han sido convenientemente remozadas por los Ramírez. Luna de mayo iba a titularse en un principio sencillamente Tabletom, con la intención de reforzar la idea de vuelta a empezar; pero el contador está a cero igualmente, y el próximo día 22 habrá ocasión de comprobarlo con el concierto de presentación en la Sala Eventual. Mientras tanto, el disco merece un análisis canción a canción, a lo largo de sus 63 minutos. Aunque lo mejor, claro, es comprobarlo al oído y dejarse conquistar.

Colocando a Lola. El tema que abre fuego es ya un hit pegadizo y altamente contagioso. La estructura es similar a la de La parte chunga, con una primera parte en medio tiempo (con una cadencia algo más álgida) y una segunda en clave caribeña. La buena noticia es que aquí el piano eléctrico que modula ambas secciones sí suena como es debido. José Ramírez acuna el tema a la flauta acordándose de Ian Anderson y de Vivaldi, y a Salva Marina se le da de maravilla el tumbao, dándole fuego al asunto a lo Rubén Blades. La letra, sí, es una historia de paro. Prodigioso.

Asomándome. El mejor tema del disco para quien firma esto y una de las composiciones más hermosas de Tabletom. Ya la apertura, limpia como el agua (fabuloso el trabajo de sonido en el estudio), demuestra por qué Pedro Ramírez es uno de los mejores guitarristas del rock español. La metáfora del Guadalmedina como río y a la vez cauce seco, bellísima en las líneas de Juan Miguel González, quien también aprovecha para rendir un primer homenaje a Roberto, da alas a un Salva Marina en estado de gracia, apoyado por un coro de verdadero lujo. Los crescendo, que recuerdan un tanto a El Coyote, son conmovedores, y la intersección por bossanova efectiva. El final en clave funk evoca a Pink Floyd en su versión más ácida y feliz. Una obra única que dignifica el rock.

Músico indignado. La querencia libertaria de Tabletom ("De indignarme no me canso / ni de ser libre ni hombre") aflora en este tema de bases contundentes, con un espectacular solo de Perico y de nuevo un sonido bien depurado en las voces. Pide un directo a gritos.

Luna de mayo. Ésta es una de esas canciones de Tabletom, como Mezclalina y 7.000 kilos, en las que pasan muchas cosas. Una introducción con Pedro Ramírez a la guitarra clásica, de ésas en las que el músico se gusta especialmente, da paso una sección que recuerda vivamente a los Genesis más ochenteros, con su compás irregular y una base machacona y adictiva (la batería de Nico Huguenin parece citar de hecho al Phil Collins del Duke). La posterior parte cantada presenta una melodía de alto voltaje, sincera y directa. La segunda sección regresa después, convenientemente modificada. Y lo que sucede desde aquí hasta el final es un desarrollo del rock andaluz con en el que ni los más nostálgicos adoradores del género podían soñar en el siglo XXI. Diez minutos monumentales que pasan como un suspiro.

Me rebelo contra el mal. Bajo otra premisa de bossanova acontece otro revulsivo de Tabletom contra las mentiras del presente que viene a dar la mano a Sigamos en las nubes ("Contra la idolatría de bonos y mercados / compadre, ¡sigamos indignados!"). Atención al final, con una quintilla por fandangos que Salva Marina canta rompiéndose, como los cantaores antiguos. Un guiño a los seguidores de Tabletom de toda la vida que encaja como un guante en la nueva dirección del grupo.

San Roberto de Hachís. El homenaje más abierto y evidente a Roberto González (no el único) constituye otro paisaje de escenas distintas y bien distribuidas, con una arquitectura amable pero exigente en lo musical. Lo mejor es el modo en que Salva Marina canta a Roberto sin pretender parecerse a Roberto y sin copiar sus jaleos (para esto comparece el propio Roberto, mediante una breve grabación anterior incorporada al tema). Con unos preciosos arreglos de Manuel Nocete a los teclados, conviene detenerse en la inflexión que provoca el mismo Salva Marina ("Esto va para Roberto González Vázquez / trovador del barrio de la Trinidad") y atender a todo lo que sucede después, de manera sutil pero inflexible. Redondo.

Los banqueros. José Lito Fernández vuelve a Tabletom con un solo limpio e inconfundible, marca de la casa, en esta composición que también se desarrolla hasta los diez minutos y en la que quizá se apuntan de manera más clara los tiros que el grupo dará en el futuro. De hecho, lo que empieza siendo una canción de Tabletom de toda la vida se va convirtiendo en un artefacto distinto, articulado desde una base funk que juega a ser sencillo en las apariencias pero complejo en los mimbres. Tabletom pide oídos finos: habrá que concedérselos, desde luego.

Homenaje a doña Concha Maestre Camplá. Tributo familiar instrumental con guitarra clásica y una muy hermosa aportación de cuerda. Un colofón de altura antes de iniciar la segunda escucha.

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