Teoría de la inmersión cinematográfica
Una mirada a David Fincher ante el estreno de su nuevo filme, 'Perdida'
Chuck Palaniuk empleaba una extraña narrativa en su ahora popularizada El club de la lucha; fragmentaba la acción relatando el presente y el futuro de un momento concreto, hasta que acababan convergiendo. Desde un punto de la novela, este estilo llama la atención del lector, y logra captar su interés. Se entiende la inestabilidad psicológica del protagonista porque el libro muestra que su futuro está guiado desde un primer momento. David Fincher, sin embargo, elaboró en su adaptación al cine una película que debía obviar la narración de la novela para poder funcionar en la gran pantalla. Si El club de la lucha hubiese sido escrita de forma lineal sería un panfleto pseudo-anarquista deleznable. Tal y como es, se lee como una revelación social porque se comprende al lograr que el espectador comprenda el ansia, la fatiga y el hastío al que es sometido su protagonista por la sociedad, todo ello a través de una iconografía y una atmósfera mundana, asfixiante, que logra incentivar la inestabilidad del personaje que interpreta Edward Norton.
Sobre el ambiente que se respira en sus películas, el ejemplo más latente lo brinda Seven. Allí, la opresión toma la forma de una ciudad tenebrosa, cuyo clima es la constante que refleja la locura que en ella habita. Los escenarios son tétricos, y están iluminados por una luz natural que no hace más que recrear la inmundicia que pretende mostrarse. En ambas películas, sabe manejar historias que profundizan en la capacidad del ser humano para afrontar los designios más oscuros de la mente, y consigue que la cámara se llene de fuerza a través de una sobriedad que no deja de ser elitista.
Intentaría Fincher volver al ruedo del thriller detectivesco con Zodiac. Aquí, la ambigüedad con la que trata de dotar a la película, es lo que la acaba pervirtiendo. Si bien se busca que el filme no retrate un misterio, sino que lo sea, el problema que se encuentra es la falta de interés que suscita. Entre las pistas falsas, la farragosa investigación a tres bandas y la implicación de la prensa, los personajes se ahogan en un intento de provocar suspense. Aquí se narra el aspecto más técnico de una investigación policial, y se hace mostrando un descalabro totalmente realista. Pero ello arrastra el sopor, por desgracia.
Scott Fitzgerald escribió El curioso caso de Benjamin Button con su característica crítica social, en este caso algo solapada, hacia los prejuicios que plagaban el mundo. Breve, bello y directo, el relato dio para una dilatadísima película en la que Fincher no podría haberse esmerado más. El estilo tan pulcro con el que define los planos y las secuencias es de un clasicismo abrumador. Su efectismo aquí se traduce en su capacidad para dotar de solemnidad un guión extenso, que puede perder fuelle, pero no potencial. Sin embargo, su alianza con Aaron Sorkin en La red social se tradujo en un trabajo prácticamente redondo que, si bien no busca el realismo absoluto, consigue ensayar sobre la omnipotencia de los rasgos más abyectos del hombre frente a la revolución tecnológica. Sorkin diseñó esta historia buscando mostrar que el auténtico ser humano es el que sigue siendo ruin y despreciable ante los rasgos sociales que la tecnología es capaz de eliminar casi de raíz. El único error garrafal de esta película es que casi ningún personaje se muestra agnóstico ante la idea de Facebook, y se define la idea desde un primer momento como algo revolucionario. Tal vez aquí el estilo de Sorkin, tan subjetivo y con su tendencia al espectáculo dialéctico, necesitara una mayor dosis de realismo, aunque claro, nunca lo ha sido. Fincher abusa de sus planos inmaculados y ofrece una visión del mundo donde la opresión pasa a residir directamente en las personas.
Mismo estilo y mismas reglas le guiaron en la adaptación de la primera parte de la saga Millenium, cinta carente de fuerza, poso, y ante todo, innecesaria. Vuelve a recalcarse que David Fincher es un autor plástico, que representa el paisaje y los escenarios y tal y como infunden su potencial artístico sobre la historia, pero la irregularidad de su carrera establece que el estilo no afecta a la calidad del guión. La larga duración hace bastante mella en Fincher; no le convienen los grandes espacios de tiempo donde se pasa de profundizar en los personajes a ofrecer divagaciones algo inútiles. Lo que es innegable es que Fincher no confunde sus sensaciones, y provoca la inmersión directa en sus trabajos, ya sea para bien, o para mal. El auténtico ejercicio al que debe atenerse es a comprimir la necesidad de ampliar los universos en los que habitan sus personajes, porque pese al enorme potencial de Fincher, el talento falla si no se apoya en el trabajo duro, pero nadie dirá que ha ofrecido uno de los legados cinematográficos más importantes de los últimos quince años. Porque, ante todo, el presente de Fincher es todo pasado.
También te puede interesar