Veíamos ayer (VI) | Cine

Cartografía fílmica de un jinete austero

  • La obra cinematográfica del polifacético creador malagueño Nacho Albert (1974-2017) revela en sus mejores títulos una mirada instintiva e insólita que merece una revisión libre y estimulante

Nacho Albert, con el actor Aníbal Soto en el rodaje de ‘¿Dónde está Erre?’ (2007).

Nacho Albert, con el actor Aníbal Soto en el rodaje de ‘¿Dónde está Erre?’ (2007). / M. H.

Decir que Nacho Albert (Málaga, 1974 – 2017) escribía en tropel es quedarse muy corto. Cuesta no recordarle tomando notas en la misma libreta, que no sería siempre la misma pero lo parecía de tan maltrecha. “Si te viene la idea, mi hermano, la tienes que apuntar; lo demás puede esperar”. Desde el coraje o la greguería -él preferiría, con mucho, lo segundo-, deberíamos reconocer que escribía como si se le acabase el tiempo. Pero pese a lo que pueda parecer, este artículo no viene emparejado a efeméride alguna, sino para señalar que Nacho Albert no fue solo un escritor prolífico. También fue un cineasta perseverante y un guionista de pleno derecho, aunque muy poco se haya escrito de su cine.

Salva Reina y Juanma Lara, en ‘El jinete austero’, (2010). Salva Reina y Juanma Lara, en ‘El jinete austero’, (2010).

Salva Reina y Juanma Lara, en ‘El jinete austero’, (2010). / M. H.

La cartografía audiovisual de Nacho Albert quizá sólo pueda trazarse paralela a los universos artísticos que en cada época cultivó con mayor empeño. Arraigadamente literario primero (2002-2006); más cinematográfico después (2006-2012), abiertamente teatral en su última etapa (2013-2017). Siempre próximo al cortometraje y con empeño indiscutible en el guión, su trinchera favorita: “No valgo para dirigir lo que no he escrito yo”, solía confesarse. Fue en 2001 cuando sus desvelos literarios comenzaron a plasmarse en imagen. El reposo del guajiro fue la pieza experimental con la que inició una nueva forma de expresión que hasta entonces en nada le había distraído de la literatura. Modestísima y precaria, puso ya en liza la perspicacia que caracterizaría sus guiones. Reza la sinopsis: “Un joven extraviado en el campo pregunta a un guajiro el camino a la ciudad. Pero las indicaciones de éste le llevan repetidamente de vuelta al mismo toronjal. El joven ha caído sin saberlo en la trampa del guajiro: éste quiere que alguien le sustituya en su cuidado campo”. La encrucijada resultó análoga para Nacho: nunca pudo abandonar el cine. Tres años después llegaría El baile de los insomnes, protagonizada por Macarena Gómez. La cinta supuso un salto de calidad -con fotografía de César Hernando- que ya nunca rebajaría, pero que aún mermaba por exceso de literariedad. Siempre lo equiparé -para su disgusto- al The bends de Radiohead: una obra todavía ingenua y discreta en menciones, pero en la que ya asomaba todo cuanto artísticamente tenía por revelar. De hecho, pasaron apenas unos meses para que Nacho presentase la que fue su obra más laureada: Cornamusa (2006). Un thriller en alta mar que obtuvo decenas de premios -incluyendo el RTVA de 2007- y cientos de selecciones oficiales, que empoderaron a un joven realizador que, a base de cierto sacrificio estilístico, parecía haber sintonizado la fórmula comercial de los festivales. En ese momento, pese al triunfo reciente, sintió la necesidad de rodar una historia de corte mucho más personal, con el que poder exorcizar su concesión. Con ¿Dónde está Erre? (2007) volvió a desplegar el repertorio de sibilinos personajes que tanto le divertían. La repercusión fue exigua, pero Nacho se dio por redimido. Vista con el tiempo, posiblemente fuera su obra más instintiva, entreverada e insólita: tal y como siempre fue su literatura. En 2010, versado ya en dirección de actores, su obra cumbre estaba al caer; y cayó. El jinete austero, cortometraje protagonizado por Juanma Lara y Salva Reina con el que, ahora sí, consiguió comulgar idiosincrasia y palmarés, aunque sin alcanzar las laudes de Cornamusa. Poco importa: El jinete sigue siendo a día de hoy la obra más visualmente elaborada y literariamente generosa de cuantas convirtió en cine. El largometraje parecía aguardar, probablemente en la libreta maltrecha.

Pero como sucedió con tantos artistas, la crisis económica dio al traste con sus mayores proyectos. Extinguidos por igual los concursos de guión y las ayudas a la producción, inició una etapa tan contestataria como visualmente austera, con una colección de obras muy políticas junto al colectivo Proyecto Schettino. Por esa misma época, Salva Sepúlveda, Salva Marina y Juan González le implicaron como coguionista en Todos somos estrellas (2013), documental que cubría la trayectoria de Tabletom y cuya producción daba señales de seguir la misma deriva indolente que la banda. Nacho desbloqueó el proyecto como Davids el Barcelona de Rijkaard: con unos golpes de manija todo cuanto no articulaba empezó a encajar. La cinta vio la luz meses después aunque pasara comercialmente sin pena ni gloria. Puertas afuera, Málaga derrochaba recursos en cultura franquiciada para turistas, mientras los creadores locales realquilaban habitaciones para sobrevivir. También Nacho. Su época puramente cinematográfica, al menos en la versión más intrépida y temeraria, había concluido. Y su filmografía posterior sólo pudo ya emular derroteros de una producción teatral que, más asequible, sí había ido creciendo. “Lo que estoy escribiendo ahora le va a gustar hasta a tu amigo Bujalance”, bromeó la última vez que nos vimos: “te lo voy a mandar”. Así lo hizo. Nunca dejen en el buzón sin leer algo que haya escrito un amigo. Lo demás puede esperar.

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