Vázquez Díaz. Maestro interior
Arte
La coherencia de estos fondos que se pueden ver en la Fundación Picasso permite contemplar la multitud de indicios modernos y renovadores que aportó el artista
Pudieran parecer escasos los argumentos que hacen de esta muestra un ejercicio de revelación acerca de la figura y la obra de Vázquez Díaz. Ciertamente, seis óleos y una extensa galería dibujística de retratos de personajes fundamentales de la política y la cultura de la primera mitad del XX, así como otros anónimos -en este caso verdaderos arquetipos-, no es un conjunto extenso, y, por tanto, se pensaría que limitado en sus ambiciones. Sin embargo, la coherencia de este fondo Vázquez Díaz posibilita que nos encontremos en una suerte de ilustrativo y sugestivo escenario. Vaya en primer lugar algo nada nuevo, el acierto coleccionista de Mapfre, que ha hecho de muchos de sus fondos -mesurados y nada volubles- obligados espacios para arrojar luz sobre puntuales aspectos de la plástica española de la primera mitad del XX.
Y es que, esta exposición podría permitirnos hablar de Vázquez Díaz como un maestro interior. Los grandes nombres, los maestros, que marcaron el arte español del momento hemos de situarlos en París (Picasso, Miró, Gris, González o Dalí), sin contar con la legión de artistas -también fundamentales pero no comparables- que allí se establecieron en los rededores del cuarto de siglo. Vázquez Díaz, quien volvió de París a Madrid en 1918, supuso para el ámbito madrileño, en primera instancia, y para el resto de la escena nacional, paulatinamente, una suerte de maestro que había conseguido 'traer' una lección de modernidad tamizada (Cézanne y un cubismo muy atemperado y ligero eran sus puntales) y cuya praxis parecía contener muchos de los ingredientes renovadores que latían ya en el ambiente artístico nacional (un paradójico nuevo clasicismo, por ejemplo) o que, en su defecto, se convertirían en tales una vez desarrollados por otros artistas más jóvenes. Así, sus exposiciones en Madrid en 1918 y 1921 pueden considerarse como verdaderos hitos (baste releer las críticas o alguna autobiografía como la de Alberti). Por ello puede ser pertinente considerarlo un "maestro interior", pero también a su obra como una suerte de ponderado "ejercicio de síntesis" en el que se concitan 'unidades lingüísticas' o rasgos formales de un mismo arco estilístico o incluso disímiles.
La galería de retratos, vasta en su arco cronológico (1920-49 aproximadamente) y muy diversa técnica y estilísticamente, ilustra lo que comentamos; en ella, al margen de algunos dibujos más académicos y 'conservadores', se atisban multitud de indicios modernos y renovadores: rasgos expresionistas que en algunos casos recuerdan a la xilografía y que lo conectan con el ultraísmo; dibujos ingrescos cercanos al Picasso novoclásico y puede que a la plástica del 27; ejemplos muy volumétricos y escultóricos que evocan al primer cubismo; ecos de algunos nuevos realismos como la Nueva objetividad alemana; la rotundidad y lo volumétrico de sus marineros para el gran ciclo mural del monasterio de La Rábida; resabios modernistas como en Joselito muerto; alusiones al peculiar simbolismo madrileño; lo primitivo y arcaico de algunos retratos que parecen máscaras; o el sabor noventayochista -casi de estudio de la raza a lo Julio Antonio- que propone en los retratos de campesinos.
Pero siendo extensa, la cosa no queda ahí. Los seis óleos expuestos aportan nuevos matices, como el toque fauve y cézanniano de Alameda de Fuentarrabía; o el sintetismo (algún rostro recuerda a Gauguin) y la reconsideración de lo vernáculo desde presupuestos estéticos y lenguajes propiamente extranjeros de Toreros saludando. Junto a esto, la figuración de algunas de sus pinturas podría relacionarse por su volumetría, sobriedad, rotundidad o clasicismo, con algunos de los muchos realismos que surgieron en los años diez, al igual que con múltiples variantes del novecentismo. Las bañistas resulta ejemplar: junto a ecos de la tradición y de Cézanne sondeamos desde el nuevo clasicismo hasta los realismos de nuevo cuño pasando por el noucentisme catalán (Sunyer, Togores o Rosario de Velasco acuden a nuestra retina).
La obra del artista onubense emerge como una summa de los múltiples ingredientes de la escena española del primer tercio del XX, en la que cabe hablar de retroalimentación, síntesis y nomadismo lingüístico. A la luz de esta exposición, Vázquez Díaz, además de maestro interior, fue un elegante maestro sintético que supo, dentro su depurada y sólida figuración, aceptar y difundir diferentes variables estilísticas.
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