Ubú sin lenguaje, Ubú amordazado
Teatro Echegaray. Fecha: 21 de octubre. Adaptación, dramaturgia y dirección: Pere Fullana. Texto: Alfred Jarry. Reparto: Carles Molinet, Aina Cortés, Marisa Nolla, Joan Raja y Néstor Arnas. Aforo: Unas 250 personas (más tres cuartas partes del total).
Quien se haya enfrentado al texto del Ubú Rey de Alfred Jarry sabrá que la obra, por su desenfrenado carácter satírico, admite un más que amplio abanico de posibilidades de traslación a la escena. El carácter de gamberrada estudiantil que la pieza adquirió en su origen respondía a la perfección a las ansias de venganza de un grupo de alumnos hartos de un exigente profesor, y cuando tuvo la oportunidad de dar el salto a los escenarios parisinos menos recomendables, el autor decidió mantener esa etílica atmósfera de juego travieso por el que la parodia del Macbeth ganaba enteros sin remisión. Esta opción construyó un marco muy concreto para Ubú Rey, pero a la vez, insistimos, muy flexible y dado a las más diversas interpretaciones. Jarry ideó un espectáculo de marionetas y se mantuvo fiel a este principio, por el que terminó pariendo un teatro de cachiporra, basado, como corresponde, en las figuras exageradas y en el lenguaje libérrimo y despampanante. Los mismos que hayan leído el texto, especialmente la traducción de José Benito Alique para la edición española de 1980, se habrán encontrado un ramillete de palabras inventadas que multiplicaban los alcances de la farsa y que acomodaron las bases para que Ionesco y los suyos crearan el teatro del absurdo (hasta Miguel Mihura tendría algo que decir aquí; no tanto Beckett, por otras cuestiones).
El montaje representado ayer en el Echegaray comparte con el original, ante todo, y afortunadamente, la ausencia de intenciones morales y de interpretaciones éticas, salvo un dudoso y no bien argumentado recurso a la actual especulación urbanística. Todo se escupe sin más razón que la ambición de sus protagonistas, sin enveses ni lecturas secundarias. El problema es qué se escupe. Y es que la versión de Pere Fullana ha prescindido de aquel vocabulario barroco que el viejo Padre Ubú inventaba cada vez que se repantigaba en su trono, salvo la inicial broma (demasiado prolongada) respecto a la mierdra: no hay cuernoempanzas, ni corpanchones, y hasta el chapiro se traduce por capullo. En su lugar hay un lenguaje agresivo, repleto de tacos vulgares, que funciona en ocasiones pero que en la mayoría de los casos remite a ejemplos televisivos tipo Padre de familia. Toda aquella originalidad lingüística, que definía tanto a los personajes (Ubú sin su lenguaje es un Ubú amordazado) como a la propia acción y que excitaba portentosamente la imaginación, se pierde. Y lo peor es que no ofrece nada suficientemente sólido (se comprende: lo contrario sería un milagro) para su reparación.
Las interpretaciones son correctas, aunque los actores cometieron ayer demasiados errores en las réplicas (lo mejor es el playback de la madre de Tití desde el más allá). Ni los vestuarios ni la escenografía, demasiado previsibles (lo sencillo era vestir a la Madre Ubú, aquí Ubúa, de fulana común) responden al disparate de Ubú Rey. Sé que me estoy poniendo en plan purista, pero si lo que se ofrece no aporta nada distinto al germen, mejor insistir en la cachiporra. A mí el montaje me recordó más a algunos sketches de La Trinca, o de Alfonso Arús (de nuevo la tele, perdonen). Faltó, en fin, algo más de patafísica.
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